Pablo Conesa tiene 42 años y es profesor de francés de secundaria. A pesar que desde que tiene 14 años es socio de Greenpeace y siempre ha sido consciente de la situación como «algo cercano», no había sido activista hasta hace un par de años. «Antes de estar en la Alianza ya había empezado a moverme de manera más individual porque esto del cambio climático me inquieta desde hace años».

Conesa empezó escribiendo cartas y mensajes a los diputados, a los ayuntamientos y a los diferentes medios de comunicación mientras publicaba en su blog personal «ideas de cómo actuar por el clima».

El cambio hacia una mayor implicación fue a principio de este año con Greta Thunberg. «Me impactaron sus videos porque una niña de 15 años era capaz de salir a la calle sola y pensé que yo como adulto tenía que implicarme en esto». A partir de este momento, Conesa encargó sus propias pancartas en las que se podía leer «cambio climático, medidas urgentes y ambiciosas ya» o «No hay planeta B». Con ellas salía, sin necesidad de ponerse de acuerdo con cientos de personas con un única finalidad «que la crisis climática esté presente en el día a día de la ciudad y de los cuidadanos y que no se obvie». A raíz de estas manifestaciones individuales, empezó a conocer a gente que estaba preocupada por la crisis climática y que estaba actuando por lo que decidió trabajar con ellos y luchar «a un nivel de grupo».

Como docente, Conesa propuso en el instituto en el que trabajaba hace unos años unas tutorías de educación ambiental y que se instaurara un sistema de reciclado «llevado por los alumnos». Esta buena acogida le impulsó para seguir adelante porque desde la educación «los profesores y los padres y madres tenemos mucha capacidad de influir positivamente en este cambio tan necesario».

Conesa es el claro ejemplo de que estas reivindicaciones no solo se llevan a cabo por gente joven, sino que a pesar de que hace 30 años esto ya se sabía pero se «consideraba lejano», ahora los adultos se han terminado contagiando «de este movimiento social».