Anoche me desperté sobresaltada y di con la clave: los promotores de la movilización independentista catalana tienen que ser argentinos. Me explico. Cuando estuve en Buenos Aires en el 2011, hubo dos cuestiones que llamaron con fuerza mi atención. Cada día que salía a la calle, me encontraba con alguna movilización ciudadana. Casi siempre numerosas, con barricadas y piquetes. Otras más modestas pero todas con sus pancartas, eslóganes y cacerolada incluida. En poco tiempo pude comprobar la capacidad argentina para ponerse a la contra y su impulso vital de echarse a la calle. Un pueblo que ha convertido la protesta en un arte. Un par de ejemplos más que confirman mi hipótesis. Un vuelo Madrid-Buenos Aires en el 2011 fue desviado a Brasil debido a las cenizas vertidas por un volcán chileno y que impedían la visibilidad y el aterrizaje en Argentina. La mayoría de los pasajeros eran argentinos. La bronca en el avión fue supina pero la que montaron a la llegada al hotel para ser alojados los primeros y en las mejores habitaciones ni se imaginan. Yo, al menos, no había visto nada igual.

Y otra anécdota reveladora: los hijos de 6 y 7 años de un buen amigo argentino han comenzado con esta tierna edad a jugar desde hace unos meses a hacer pancartas y a desfilar al grito de «manifestación» por el pasillo de su casa. Lo dicho, llevan en las venas la movilización y la protesta. Y la otra cuestión que llamó mi atención en aquella estancia porteña fue el descubrimiento de una revista satírica llamada Barcelona cuyo subtítulo reza Una solución europea a los problemas argentinos. Este medio surgió poco después de la crisis del 2001, aquella por la que Argentina se «latinoamericanizó», decían, por el empobrecimiento y el aumento de la violencia. El caso es que, como reza el subtítulo del diario satírico, Barcelona se convirtió en un refugio para muchos argentinos. Recuerdo acudir al Festival de Teatro en la calle de Tárrega en sus ediciones de 2004 y 2005 y comprobar el afianzamiento de saltimbanquis y compañías teatrales argentinas.

Pues ahí lo tienen. Cataluña lleva más de una década en contacto directo con este pueblo protestón y teatrero. Lógico es que se haya contagiado de su espíritu y de su habilidad para la movilización y confección de insignias y pancartas. Habrá que pedir responsabilidades a los argentinos, que durante esta crisis nuestra solo se han ocupado de enseñar al sector catalán el arte de la protesta y de echar balones fuera. Esta línea argumental no es sino un absurdo, como tantas otras que leemos estos días y que no pretenden ser sino una sencilla broma. Con todo, esperemos que al menos Buenos Aires se convierta en la solución latinoamericana para todos los españoles si la cosa no mejora