El jacetano Rafael Andolz viajó en los años cuarenta por el País Vasco y Castilla. Estaba inmerso en sus estudios en el seminario para formarse como sacerdote. En ese momento descubrió, con sorpresa, que la lengua en la que hablaba, que él creía castellano, era muy diferente a la del resto de las personas. «De golpe me di cuenta de que nadie me entendía», explicó. Y posiblemente este descubrimiento le llevó a culminar uno de los proyectos lexicográficos más importantes de la comunidad con la publicación en 1977 de un diccionario aragonés-castellano castellano-aragonés que todavía es una referencia ineludible por su amplitud.

Andolz murió en Huesca hace 20 años y para recuperar su figura se ha publicado un semblante biográfico en la editorial Aladrada en el que se incide especialmente en su figura como antropólogo. Y eso a pesar de que carecía de formación específica. «No era profesor universitario, aunque sus conocimientos eran enormes por haber estudiado con los jesuitas, eso hizo que estuviera mal visto en la academia», reconoce Paz Ríos, autora de la publicación junto con Francho Nagore.

La recogida de material para su obra magna comenzó pronto. Siempre en solitario, iba anotando las definiciones en pequeñas libretas o incluso en sus paquetes de tabaco. En los años 60 se recorrió en coche casi todos los pueblos del Altoaragón compilando más de 30.000 entradas. «Esto es el cuento de nunca acabar», dijo durante de la transcripción del material.

PIONERO

La publicación ha tenido cinco ediciones en las que se ha ido ampliando y mejorando. Muchos especialistas consideran que es una obra sin superar, a pesar de las limitaciones de su nacimiento. «Fue un pionero en su campo», señala Ríos.

Y como compilador de la tradición oral destacan obras como El humor altoaragonés (1988), El nacer en Aragón: mitos y costumbres (1991), El casamiento en Aragón: mitos y costumbres (1993), Cuentos del Pirineo para niños y adultos (1995). Con notable ligereza abordaba asuntos que iban quedando relegados al olvido. Su condición de sacerdote hacía que sus informantes se expresaran con libertad. «Tenía las puertas abiertas de todas las casas», recuerda. Una de sus publicaciones, Hechos y dichos del guiñote, de 1993, sorprendió por el enfoque que ofrecía sobre una manifestación popular aparentemente menor.

«Cuando se jubiló tuvo campo libre para recorrer todas las comarcas aragoneses y trabajó hasta el último momento de su vida», incide Ríos. Entre sus logros también destaca la recuperación de personajes como el bandido Cucaracha, mosén Bruno Fierro o Fermín Arrudi.

En sus obras recogía una gran parte de la cultura popular, prestando atención a las costumbres, los dichos, los mitos o las anécdotas, por triviales que fueran. Redactó varios tomos centrados en los ciclos de la vida y también en el paso de las estaciones. Analizó el mal de ojos, las labores del campo o las conversaciones que se tenían al lado de una hoguera. Con el tiempo otros historiadores se han valido de sus trabajos para construir sus obras, algo que su biógrafa critica al considerar que no se le ha citado lo suficiente ni se le han reconocido sus logros. En el ámbito de la ficción publicó la novela Fanlo en la que reconstruía la vida en un pueblo abandonado del Pirineo, prestando una atención muy temprana, ya en 1996, a un problema de total actualidad.

Como religioso, fue uno de los primeros curas en oficiar misas en aragonés tras la dictadura franquista. Además fue uno de los fundadores del Consello d’a Fabla Aragonesa y miembro del Instituto de Estudios Altoraragoneses. Dominaba siete lenguas y ofreció innumerables charlas en institutos y centros culturales, En los últimos años de su vida vivió una notable fama debido a sus intervenciones en la radio.