El tiempo y la experiencia afirman que si hay algo o alguien que permanece en la vida es la familia. Y si hay un lugar que expresa este término en Zaragoza es el Mercado Central. Un espacio que no ha parado de acoger a familias desde 1903, año en el que los bisabuelos de Pilar comenzaban su andadura en la lonja histórica de la capital aragonesa. Una trayectoria que, 117 años después, su bisnieta ha seguido.

Bajo el letrero Frutas Furruchagas, Pilar atiende a los primeros clientes del día. Seis peras, un par de kiwis, medio melón, judías verdes, son algunos de los alimentos que una clienta le recita a Pilar, quien con rapidez y delicadeza coge las frutas y verduras, mientras la señora le pone al día con sus últimas noticias. Al mismo tiempo, el marido de Pilar, Julio, atiende a otras personas por el otro lado del puesto. Coger frutas, a la balanza, a la bolsa, coger verdura, dar ticket, cobrar. El matrimonio se desenvuelve como si estuvieran en su casa. Al final, el puesto familiar en el mercado ha sido la base para formar su hogar.

Julio, de Frutas Furruchagas. Toda una vida de detallista / CARLOS GIL-ROIG

«Trabajaba en hostelería y conocí a quien hoy es mi mujer. Cuando decidimos casarnos, la familia de mi mujer me propuso un puesto para que dejara la hostelería y siguiera de frutero», narra el verdulero, como se decía anteriormente, que tras hacer unas pruebas decidió aventurarse a la vida de detallista del Mercado Central. Mientras los clientes no paran de recorrerse de arriba abajo los pasillos, la sencillez de Julio sale aún más a la luz reconociendo que su mujer es «la verdadera frutera», la cuarta generación. Sus suegros, ellos y ahora su hija han sido y son los protagonistas de este puesto.

Pilar ya ha terminado de atender a su clienta y ya tiene otra lista con la que cumplir. Una pareja observa los productos del expositor y van eligiendo qué comprar. Porque, como dice Julio, nada mejor que el mercado de toda la vida donde el cliente ve el artículo y su frutero de confianza se lo sirve. «Es una ventaja para el cliente», afirma Julio. El matrimonio sabe que cuidar al cliente es lo más importante. Una lección que los años le han permitido aprender y que se hace visible cuando se observa a Pilar dar a probar una mandarina o una fresa para que puedan decantarse si comprar o no. Ellos han comprado, la frutera, sin duda, conoce bien su género.

Como profesionales que saben lo que es descargar los productos a base de espalda y trabajar sin cámaras de frío, Julio vive hoy un sueño con la inauguración del reformado Mercado de Lanuza. Quienes entren a la lonja van a ver su «grandísimo y precioso» puesto, describe el frutero con emoción. Una emoción que es más visible en su rostro cuando habla de la satisfacción que es trabajar con su mujer y ahora con su hija y de la comodidad que van a encontrar los compradores. «Todo por el cliente. Es lo mejor que tenemos», concluye Julio.

Como la familia de Pilar y Julio, el Mercado Central también ha sido el lugar donde la familia Rezusta ha desarrollado su actividad y gran parte de su vida. Porque afirmar que el mercado es un espacio de familias es sostener que es un lugar de legado. Con la madre de Sofía y sus tíos vino la creación de la empresa Hermanos Rezusta, dedicada a la distribución de alimentación y bebidas en Zaragoza, con presencia a lo largo del tiempo en varios mercados de la ciudad y, cómo no, en el Mercado Central. Han pasado concesión, tras concesión, como si de una carrera de fondo se tratase, y a cada relevo, una innovación.

Sofía, de Hermanos Rezusta, una empresa familiar / CARLOS GIL-ROIG

El pasillo del mercado provisional se queda pequeño para los clientes que esperan comprar las olivas verdes, negras, latas de conservas, salazones, entre otros productos. Un cazo tras otro. Sofía, vestida con su delantal a rayas verdes y negras, no para de rellenar recipientes. Un gran motivo de que haya un círculo alrededor de su puesto es que por encima de servir encurtidos o conservas, Sofía sirve amabilidad y trato al cliente. «Al final ya conoces lo que le gusta a uno u a otro. Se consigue confianza y complicidad con el cliente. Cada uno somos diferentes, conocernos todos y que la gente se vaya contenta es lo que me llena», declara Sofía, para quien gran parte de sus recuerdos tienen como escenario el Mercado Central. «Como mis padres trabajaban aquí, venía a verlos y, si daba mal, mi madre me daba un puñado de olivas para estar entretenida. O les ayudabas a colocar un pedido que había llegado o te mandaban a comprar por el mismo mercado», relata esta detallista que, como muchos de los actuales comerciantes, ha mamado la vida de mercado.

Aunque Sofía es la cara del puesto en esta joya arquitectónica cuenta con el abrazo de su familia. Sus hermanos y primos están esparcidos entre las diferentes áreas de la empresa, pero siempre hay algún miembro de la familia que viene a echarle una mano conscientes de que es «ella es la que hace el esfuerzo de estar todos los días», señala su prima, que prefiere quedarse en un segundo plano para que Sofía sea la protagonista de esta historia. La pieza clave para el engranaje familiar es el respeto al trabajo del otro y las raíces. Saben de dónde vienen y a dónde quieren ir. «Queremos seguir creciendo. Al igual que nuestros padres se supieron reinventar y supieron ser cada día más grandes, nosotros queremos ser más completos, más grandes y dar más servicios», afirman las primas. Una dirección que seguir en las nuevas instalaciones del mercado, que se convierte desde hoy en cuna de sueños alcanzados.

