De mil amores

LUIS Negro Marco

Podríamos definir el amor --entre miles de posibles acepciones-- como la inclinación hacia lo que nos parece bello o digno de cariño y atrae nuestro ánimo y voluntad. En la filosofía y mitología griega había dos tipos de amor: Eros o Amor propiamente dicho, e Himeros (el deseo). Y lo mismo ocurría en la antigua Roma, donde se distinguía el Amor, hijo de Júpiter y de Venus, y Cupido (representado como un niño desnudo y alado, con los ojos vendados, arco y carcaj, y a veces coronado de rosas), hijo de Marte y Venus, que ha llegado hasta nosotros como uno de los grandes iconos del amor.

Pero creer que la humanidad de hace 2.000 años tenía el mismo concepto de amor que la nuestra es una falacia. Fueron aquellas sociedades esclavistas y fuertemente jerarquizadas, en las que el amor no era sino la sensación inspiradora y creadora de las artes, el culto de lo bello en las formas, así como el ornamento de las sociedades. Por tanto, ajeno al amor moral, tal y como hoy en día lo entendemos, y exclusivo de artistas (para quienes el amor era como una especie de adoración hacia las bellas formas, un culto del bello ideal) y de las élites gobernantes. No obstante, el emperador romano Marco Aurelio (121-180 d. C.), ya distinguió en sus obras entre el amor físico ("una débil convulsión") y el amor místico: el que nos eleva y nos inclina a la cultura.

Con el auge del cristianismo, a partir del siglo IV, se consolidó la idea del amor como culto de la belleza moral, y ya en el siglo XIX, el escritor francés René de Chateaubriand (1768-1848) estableció la división entre el amor pagano (formal, o puramente físico, exento de sentimiento) y el amor cristiano (moral). También el ilustrado y enciclopedista Voltaire(1694-1778) abordó el tema del amor definiéndolo como "tela de la naturaleza, bordada por la imaginación de las personas". Rousseau (1712-1778) lo concibió como "un concierto del alma, del espíritu, del corazón y de los sentidos, que exalta hasta el delirio todas las facultades humanas". El escritor alemán Goethe (1749-1832) lo representó en su obra Werther como un sentimiento alimentado de recuerdos, de ilusiones y de presentimientos; un amor romántico, apasionado y ardiente, como "la luz pálida de la luna, a los fecundantes rayos del sol". Asimismo, la escritora suiza Madame de Staël (1766-1817) difundió la idea del amor metafísico, comparándolo a un ramo de rosas marchitadas que conservan aún su perfume.

En nuestra cultura occidental, el amor tiene muchas y distintas categorías y acepciones. En plural, alude casi siempre a la pasión (y así decimos, por ejemplo, que alguien sufre de mal de amores), y distinguimos entre amor materno y paterno, amor filial, amor fraterno, amor conyugala a entender que los amores irreflexivos son amargos y tristes ordinariamente, porque las pasiones vehementes pasan pronto y sus consecuencias son duraderas. Claro que para el amor y la muerte, no hay cosa fuerte, refrán que pondera el poder definitivo e inescrutable del amor y la muerte.

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