Nos encantan las distopías. Devoramos series y películas distópicas en donde los hombres y las mujeres nos machacamos el hígado y en donde nos encontramos terriblemente aislados. Este siglo parece alimentar este tipo de relatos distópicos que recuperamos, reinventamos y consumimos con fervor. La plataforma Filmin lo ha entendido muy bien y cuando accedes a su web ya tienes la categoría creada: distopías.

Anoche, tras mi dosis de distopía diaria, y según me dirigía a la cama, me preguntaba por qué. ¿Por qué he vibrado tantísismo viendo El cuento de la criada? ¿Por qué me he pasado este verano localizando y consumiendo distopías feministas? Me preguntaba ¿Por qué hace unos días localicé Blade Runner el youtube y volví a verla para estar preparada para cuando es trenen la ansiada segunda parte que vienen promocionando?

Me preguntaba, ¿por qué he comenzado a ver la serie de ciencia ficción Westworld? ¿Por qué asumo, como buena espectadora de ficción, que esos que parecen humanos de carne y hueso son en realidad máquinas y por lo tanto, como los invitados a ese parque temático que proyecta la serie televisiva, se puede disponer de ellos a placer y, sobre todo, por que no me siento apelada a empatizar con su sufrimiento ni con su dolor?

No tengo que sentir angustia por Dolores si la violan; de hecho, no la siento porque tengo licencia para asistir impasible a esa violencia. Y aquí la coartada es por partida doble: a) estamos ante una distopía tecnológica, Dolores es un robot aunque parezca una mujer hecha y derecha; b) estamos en el Far West, esto es una peli de vaqueros y en este género a las tías se nos puede arrastrar por los pelos ¡y hasta nos mola!

Qué pesadez con el western. Toda la infancia en la pequeña pantalla de nuestros televisores, y después, cuando parecía que lo habíamos superado, llega Clint Eastwood, nos saca al matón bueno y nos tenemos que tragar Sin Perdón. Llegan los vaqueros gays y nos tenemos que tragar Brokeback Mountain.

Llegan las matonas y nos tenemos que tragar Bad Girls. Y ahora con la ciencia ficción volvemos a consumir western. Qué cansancio de género, una y otra vez revisitado ¿de verdad da tanto de sí? Bueno, perdón por la digresión, que me desvío, y estoy con lo de las distopías.

El caso es que me preguntaba ¿de qué me estoy alimentando en realidad? ¿Cuándo entendimos que la utopía había muerto? ¿Qué suerte de catarsis experimentamos con estos relatos aterradores? ¿Es una forma de liberación que potencia el inmovilismo? Para reconocer la violencia que nos rodea y ejercemos, y la estulticia que nos gobierna ¿tenemos que recurrir a estas historias?

Espero que tengamos alternativa, volvamos a confiar en el otro y demos rienda suelta a la ilusión. Al menos este curso que iniciamos; que soy profesora y para mí cada septiembre es un comienzo.