Convertir un puesto de la emblemática lonja en un espacio donde preparar y servir comida casera era el sueño de Carmen. Una ambición en la que no podía faltar su familia. «Había un sueño familiar: un negocio de cocina de casa», explica ilusionada la gerente de Pollería Mama Tere -como llaman a su madre. Y como su nombre bien indica, la madre de Carmen, también detallista en este mercado, fue el comienzo de su trayectoria en el que sigue siendo su lugar de trabajo. Como toda madre, la animó a cogerse un puesto que se quedaba libre y la valentía y la visión de Carmen hicieron el resto. «Esto empezó en el año 2010 en plena crisis, pero aún así lo cogimos. Mi idea era aguantar este puesto para lo que va a venir ahora porque sabía que un día u otro había que reformar», cuenta Carmen.

Carmen, de Charcutería Carmen. Historia de superación / CARLOS GIL-ROIG

Carmen lleva tiempo preparándose para este día. Ella y una de sus hermanas aprovechaban los festivos en Zaragoza para ir a otras ciudades con lonjas conocidas para observar, tomar notar, hablar con otros detallistas, con el fin de plasmar lo que en su mente cocinaba. Un puesto de comida casera asequible para todos; un puesto que reuniese a su madre y a sus hermanas para trabajar todas juntas. Una de sus hermanas no se pudo negar «porque somos iguales y nos encanta esto», dice riéndose Carmen, y al final, sueño cumplido. Un puesto para pollería y otro de platos cocinados, que realizan en uno de los obradores de abajo para servir directamente en la vitrina.

EVOLUCIÓN. Una de las cosas que más enorgullece a Carmen es su evolución. Desde la nueva imagen, la modernización guardando la tradición y la creación de empleo. Cuatro son las mujeres que se encuentran detrás de los dos expositores que la pollería tenía en el mercado provisional. Una corta pechuga de pollo, otra prepara salchichas, su hija mayor, otra prepara las brochetas de alas adobadas para un cliente y Carmen, que atiende a otra mujer. Ochos manos que se quedan cortas conforme los clientes se van juntando en el puesto. Ellos, sus clientes, son quienes centran la preocupación de Carmen. De ellos destaca «la fidelidad y confianza que tienen en ti y esto genera una responsabilidad porque estás dándoles de comer», expresa. Ella quiere estar a la altura de las expectativas generadas en torno al Mercado Central.

Además de hacerse cargo de su puesto, a los cinco años de entrar al mercado, esta detallista era elegida por sus compañeros para entrar en la junta directiva del Mercado Central. Ha vivido en primera fila la lucha por la anhelada reforma de la cual hoy se ven sus frutos. Quizás el mayor y como bien hace hincapié Carmen: «el apoyo de la gente». «La gente entendió que o nos uníamos o no teníamos futuro», cuenta.

Precisamente, el apoyo entre compañeros fue lo que permitió a Carmen de Charcutería Carmen hacerse un hueco en el mercado. Tras la joven que corta con sumo cuidado y profesionalidad el jamón que le pide una consumidora, se encuentra una historia de superación. Aunque parte de su clientela aún se sorprende al conocer su nacionalidad, esta detallista rumana salió de su pueblo con el único objetivo de pasar el verano con su novio, que ya vivía en Zaragoza. Pero el aburrimiento de estar sin hacer nada, la llevo a pedirle a su pareja que le buscase algún trabajo. Y de un trabajo a otro, Carmen acabó en uno de los puestos de frutería del Mercado Central. De esto, hace 12 años.

Y de la frutería a la charcutería, una jubilación, el trabajo de Carmen y los ánimos de los detallistas, culpables. «Los compañeros fueron quienes le propusieron a Arturo (exdueño de la charcutería) que me cogiera. El frutero que tenía al lado y un carnicero le dijeron que trabajaba y me apañaba muy bien», explica la detallista con una expresión feliz.

METAS CUMPLIDAS. La joven cuenta su historia con plena satisfacción. «En la vida pensé todo esto», manifiesta. Aprender los productos y sus precios, a cómo cortar, cómo manejar las máquinas y los cuchillos, mantener, junto a su marido, el hogar, a su hijo de tres años, y generar empleo. Todo metas cumplidas en la vida de Carmen. Sus padres también se sorprenden de cómo su hija que salió con 18 años destino a España ha podido labrarse una vida con su puesto en el Mercado Central.

Desde entonces, el apoyo de sus clientes no ha faltado. La charcutera explica cómo ha aumentado la clientela en el mercado provisional y cómo ha visto a familias jóvenes acudir a la lonja y a su puesto. Carmen conoce la importancia de fidelizar a los clientes de siempre, al mismo tiempo que atraer a nuevos consumidores. Cuidarles es uno de los objetivos que Carmen no olvida. Sin dejar de transmitir su regocijo, la joven cuenta cómo ofrece detalles a sus clientes, como bolsas de tela o algunos productos cuando han llegado a cierta cuantía de compra. Y al cuidado suma facilidad, como otros detallistas, Carmen prepara los pedidos que sus clientes le envían por Whatsapp. «Mira, ahora me ha llegado un mensaje. Es una clienta del antiguo dueño y vienen sus hijos también», pronuncia mientras enseña el móvil.

«Todo lo que he hecho lo he hecho yo con el apoyo de mi marido», repite la charcutera, quien enfatiza el respaldo de sus compañeros de charcutería, explicando que para ella no hay competitividad; quiere que todos saquen adelante sus puestos y su familia.

Al final, el tiempo y la experiencia han reafirmado a estos cuatro detallistas que el mercado es más que un trabajo. No solo les permite sostener a sus familias, si no que les ha regalado otra familia, la familia del Mercado Central de Zaragoza.