Cuando el 14 de marzo se estableció el estado de alarma en España, todos los establecimientos que no fueran de primera necesidad se cerraron y también se redujeron las plantillas de trabajadores al mínimo para evitar la propagación del virus. Esta normativa también afectó a los voluntarios del Centro de Protección de Animales (CMPA) de Zaragoza, que no pudieron ir a sacar a pasear a los perros y todavía no pueden entrar al recinto.

Así lo explica Elena Miret, voluntaria en CMPA, que asegura que llevan desde mayo del año pasado aplicando restricciones desde el recinto municipal. Miret asegura que «no tiene nada que ver con la pandemia, que sólo ha sido una excusa útil, porque hace un año ya no podíamos entrar con libertad a los pasillos y ver cómo estaban los animales», comenta.

Al terminar el estado de alarma «escribimos para volver, cumpliendo el requisito de avisar con 24 horas de antelación, y nos dijeron que el servicio de Prevención de Riesgos del ayuntamiento mantenía vigente en el CMPA la prohibición de acceder a los voluntarios, y que, de momento, no nos necesitaban», explica Miret. Para ella, esta restricción es «una cortina de humo, porque en otras ciudades, como Madrid, los voluntarios ya han vuelto».

SIN ATENCIÓN / Las del centro zaragozano denuncian que los animales del centro no están atendidos correctamente y que el rechazo de la organización a que vuelvan está infundado. Según Miret, la razón de que no les dejen hacerlo empezó el pasado mes de septiembre «porque nos quejamos de que iban a eutanasiar un perro que iba a adoptar una compañera a pesar de que ella presentó una solicitud formal. Aun así lo eutanasiaron allí y decidieron que sin observación iba a ser mucho más sencillo».

Ya entonces, en ese mismo mes de septiembre, «nos quejamos a la concejalía de Protección Ciudadana que dirige Javier Rodrigo y nos readmitieron», añade Miret. Pero solo hasta febrero cuando la misma les prohibió el acceso y la actividad debido a una queja desde CCOO «diciendo que los trabajadores del CMPA no trabajaban en condiciones porque se sentían acosados por el colectivo animalista, y a la larga, nos cerraron el acceso», concluye Miret.

En el Centro de Protección Animal los voluntarios se ocupaban de sacar a pasear a los perros, actividad que les ayuda a «soltar el estrés», afirma Olga Frontera, otra voluntaria en el centro desde hace ocho años, y educadora canina. También se encargan de hacer un seguimiento de las adopciones para «evitar que cualquiera lo haga y acabe utilizándolo para peleas o cualquier cosa», explica Miret. Su compañera añade que durante las navidades sacaban algunos perros a la plaza del Pilar para «promocionarlos, y así luego se adoptaban más».

DENUNCIA / La denuncia se extiende al cuidado canino en el centro. Según Miret «no todos los veterinarios están haciendo su trabajo», además añade, que «de cuatro veterinarios que tiene el Centro de Protección Animal, tres de ellos durante el estado de alarma han estado tele trabajando». Pone de ejemplo el caso del rescate de más de 500 cachorros de un criadero ilegal en Maella. En el centro hay 65 canes, y otros 80 en la guardería Jaras, pero bajo su protección, y a ellos se les suman 200 cachorros de los más de 500.

Miret garantiza que el centro «no es capaz de cuidar a sus perros porque tiene 80 en una guardería externa. ¿Cómo es posible que de repente pueda hacerse cargo de 200 si los 65 que tienen en el CMPA no los tienen en condiciones adecuadas porque no los sacan de sus jaulas». Ante esta duda Miret responde con una rotunda respuesta. «obviamente no se hacen cargo, los han tenido en un almacén y ya está».

Según estas voluntarias, la propia directora de Protección Animal les confirmó que algunos de los 200 cachorros están contagiados de parvovirus, una bacteria tratable mediante «una vía constante y abierta de hidratación», indica Miret, que lamenta que «los tienen sin atender y contagiándose entre ellos al ritmo de la pólvora y un mes y medio después de que llegasen, se han muerto seis cachorros».

El otro problema al que se enfrentan los perros es el estrés, que «se cura haciendo ejercicio, no con ansiolíticos, como intentan en el centro», expone. «Si nadie los saca y se impide la entrada del voluntariado ese estrés no se salva», insiste. La educadora canina, Olga Frontera, explica la muerte de Mozart, un perro que se ahorcó con las vallas porque «están súper estresados al no poder correr, entonces empiezan a saltar y se enganchó».

Elena Miret, arquitecta además de voluntaria, añade que «el proveedor de los cerramientos de los cheniles (las jaulas donde están los animales) preguntó por qué habían puesto tan bajas las vallas, siendo que eran un requisito municipal, y nos dijo que él las vendía más altas porque deben serlo». Ella misma finaliza alegando que «la estancia allí es una agonía». Por último Frontera añade que «es una necesidad primaria socializar, estar con un humano, y ahora ni eso, están solos».

Frontera explica que «ahora que lo lleva el ayuntamiento, en vez de llevarlo gente que conoce a los canes, tira de bolsa de mantenimiento y hay mucha gente que les tiene miedo y no saben tratarlos». «Todos tenemos que comer y si tienes que coger un trabajo que no te guste, pues lo haces», reitera.

Elena Miret respalda la opinión de su compañera diciendo que «la falta de protección animal es la desidia». «Solicitamos con urgencia que nos dejen volver, da la impresión que lo toman como una afrenta hacia ellos», termina diciendo esta voluntaria, sin acceso al centro.