El precipitado desalojo del hotel San Valero de la calle Manifestación han dejado dos realidades: un edificio vacío en el centro de Zaragoza y un grupo de personas sin hogar acampadas en plena plaza del Pilar. Denuncian que les han dejado a la intemperie en plena ola de calor y amenazan con llevar sus tiendas, colchones y pertenencias frente a la casa consistorial. «Queremos que se nos vea, tenemos que ser visibles, no tiene sentido que nos quedemos escondidos», insiste el promotor de la iniciativa.

El desalojo del hotel San Valero se produjo el pasado 28 de julio. La veintena de okupas que se encontraban en su interior se negaron a cumplir los requerimientos judiciales y los enfrentamientos con la policía se saldaron con tres detenidos que fueron puestos en libertad pocas horas después. El promotor de esta okupación, Santiago Llanero (como se hace llamar) entró en el inmueble argumentando su derecho a tener un techo y que llevaba nueve años cerrado. El propietario es el llamado banco malo (la Sareb) y denuncian que sus activos provienen de la especulación inmobiliaria. «Han pensado que por sacarnos del hotel ibamos a desaparecer de la calle, se han equivocado», insiste.

La principal reivindicación es acceder a una vivienda social que les permita abandonar la calle, una petición en la que se ven arropados por entidades como la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) o Stop Desahucios.

Con la salida del inmueble se han dispersado la mitad de los inquilinos, que pasaron pocos días después por el edificio para recuperar sus pertenencias. Ahora quedan una decena, abigarrados bajo el porque de la plaza del Pilar que queda más cercano a la fuente de la Hispanidad. Están a pocos metros de la sede de los Servicios Sociales del Gobierno de Aragón, una entidad que consideran que no da respuesta a sus necesidades. «De vez en cuando pasa a una asistenta social», destacan. Algunos de ellos están tramitando la transformación de su Ingreso Aragónes de Inserción (IAI) por el nuevo Ingreso Mínimo Vital (IMV). Un cambio administrativo que no cambiará su precaria situación, según alertan.

SEGURIDAD / La elección del enclave para instalarse es en gran parte una respuesta al desalojo al que fueron sometidos. «Las autoridades municipales decidieron que no podían tener un edificio de personas sin hogar en el centro de la ciudad, pues ahora nos van a tener que ver todos los días», argumenta David Cabeza, uno de los transeúntes.

Además, destacan que el estar en la plaza del Pilar les proporciona seguridad, pues es una zona concurrida y fuera de las rutas habituales de las personas que salen de fiesta. La cercanía de la basílica y la presencia de turistas hace que sea un espacio en el que son poco probables las vejaciones o las agresiones.

Por el momento indican que no han tenido encontronazos con la Policía Local, aunque en un par de ocasiones han pasado por la zona para tomar fotografías y conocer sus circunstancias. «Le queremos dar un comunidad a Jorge Azcón, pues hace falta que todo el mundo conozca nuestra situación», expresa.

Los vecinos de la zona se muestran divididos sobre su presencia, algo que también sucedía cuando okupaban en la calle Manifestación. «Nosotros no somos personas en riesgo de exclusión, nosotros somos personas desmembradas de la sociedad», consideran. «Saben que estamos aquí, saben que nos vamos a quedar, pero nadie hace nada», destacan.

DEPENDENCIA / Algunas de las personas que encontró un refugio en el hotel San Valero y que han desaparecido del grupo que ahora acampa en la plaza del Pilar ha sido atendida por los servicios sociales o por organizaciones de caridad, ya que en algunos casos estaban en una situación de dependencia absoluta, Algo que también le pasa a Maikel, un ruso de edad avanzada que presenta descomposiciones y que se encuentra muy débil. En todo momento permanece tumbado sobre su colchón. «Existe gente que no aguanta la presión, algunos temen por su vida o no aguanta la inquietud de saber que podemos acabar en el calabozo», indica Cabezas.

«Estamos bien, tranquilos, aunque cansados porque vemos siempre lo mismo», destaca Santiago, otra de las personas que se encuentra en el campamento. Unos pocos libros sobre las ventanas del edificio, botes de gel y champú y algunas latas de comida son casi todas sus posesiones. Al preguntarle considera absurdo que los sacaran de un espacio cerrado para enfrentarlos al contagio del covid en plena calle.

«Somos conscientes de que cuesta explicar que hacemos aquí, pero necesitamos solidaridad para salir adelante», insiste Cabezas. Por eso pone su biografía como ejemplo de que las cosas se le pueden torcer a cualquiera. Nacido en Casetas, tenía un trabajo seguro como carnicero. Pero diferentes problemas familiares truncaron sus expectativas. Ahora lo que piden es un techo. «Esperemos que atiendan nuestras necesidades», resume Llanero.