La hibernación de las economías adoptada de forma más o menos severa por todos los países del mundo indujo una contracción simultánea tanto de la oferta como de la demanda. De hecho, los denominados sectores no esenciales directamente vieron volatilizar su actividad, pues las limitaciones a la movilidad de los consumidores motivaron que estos solo pudieran acceder a bienes que no son de primera necesidad casi exclusivamente a través de canales digitales.

Superada, confiemos en ello, la fase más crítica de la pandemia, el panorama económico que dibuja el consenso de previsiones publicadas no llama precisamente al optimismo. En el caso de España, las previsiones auguran una caída de dos dígitos en el PIB nacional -la contracción en el primer trimestre ha sido de un 5,2%-, en tanto que la tasa de desempleo podría alcanzar el 20% (por cuarta vez en 40 años) que, de cronificarse, será un segundo impacto negativo sobre el consumo, principal motor de crecimiento económico en España. El escenario para la economía aragonesa es solo ligeramente menos dramático.

A pesar del lúgubre panorama anterior, todas las previsiones contienen una amplia horquilla en las predicciones. La materialización de un escenario más o menos benevolente -esto es, que las economías española y aragonesa experimenten otra década perdida, como la que aconteció tras la Gran Recesión de 2008- dependerá, fundamentalmente, de cómo evolucione la lucha sanitaria contra la pandemia, pero también será muy decisiva la reacción de la actividad económica tras la finalización del estado de alarma. Con otras palabras, el triunfo del peor escenario económico también depende de nosotros.

Y es que el desafío económico que impone la pandemia debe ser confrontado por todos los agentes económicos: administraciones públicas, empresas y consumidores. A continuación, voy a compartir unas breves reflexiones personales sobre el papel que con tal motivo puede desempeñar cada uno de ellos.

Las administraciones públicas pueden contribuir decisivamente a la recuperación de la senda de crecimiento. De un lado, a través de su capacidad para aprobar medidas paliativas que enfrenten las necesidades de los sectores productivos, sobre todo de los que con más virulencia están sufriendo los efectos de la crisis -fundamentalmente hostelería, turismo y comercio minorista-. Valga como ejemplo la necesidad de extender los ERTE por fuerza mayor hasta final de año a fin de evitar que se conviertan en ERE. De otro lado, mediante la aprobación de una batería de reformas estructurales que, sobre la base de la seguridad jurídica a medio plazo, sea capaz de pergeñar un marco normativo sobre el que construir el futuro económico de Aragón y del conjunto de España.

El desafío económico que impone la pandemia debe ser confrontado por todos los agentes económicos

Las empresas, por su parte, a pesar de que la viabilidad económica futura de muchas de ellas dependerá de que sean capaces de introducir cambios sustanciales en su modelo de negocio -la digitalización no es una opción, sino una necesidad-, pueden y deben jugar un papel fundamental en la recuperación. La fortaleza industrial y exportadora de Aragón ya ha demostrado cómo fue capaz de transformar el modelo productivo anterior a la crisis del 2008.

En este punto, creo sinceramente que debe ser enfatizado cómo grandes grupos empresariales que se fijaron en Aragón como una tierra donde crear riqueza mantienen sus proyectos de inversión. Bon Área, Amazon o las inversiones en energías renovables son tan solo una muestra de la confianza empresarial en el futuro de esta región. Al igual que la recuperación de la actividad de Feria de Zaragoza volverá a representar el atractivo económico de nuestra región en el panorama internacional.

Y, por último, la duración y la propia severidad de la crisis también dependerá del comportamiento que muestren los consumidores. Ciertamente muchas familias están viviendo la crisis económica en primera persona y muchos proyectos vitales se han truncado, especialmente los de otra generación de jóvenes que por primera vez acceden al mercado laboral. Justamente por ellos, quienes tengan la fortuna de que su capacidad adquisitiva no se haya visto mermada por la crisis deben mantener las decisiones de consumo que tuvieran tomadas antes del estallido de la pandemia. Como escribía líneas arriba, el motor económico de España es el consumo y obviamente quienes más pueden contribuir a la recuperación son aquellos ciudadanos que en menor medida hayan visto mermada su renta.

Son tiempos excepcionales y, precisamente por ello, la recuperación económica dependerá en gran medida de que, como sociedad, seamos capaces de aunar esfuerzos, de que todos los agentes económicos puedan volver a dar lo mejor de sí mismos. Como ciudadano y como empresario, sinceramente creo que vamos a estar a la altura. Nos va demasiado en ello. El futuro depende de nosotros.