Decía ayer Jorge Azcón, el alcalde de Zaragoza, que no había que escuchar a los políticos sino a los científicos. La reflexión escondía la crítica por la falta de previsión que han tenido los gobiernos central y autonómico, de paso abría una puerta en otras direcciones que indagan los expertos, que entienden que no ha habido acierto en la gestión de las administraciones. Se apresuraron a celebrar la desescalada, dejaron crecer una especie de optimismo patológico en torno a un virus que estaba lejos de desaparecer y no pensaron en prevención ni consiguieron el buen funcionamiento del rastreo y la trazabilidad. Todo ello, entienden los científicos, les ha llevado al cierre perimetral de las capitales de Aragón. «Y eso no vale para nada en estos momentos, no tiene sentido», asegura Ignacio de Blas, investigador en epidemiología veterinaria y profesor del departamento de Patología Animal de la Universidad de Zaragoza.

«Si Alagón está igual de mal que Zaragoza, o Grañén que Huesca, o Cella que Teruel, ¿para qué vale? Un cierre de este tipo tiene sentido cuando tienes un foco localizado en un sitio como ocurrió con Ejea. Ahora el 70% de las zonas de salud tiene casos. En María de Huerva, por ejemplo, hay un montón. Y esa gente no trabaja en María, trabaja en Zaragoza», explica De Blas, que cree que el primer error para no entender el futuro tras la primera ola fue que «solo nos fueron diciendo noticias buenas: que la vacuna iba a llegar inmediatamente, que los anticuerpos duraban un montón, que no se transmitía por aerosoles...».

En conjunto, se tendía a pensar que en verano se acabaría la enfermedad, algún caso en otoño y poco más. «Pero los contagios estacionales tienen los picos máximos en enero, igual que ocurre con el resto de enfermedades respiratorias víricas. Es decir, ahora estamos empezando», afirma el veterinario.

En un sentido similar se expresó el director del Centro de Encefalopatías y Enfermedades Transmisibles Emergentes de la Universidad de Zaragoza, Juan José Badiola, seguro de que habrá «más pandemias mundiales, lo que le llevó a pedir a los responsables políticos «a aprender de lo que hemos hecho mal» ya que son «ellos» quienes han de adoptar medidas para evitar su propagación.

También coincidió Badiola en que los políticos deben dejar asesorarse por varios expertos antes de tomar las decisiones. Los dirigentes «ven lo inmediato», pero «les es difícil pensar en el futuro porque creen que esa no es su responsabilidad», cuando las pandemias son un problema «a largo plazo», que «no se pueden abordar con esa perspectiva tan corta». Es el caso de los confinamientos perimetrales, sobre los que expresó sus dudas «porque la ciudadanía puede seguir saliendo a la calle».

La falta de percepción del riesgo de la enfermedad por debajo de los 40 años, donde la mortalidad es prácticamente nula, se encuentra como una de las causas de momento. «Se dieron muchas buenas noticias. Tampoco es para tanto, se pensó. Y luego se han tomado medidas arbitrarias, como tener que hacer deporte con mascarilla, que no tiene sentido. Lo importante es llevar bien la mascarilla cuando hay que llevarla. Pero cuando pasa el tiempo, la gente se relaja y en cuanto se meten en un bar o en una casa donde no les ve nadie, la gente se la quita».

Las últimas medidas no tienen un efecto real en este momento, según De Blas. «Son como una señal de aviso de que vamos mal, un semáforo en rojo. Y el paso a nivel 3, un semáforo rojo gigante», explica el epidemiólogo, seguro de que algunas decisiones importantes no se tomarán, «como financiar la ventilación» en las aulas de los centros educativos. «Habría que pensar una inversión en ventilación, ya se ha invertido en otras cosas que valen para poco. La reducción de aforos está bien, pero si luego la gente se va a casa con los amigos, con menos control, menos distancia, sin ventilación... Hay que frenar el pico, que no llegue en noviembre y estemos en una meseta alta hasta febrero».

Los científicos insisten, sobre todo, en el rastreo y la trazabilidad. «No hay capacidad para hacer un rastreo intenso. Hay instalaciones y personal, pero fallan los suministros. Cuando no falla el palito, falla el kit de extracción u otra cosa. El radar covid no está funcionando y todos los contactos anónimos son imposibles de trazar. El 75% no sabemos de dónde vienen, si de un ascensor, de la calle o del tranvía», explica De Blas.

La esperanza está en la vacuna, que llega, que llega, dicen, pero que aún no está. Bueno, en Oxford aseguran que la tienen, pero no está testada ni aprobada. Y los epidemiólogos lo fían más largo que el ministro Illa, que la anunció para diciembre. «La Agencia Europea del Medicamento ha dicho que duda que pueda autorizar algo antes de marzo del 2021. Otra cosa es que se desmandara la letalidad y hubiese vacunaciones de emergencia, casi tratamientos compasivos para gente mayor y de muy alto riesgo. El 30% de las personas mayores de 80 años que enferma de covid, muere; hay que decir las cosas como son».

Pero primero tienen que superar las pruebas y luego el periodo de envase y distribución, más complejo de lo que parece al hablarse de millones de unidades. La empresa farmacéutica AstraZeneca afirma tener en torno a los 300 millones de dosis, «pero una cosa es que esté fabricada y otra envasada y distribuida». Es decir, «tienen el líquido, digamos, pero luego hay que pensar que cada dosis debe ir en su cajita. Hay problemas incluso de suministro de los botecitos, que tienen que ser de determinado cristal, completamente esterilizado… No es todo tan fácil. Sobre el papel queda muy bien, pero es optimismo patológico», remata Ignacio de Blas.