La centralización de las pruebas escritas para el carnet de conducir en las capitales de provincia, entre ellas Zaragoza, provocó de inmediato una reacción de oposición en las autoescuelas del resto del territorio aragonés. Los profesores se quejaban de que el desplazamiento a la ciudad del Ebro suponía perder una mañana entera, en perjuicio del servicio prestado en las autoescuelas.