Sala de máquinas
Manuel Viola, otro (otros) universo(s) en expansión
El palacio de Sástago acaba de inaugurar una exposición de Manuel Viola que resulta obligatoria para recuperar y releer a este grande de la pintura española contemporánea.
Muchas de sus mejores pinturas -- "La isla de los muertos", "España, aparta de mí este cáliz", "Cierzo", "La saeta" o "Ventana a la muerte"--- cuelgan de los muros de Sástago como luminosas o tenebrosas banderas de un artista iluminado que gozó y sufrió en el ejercicio de su arte, al que confundiría con la propia vida.
Como su admirado El Greco, como Lope de Vega, como tantos otros héroes y visionarios del siglo de Oro español, a cuya raíz maniquea y ciclotímica me parece que Viola pertenece en carne y uña, osciló entre la luz y la oscuridad, el negro y el amarillo, Sancho y Quijote, cielo e infierno, el amor y la muerte, la intensidad y el olvido, la mística o la realidad...
Su talento, al enfrentarse a un tema, comenzaba y concluía por depurar esa idea al máximo, conceptualizándola en un estallido de formas o colores que, como el primer brillo de una nueva estrella o arquetipo, como el último trazo de un sentimiento o deseo se imponen al espectador como un elemento primigenio y sustancial, algo, una fibra, un material, una emoción, una pasión que estaba ahí, pero que no habíamos visto; no, al menos, con la deslumbrante claridad con que el maestro la convocaba desde las sombras para iluminarla con la luz de sus pinceles y lanzarla al espacio de nuestras mentes desde un universo en expansión, el suyo, en el que no había límites, nunca los hubo.
Y fue así porque si de algo podrá presumir siempre la herencia de Viola, en la permanencia de su arte, en el recuerdo de su vida, es, será, su caudal de libertad. Un río caudaloso, torrencial, le arrastró hacia las orillas más escarpadas del arte, invitándole al descubrimiento y al riesgo. a pasar, una y otra vez, al otro lado, donde no sólo hay silencio, sino un rumor muy parecido a la verdad entrevista a través de los espejos opacos del espacio y del tiempo. Viola estaba con frecuencia allí, en esos paraísos o limbos, desde los que regresaba cargado de nuevas ideas para pintar y recorrer el mundo con su espíritu quevedesco, aventurero y bohemio.
Una Retrospectiva (1933-1985) muy completa e imprescindible de un enorme artista: el zaragozano Manuel Viola.
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