Una larga tradición de cultivo, una dramática desaparición, un descubrimiento en un granero y varios meses de batalla legal son la cronología previa al último logro de la Asociación de Amigos del Melón de Torres de Berrellén: ser comercializado como marca registrada bajo el número 4.032.476. Tras argumentar la singularidad y propiedades del fruto torrero, los jueces han dado la razón en la lucha judicial por el nombre al Melón de Torres frente a la empresa levantina de frutas Torres. Con ello se pretende que pueda utilizarse la marca protegida en toda la comarca de la Ribera Alta del Ebro, siendo esto un paso firme para conseguir el certificado de Denominación de Origen.

Y es que hubo un tiempo en el que se conocía a la localidad de Torres de Berrellén como El pueblo de los Melones, debido a la notable exportación de este fruto que se realizaba desde él. Según cuentan los agricultores que pudieron cultivar el fruto, comerciantes valencianos y catalanes venían con el propósito de comprar los sabrosos melones autóctonos y venderlos con otras etiquetas. Por su importante tamaño --alrededor de cinco kilos, aunque podían llegar a los ocho--, su corteza dura y recia, que permitía una conservación natural de larga duración, y su piel asurcada, el melón de Torres gozaba de un prestigio sin igual. Pero algo pasó durante los años 50: las matas se secaron por causas desconocidas y dejaron de cultivarse de repente aquellos melones. El fruto que daba fama al pueblo se perdió en el olvido, quedando en la memoria colectiva como una de esas leyendas que los ancianos cuentan a los nietos.

Muchos años después, allá por el 2015, dos de aquellos niños que habían escuchado las viejas historias de los melones se propusieron recuperarlos. Chuma Sahún y Jesús Causapé fundaron la Asociación de Amigos del Melón de Torres y comenzaron a buscar los restos de aquel tesoro frutícola. Pidieron ayuda a los vecinos del pueblo y la implicación ciudadana llegó a buen puerto en un granero de la familia Ferrer, donde un agricultor que había intentado seguir cultivando el melón tenía guardadas semillas en un frasco de cristal.

Sin embargo, aquellas últimas semillas habían sufrido un proceso de hibridación, perdiendo la pureza que poseyó en su momento. El melón de Torres corresponde a la variedad Tendral, que a su vez se divide en dos clases: blanco y verde. Para los agricultores que cultivaron y probaron el viejo melón, la variedad verde es la «verdadera», y así la llaman en el pueblo. Y las semillas del Tendral verde son precisamente las que menos pureza han retenido con el avance del tiempo.

Consejo de sabios

Desde que naciera la asociación hace cinco años, ésta ha trabajado junto al Centro de Investigación y Tecnología Agroalimentaria de Aragón (CITA) para tratar de reducir el grado de hibridación de las semillas, además de colaborar también con el Ayuntamiento de Torres de Berrellén y el Instituto Geológico y Minero. Pero sin duda, la única forma de recuperar el sabor original es dándoselo a probar a quienes lo degustaron antes de su --casi-- desaparición. «El consejo de sabios», como los denomina cariñosamente Chuma Sahún, es un grupo de agricultores que vivieron los años en los que se cultivaba el melón de Torres. Con cada cosecha, los «sabios» eligen los frutos que más se acercan al lejano recuerdo, tomando sus semillas y depurando la hibridación. Además, estos agricultores aconsejan sobre las formas de cultivo, fechas de recolección, custodia de las semillas o la supervisión del fruto.

La semilla por la recuperación del melón ha crecido con fuerza en la localidad. Y es lo que Sahún y Causapé perseguían con este proyecto: «Volver a poner bien alto el nombre de Torres de Berrellén». Gracias al melón de Torres, ya marca registrada, lo están consiguiendo.