SALA DE MÁQUINAS

Campos de muerte, geografía del mal

Juan Bolea

Juan Bolea

En el atroz contexto de la crisis de los refugiados estamos viendo cada vez con mayor preocupación cómo esos supuestos campamentos de acogida se convierten en una suerte de lugares de confinamiento donde miles de personas sufren, esperan, y algunos, cada vez más, ancianos, mujeres, niños, van perdiendo la vida sin haber alcanzado el sueño de cambiarla por otra mejor.

La sutil frontera que divide un concepto de otro es tan leve y provisional como los discursos de esos líderes europeos, incluido el del presidente en funciones del Gobierno español y el de su inoperante e intrigante ministro de Exteriores, señor García Margallo, quienes, en toda una legislatura, han sido incapaces de resolver crisis de refugiados alguna, ni la nuestra, la de Ceuta y Melilla, ni la de los Balcanes e islas griegas convertidas en depósitos de seres humanos sin identidad ni futuro.

Para profundizar en esa delgada pared que separa los conceptos de acogida y concentración, los derechos humanos de las torturas, puede ser útil y clarificador leer el último libro de Miguel Rey y Carlos Canales, titulado Campos de Muerte, geografía del mal (Edaf).

A lo largo de sus páginas viajaremos a lugares tan saturados de sangre y dolor como la escuela secundaria Tuol Svay Ore, en las afueras de Phnom Penh, la capital camboyana. Uno de los maestros, Kang Kech Ieu, militante del Jemer Rojo, convirtió la escuela en el centro S--2, donde, en 1976 y años sucesivos más de 15.000 personas fueron torturadas hasta la muerte; sólo ocho sobrevivieron.

Los investigadores han viajado a África en busca del primer campo de exterminio, abierto en Shark Island, actual Namibia, en 1908, por las entonces autoridades coloniales, alemanas, de Africa del Sudoeste. El confinamiento de colectivos por su origen o raza, los malos tratos, experimentos médicos y eliminación planificada de determinados grupos o individuos nos sitúan en la atroz antesala de que lo que otros alemanes, enloquecidos por las doctrinas de Hitler, llevarían a cabo en sus campos durante la Segunda Guerra Mundial. Tampoco faltan las cárceles de Stalin en Siberia Central, ni las actividades del escuadrón japonés 731, con sede en Manchuria, cuyos oficiales eran llamados maestros del horror.

Una pesadilla que bien podría volver a repetirse.

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