«En estas calles cabemos todos: desde los anarquistas a los beatos». Carlos Calvo es una de las referencias de La Magdalena. O al menos el quiosco que regenta: Quiteria Martín es el centro de todo. «Entre todos le hemos dado a esta zona un toque diferente», asegura, sobre todo después de que en los años ochenta se conviertiera en un foco de marginalidad. Ahora considera que para completar las transformación se tiene que abrir la iglesia, en restauración desde hace mucho tiempo. «Una vez roto el estigma creo que las perspectivas son muy buenas», relata.

Quiteria Martín fue su abuela y la que puso en marcha una fábrica de caramelo, un tostadero y varias tiendas de baratijas por toda la ciudad. Pilar Lorengar fue una de las empleadas que envolvían caramelos. «Se hacía todo a mano, uno a uno», recuerda. Calvo recuerda con humor que los responsables de la planta le regañaban con frecuencia: «Más trabajar y menos cantar». Al final la soprano ganó un concurso de la radio y el resto fue llenar escenarios en todo el mundo. Con la llegada de los bazares orientales y las grandes superficies el negocio se tuvo que ir reinventando, pero sin perder su aspecto abarrotado lleno de curiosidades. «Una época estuve a punto de remodelar el escaparate, pero suerte que no lo hice», reconoce.

El antiguo local sobrevive con la venta de chucherías y juguetes, sobre todo tras la caída en picado de la venta de periódicos. «Mantengo la tienda como ha estado siempre, pero a veces la gente joven no entra porque piensan que es una especie de museo», lamenta.

El artista plástico Sergio Abraín, que ahora expone en La Lonja, se encargó de restaurar la fachada. Porque en la Quiteria Martín los músicos, pintores y personas de ralea similar siempre tienen un espacio disponible. Se han hecho exposiciones y se han grabado videoclips. También se han gestado fancines y gran parte de la contracultura de la ciudad tiene la tienda como una referencia ineludible, «Tenemos que mantener la vida callejera, es lo que nos hace diferentes», defiende Calvo.