Estos días están llenos de cifras. Los que mueren, los que se curan, los contagios... Pero, detrás de todas hay vidas. Hace días que Antonio de la Vega, coordinador de la Obra Social del Carmen de Zaragoza, me soltó una que cambió estas páginas, que se me quedó grabada. La de las 500 personas que no tienen un hogar en el que quedarse, según el último censo de Cruz Roja. Las entidades sociales hacen la cuenta peinando en una noche la ciudad. Juntas. Y ni siquiera es un número exacto. Ahora, lo que más miedo les da es «lo que vendrá».

Lo dice Chus Martínez, de Cruz Blanca y secretaria de la Coordinadora de Personas sin Hogar de Zaragoza. Ella, como muchos, lleva días librando batallas. Le preocupan los más vulnerables, los que están fuera del sistema. Se han desdoblado esfuerzos. «Hay gente a la que no puedes sacar de un cajero o de una nave en la que guarda lo poco que tiene», dice Chus. Me cuenta que Cruz Roja se preocupa de saber dónde están para que, al menos, no salgan de ahí, para llevarles comida. Pero, cada día, es una nueva necesidad que ellos necesitan visibilizar. Han estado enviando informes al ayuntamiento para pedir, por ejemplo, que se abrieran duchas. Les han escuchado y el lunes estarán disponibles las del polideportivo de Santo Domingo y la lavandería social de Centro Alma. Su siguiente batalla son los baños. «Los necesitamos; hay gente que vive en la calle, gente a la que no podemos sacar de ahí».

Lo intentan. Claro que lo intentan. A veces, porque quienes viven en la calle no conocen otro sitio. Estos días, porque la situación lo ha complicado todo. «Ahora, al parecer, el Albergue municipal ya tendrá test». Hasta ahora no los han tenido. «A quien quería entrar se le pedía una prueba de Covid negativo, para no contagiar a los de dentro. Pero no había pruebas disponibles». Era la pescadilla que se mordía la cola.

«Un día llegó una pareja: él, en silla de ruedas, ella con un andador... Hay casos que te rompen el alma». A ellos, Chus consiguió darles una solución. «Pero el riesgo no son solo las personas sin hogar sino quien se va a incorporar a esa brecha».

Bondad Pardo, de la Fundación San Blas, dice lo mismo. «Muchas fuentes han estado cerradas y aquí tenemos que darnos cuenta de que hay muchos fuera del sistema. ¿Dónde va a conseguir esa gente agua?» Y, como ella, muchos, en lo social, se hacen mil preguntas. Pero también centran su energía en solucionar el día.

En la Fundación La Caridad han pasado de repartir 700 a 1.500 comidas de ayuda a domicilio. Mucho trabajo, con el dolor añadido de tener a parte de sus trabajadores en un ERTE, como explica Daniel Gimeno, su director. Aún así, están al pie del cañón en servicios como El Encuentro, para personas sin hogar con patologías asociadas. «Mi angustia es no saber qué va a pasar».

Susana Ausina, de las Hijas de la Caridad, le llama preocupación. Es una de esas personas que habla sonriendo. Le digo que, con todo el respeto, no suena a monja. Bromea como respuesta: «es que soy de la secreta». Las Hijas de la Caridad reparten medio centenar de desayunos diarios y comidas, gracias a empresas como Castillo de Bonavia o La Bunganvilla. Allí no ha llegado hasta ahora la ayuda del Banco de Alimentos. «Estuvieron cerrados al principio y luego todo ha llevado un tiempo, pero van a darnos productos». Las personas como ella son generosas hasta en sus opiniones. La realidad --no hace falta que la diga Susana-- es que un grupo de exalumnos de un colegio de Zaragoza costea estos desayunos. Lo hace porque la ayuda no llegaba. Porque el sistema a veces es lento. Me acuerdo del deseo de Chus. Lo pidió cuando hablé con ella: «Que las administraciones públicas se sienten a hablar. Que se dejen de competencias. A las entidades sociales nos van a tener siempre al pie del cañón».