El que se ha dado en llamar modelo Albarracín consiste en rescatar un edificio respetando su esencia, tanto en el exterior como en el interior, y en darle a continuación un uso concreto. Belleza y funcionalidad, ese es el lema de la Fundación Santa María, creada hace dos décadas y que ha llevado a cabo desde entonces 15 intervenciones en otros tantos inmuebles de la localidad serrana. A ello hay que añadir la recuperación de 772 bienes muebles.

Dirigida por Antonio Jiménez, la entidad está formada por la DGA, Ibercaja, el Obispado de Teruel y Albarracín y el ayuntamiento. «Queda por hacer más de lo que parece», señaló recientemente su responsable a Diario de Teruel. «Hay que acabar con todo el castillo y la muralla y también en el convento habría que hacer algo». Además, la fundación se propone atraer nuevos pobladores a la localidad para darle más vida y dinamismo.

Con todo, lo logrado hasta la fecha por la Fundación Santa María y dos escuelas taller que la precedieron es más que notable. Han actuado en la mayor parte de los edificios públicos, ya sean civiles o religiosos. Así, el palacio episcopal se ha convertido en sede de la fundación, museo diocesanos (no hay que perderse el pez de cristal de roca) y centro de congresos. Y la iglesia de Santa María compagina su función religiosa con la de auditorio.

En esa línea práctica, el antiguo hospital alberga el museo de la ciudad; la llamada Torre Blanca sirve de sala de exposiciones, y la ermita de San Juan se ha reconvertido en una aula didáctica. Mención aparte merece la catedral, del siglo XVI, cuya restauración, recién terminada, ha sido de una gran complejidad.

Dentro de la arquitectura civil, la casa de Santa María es ahora residencia de profesores y alumnos de los cursos que se imparten en la villa. Y la emblemática y popular casa de la Julianeta, a caballo de dos calles, sirve de residencia taller para creadores.