El mayo de 1968 estaba al caer y París era un hervidero. Una de las personas que se organizaba en sus calles era Tomás Ibáñez. Un zaragozano que debido al franquismo pasó clandestinamente a Francia junto a su madre. Y en ese clima participó en la creación de un símbolo que todavía puede verse en las paredes de medio mundo. Un círculo negro con una letra A en su interior. Convencido militante libertario, regresó a España para participar en la reconstrucción de la CNT tras la muerte del dictador Francisco Franco.

Ibáñez en la actualidad tiene 74 años. Vive en Barcelona, pues hasta su jubilación fue catedrático de Psicología Social en la universidad autónoma de la ciudad. Recuerda que en el año 1964 el movimiento anarquista parisino estaba en una etapa de dispersión en un gran número de grupos. Y que era necesario actuar. «Se me ocurrió la idea de proponer una forma común de visibilizar que todos esos fragmentos participaban de una misma sensibilidad», señala.

La propuesta gráfica, que fue rápidamente aceptada por sus compañeros de militancia, se presentó en público en abril de ese mismo año. Se publicó a toda página en la portada del boletín informativo Jeunes libertaires. «En esa fecha no nació propiamente un símbolo, tan solo vio la luz un determinado planteamiento y un dibujo particular», indica con modestia.

Rápida aceptación

La aceptación de ese «grito gráfico», como lo denomina Ibáñez, fue inmediata. «De repente miles de manos lo dibujaron en paredes de todo el mundo», recuerda. Y tanto que cuajó. Pegatinas, banderas, grafitis. Al círculo se le vincula con propuestas anteriores que se vieron incluso en la guerra civil o publicaciones masónicas. «La letras en un círculo no tiene pues nombre y apellido sino que es una creación anónima engendrada colectivamente», asume satisfecho.

Ibáñez descubrió el pensamiento ácrata durante su adolescencia en Marsella. El influjo de su madre fue fundamental, «Ella activa militante anarquista zaragozana, que buscó refugio en el país vecino», explica. De hecho, la capital aragonesa en los años cuarenta, recién terminada la guerra civil, aún era un hormiguero de ideas de cambio amenazadas por la bota negra del franquismo.

Uno de los periodos más representativos de su vida fueron las revueltas estudiantiles que vivió en primera persona y en posiciones muy avanzadas. «Los recuerdos son innumerables y entrañables, pero ciñéndome a uno de los más importantes mencionaré la inolvidable experiencia de mayo del 68, donde pocos años antes había formado una diminuta asociación de estudiantes anarquistas», admite.

Y a pesar de lo que pueda parecer, todavía conserva esperanzas en un cambio social que siempre ha anhelado. Pero siempre desde lo modesto. «Los espacios en los que esté presente el movimiento libertario serán aquellos, pequeños o grandes, que él mismo sea capaz de crear», indica. Por este motivo se muestra crítico ante la gestión de izquierdas en los consistorios de Zaragoza y Barcelona. «Probablemente sea una oportunidad perdida», señala.

Ibáñez celebra la «relativa marginación» de los ideales ácratas propiciada desde las actuales instituciones municipales. «Las actuaciones de los poderes públicos tienden a trasformar las expresiones libertarias en meros objetos de consumo y en anticuadas piezas de museo, cuando no en simples coartadas para aparentar progresismo», manifiesta.

Y como observador de la realidad, otro de sus focos de atención es el proceso independentista catalán. Una de sus últimas publicaciones es un libro colectivo con un título que deja claras sus intenciones: No le deseo un Estado a nadie. «No veo una salida propiamente de izquierdas al choque entre los dos nacionalismos», indica, aunque sí augura que se acabará arbitrando una solución «que requerirá necesariamente una confluencia de las izquierdas no extremas y de las derechas moderadas».

Alegría y esperanza

Los libros de Ibáñez se han publicado y traducido en multitud de países. Sus conferencias se suelen llenar de estudiantes al difundir la idea de que el sentimiento ácrata es un pensamiento alcanzable y tangible. O al menos tan presente en la actualidad como las pintadas que llenan muchas calles. ¿Y qué siente cuándo las ve? «Alegría y esperanza a la par, he de reconocer que siempre me alegra comprobar que en casi todos los rincones del mundo se expresan jóvenes que comparten valores libertarios pese a la potencia de esa máquina apisonadora que es el pensamiento único», celebra.