«Los cementerios están llenos de fraudes», escribió el poeta argentino Roberto Juarroz. Y su estupor ante la muerte sirvió como introducción a un recorrido fúnebre que congregó el viernes en el cementerio de Torrero a un puñado de valientes. Guiados por las voces de antiguos poetas se introdujeron entre las tumbas mientras la noche tomaba los huecos entre las viejas lápidas. Ojo, que de fondo se escuchaba el ensayo de una cofradía y la cosa era más tétrica de lo previsto.

La velada fue organizada por la librería La Pantera Rossa y por la agencia de comunicación Resón. Está inmersa dentro de unas jornadas en el barrio con las que proponen convertir las convocatorias en una forma de convivencia entre el vecindario gracias a la tolerancia, la cultura y la diversidad. «El cementerio es un lugar clave para el barrio, para bien y para mal es un espacio importante en la vida de todas las personas», expresa como organizadora María Arbués ante la elección del escenario. Que sea en el camposanto también les permite un acercamiento lúdico a la idea de la muerte y permite difundir el monumento. «Torrero no tendría que ser un lugar asociado al dolor, pues está lleno de historia, de arte y de memoria», narra.

El grupo es heterogéneo, como bien sabía Edgar Lee Masters cuando recopiló los epitafios de la colina de Spoon River. Un motero luce una premonitoria calavera en su cazadora. Unos pocos niños. Un perro. Charlan de forma animada hasta que, de repente, se hace un silencio sepulcral. Habla el poeta en el centro de la plaza de la Paz, en la parte vieja del complejo. «Sabemos que el dinero no ha sido devuelto», lee en uno de los textos.

Tradición romántica

Los cipreses se agitan por efecto del cierzo y se escucha una molesta sirena de ambulancia proveniente de la Z-30. «No todo el contenido es trágico, doloroso o desesperado, también hay reflexiones sobre la muerte que no se hacen desde lo luctuoso», indica el poeta Daniel Rabanaque. Un filón para recorrer tumbas está en la tradición romántica, llena de huesos, tormentas, noches desoladas, esqueletos y muertes teatrales.

El norteamericano Fritz Leiber es el autor de un texto que reza: «Hay un susurro detrás de las paredes». Sobrecogen sus referencias a los dientes, a la garras, a las sombras que susurran. «Que los habitantes de la casa cierren sus oídos / que crujan los cerrojos y chillen puertas que se cierran» se escucha junto a las cruces y los ramos secos. Al final un aplauso tímido, como fuera de lugar, como cuando terminan las bodas por la iglesia y los invitados no saben lo que hacer. La junta municipal del distrito de Torrero ha colaborado en la organización y ha gestionado los permisos necesarios para el recorrido. Los rapsodas acuden a la cita con respeto, conscientes de que están en un lugar de culto. «A la hora de seleccionar los textos hemos cuidado al máximo el respeto al espacio, a los difuntos y a las sensibilidades actuales», indican. Y al mismo tiempo, saben que esta actividad permite recuperar un recinto generalmente abandonado, pues los nuevos tanatorios han desviado la circulación del público a la parte nueva. A pesar de los esfuerzos por señalizar rutas relacionadas con el patrimonio, los visitantes solo acuden con mirada de turistas los meses de noviembre.

Entre parada y parada en el recorrido, sorteando nichos, la niña se queda embobada ante la profusión de brillos, fotos, estrellas y figuritas frente a la lápida de una familia gitana. Se queda algo descolgada del grupo principal y echa a correr para alcanzarlos. Nunca se sabe con los espíritus.

Memoria histórica

El grupo también se detiene frente al monumento a los caídos por la libertad. La pasada semana una de las sesiones del ciclo se celebró en la casa de la Memoria Histórica del barrio, recién recuperada para las asociaciones que trabajan por mantener vivo el pasado reciente. Allí las voces que se escucharon no llegaron de ultratumba, pues fueron truncadas por el exilio.

De entre las tumbas surgen extravagantes personajes. Visten ropas pasadas de moda, por lo que hace tiempo que debieron de ser enterrados. El teatro comunitario de San José colabora en la visita poniendo en escena algunos extractos de los Crímenes Ejemplares de Max Aub. Las risas vuelven a ser nerviosas. «Lo maté por no darle un disgusto», afirma uno de los personajes a ritmo de mambo. «Estamos muy satisfechos por la respuesta del público, cuando invitamos a recitar a los asistentes muchos se animan a ser poetas por un día, pues a muchos de ellos nunca se les había animado a hacerlo, es lo que más nos alegra», celebra Arbués.

El frío, el miedo y la oscuridad hacen que el grupo se una cada vez más. Ante la fosa común reflexionan con las palabras de José Ángel Valente y Alejandra Pizarnik sobre la resurrección y la oscuridad. Ya hace falta una linterna para leer los renglones. Los aplausos ya no se escatiman. Una de las asistentes recita un poema de locura y dolor de Leopoldo María Panero. Si alguien se aleja del grupo descubrirá aterrado que el rumor de los tambores suena igual que unos pasos persiguiéndolo.