La crisis se ha llevado por delante tantas cosas que los festejos populares no iban a ser una excepción. El espectáculo ha venido sujetándose, a duras penas, en tres patas a estas alturas ya consumidas por la carcoma: la administración autonómica, los profesionales y los municipios.

Entre el afán rigorista de los políticos, el permanente sindiós reinante en esa caja de grillos que es el mundillo taurino aragonés y la asfixia burocrática a los alcaldes (sobre todo de poblaciones de pocos habitantes y escasos recursos) se había dibujado un escenario realista en el que bajo el vuelo rasante de piedras y guijarros entre colectivos dormía un reglamento alumbrado en 2001 que necesitaba actualizarse. Mientras, recortes, desaparición de fechas o trágalas indecentes de unos y otros.

Ese antiguo texto legal --como la mayoría-- cargado de tan buenas intenciones como de artículos casi incumplibles había propiciado un estado de cosas en el que, para hacer posible que una vaquilla se diera tres paseos de un cuarto de hora por las calles de un pueblo, había que, una vez superados los infinitos requisitos legales y económicos, desestabilizar el mercado. ¿Por qué? porque con las arcas municipales sin un euro, poco menos que se inducía a la competencia desleal, a la picaresca (por no decir al fraude) y, progresivamente, al suicidio del sector.

Con el proyecto de decreto que el BOA publicó el martes, ¿se atajará el intrusismo entre los directores de lidia no idóneos para tal desempeño que, ahora demás, han de ser casi policías? ¿Tendrá el rígido cumplimiento de la norma una escapatoria gracias a la redacción ambigua de algunos artículos de tal modo que haya pueblos que puedan salvar alguno o todos sus días de vacas? ¿Se protegerá a las reses --algo que parece importar sobremanera al experto redactor que, por cierto, habla de envestidas (sic)--? ¿Será objetivo --otra vez adquiere relevancia el texto dejando entrever que antes quizá no lo era-- el nombramiento, por ejemplo, de veterinarios?-

Quizá en el paseo María Agustín no importe, pero a un alcalde dejar a su pueblo sin vacas le hace un roto. Y ya se sabe, un roto, un voto. Y eso sí que asusta.