Ya no sonarán las jotas en la plaza del Pilar. Las calles no rebosarán de música y los trajes regionales no engalanarán las avenidas. Los faroles del Rosario de Cristal tampoco iluminarán la noche. Y el centro de Zaragoza ya no olerá a claveles durante días. Pocos se sorprendieron ayer cuando el Gobierno de Aragón, mediante un decreto, prohibió de forma oficial las fiestas del Pilar. Pero sí que ha supuesto un golpe de realidad para muchos que seguían fantaseando en su mente con una normalidad que no acaba de llegar.

«En términos literarios a esto le podríamos llamar Crónica de una muerte anunciada. El mundo jotero está muy triste, todos lo veíamos venir y sabíamos que no iba a haber fiestas, pero darse cuenta duele. Pero bueno, hay que ser optimista». Así se expresaba Natalia Arbués, dueña junto con su prima Noelia Laborda de la tienda de trajes regionales San Jorge, en la calle Santiago. En un año normal, sería ahora cuando estarían haciendo las entregas a sus clientes, pero como en verano los rebrotes no dieron tregua no llegaron los encargos. Nadie ha renovado sus trajes este año. «Esto está siendo un bofetón de órdago para el sector. Y más allá de eso, para los que nos vestimos y vivimos las fiestas desde pequeñas es muy triste. Pero bueno, hay que tener ilusión. Cuando pasa una desgracia como es normal pasar el luto, pero después hay que tirar para delante», aseguraba Arbués.

Y en una de estas para intentar tirar hacia delante, desde Indumentaria Aragonesa San Jorge van a lanzar un reto a través de sus redes sociales: «Vamos a pedir durante los nueve días de los pilares que la gente nos mande fotos vestidos con sus trajes. Pero no celebrando nada. Queremos que la gente se vista para ir a hacer la compra o para ir a recoger a sus hijos al colegio», explicaba con una gran sonrisa. Desde el día uno, cuando reabrieron tras el confinamiento, los maniquíes de su escaparate lucen mascarillas. «Es lo que toca. Aquí no entra el virus», ríen. En primavera, por cierto, confeccionaron cubrebocas para los hospitales.

Hace un año, cuando acabaron las últimas fiestas, nadie imaginaba que los honores a la Virgen del Pilar se tuvieran que llegar a suspender. «Me da muchísima pena -decía una mujer saliendo de rezar de la basílica del Pilar-. Para mí la Ofrenda es el acto más importante de todas las fiestas. Pero las circunstancias son las que son y la salud es lo más valioso. Con todo el dolor de mi corazón lo digo. Este año el homenaje a la Virgen se lo haré igual, pero desde casa y mentalmente».

Cuando ya se marchaba reculaba y se giraba. «Ah, y por cierto. A los jóvenes, por favor, respetad las medidas de seguridad. Sé lo que digo», espetaba. Según aclaró, un familiar suyo a fallecido por coronavirus. La plaza del Pilar es el centro neurálgico de unas fiestas que llevan su nombre. Durante estos días el movimiento a su al rededor ha comenzado a aumentar. Ya no es el desierto que era en agosto. Pero los comerciantes siguen padeciendo. «Que no va a haber fiestas ya lo sabíamos. Está todo el mundo triste, por no decir hasta los...», afirmaba la dueña de la tienda de recuerdos El Torico, en la calle Don Jaime I. Da el año por perdido, puesto que «los souvenirs se venden sobre todo de marzo a octubre». «Ni ha habido Semana Santa habrá fiestas del Pilar. Imagínate cómo están los ánimos. Sin turismo nosotros no tenemos nada que hacer», contaba.

Y sobre la Semana Santa hablaba también otra mujer, María Sanz, que acompañada de su madre paseaban por la plaza. «Soy del Bajo Aragón y no pudimos salir a tocar. Tampoco ha habido fiestas de San Roque y ha sido una pena. No escuchar a las peñas por la calle, la música, todo... Y ahora toca aquí. Ya sabíamos que no iba a haber fiestas, pero no deja de ser una tristeza», declaraba. Así que así será. Todos los pueblos de Aragón han pasado el verano sin fiestas. Y ahora le toca sufrirlo a la capital.