Jonathan Witmar Berreondo Noriega ha sido condenado a 20 años de prisión por un delito de asesinato por dar muerte a un transportista madrileño golpeándole con un martillo al menos 21 veces en la cabeza, en el conocido como crimen de la maleta, dado que plegó el cadáver como un equipaje para deshacerse de él.

El presidente del tribunal que juzgó al acusado la pasada semana, Mauricio Murillo, considera en la resolución que Berreondo cometió un delito de asesinato (que conlleva la agravante de alevosía o traición), pero no le aplica la de ensañamiento, dado que esta fue descartada por el jurado.

Los hechos se produjeron en el domicilio del acusado, ubicado en el barrio Oliver de Zaragoza. La sentencia condena también al acusado, que es insolvente, a indemnizar a la hija de la víctima con 100.000 euros; a los padres con 50.000 euros a cada uno; y a sus hermanos con 25.000 euros a cada uno. Le impone una medida de libertad vigilada durante diez años, tras el cumplimiento de la condena impuesta.

Se deshizo del martillo

La resolución está en línea con las conclusiones presentadas por la fiscal y el acusador particular, el letrado zaragozano José Luis Melguizo. El abogado de la defensa, Javier Cestero, que había pedido seis meses de cárcel por encubrimiento, anunció días atrás que recurrirá la sentencia.

El tribunal del jurado considera probado que el encuentro entre acusado y víctima se produjo el 14 de diciembre del 2018 después de que ambos se pusieran en contacto a través de la aplicación Wapo y que, tal y como determinan los informes forenses, la víctima murió de un traumatismo craneoencefálico al ser golpeado con un martillo sacaclavos con patas de cabra.

Igualmente considera probado que el acusado ocultó el cadáver, que se deshizo de todo tipo de objetos que había en el lugar del crimen (como el martillo y la mesilla de noche) y que buscó entre sus conocidos y amigos posibles coartadas para simular su desconocimiento de los hechos cuando estos encontraran, como por azar, el cuerpo de la víctima en una maleta de la terraza de su piso.

También entiende el jurado que está probado que buscó a una tercera persona a la que culpar del delito. Los sucesivos cambios en el relato, sus propias contradicciones, el rastreo de la ubicación de los teléfonos móviles y los vestigios encontrados tanto en la habitación como en la víctima, excluyen la presencia de una tercera persona en el lugar de los hechos.

Falsos whatsapps

Por eso se descartó, ya en la fase de investigación policial, que el autor pudiera ser un cliente del acusado al que este llamaba el Cordobés, el cual declaró en la vista oral y negó cualquier relación con el crimen.

En la sentencia el magistrado acuerda también que se prorrogue la situación de prisión provisional del acusado hasta la mitad de la duración de la condena impuesta y hasta la firmeza de esta sentencia.

El acusado trató de desvincularse del crimen elaborando una falsa conversación vía Whatsapp con la víctima que luego mostró en una serie pantallazos al Grupo de Homicidios. Pero, aparte de su torpe elaboración, llamó la atención a la Policía que el fallecido empleaba giros idiomáticos propios de Guatemala, desconocidos en el castellano de España. Este detalle, unido a su comportamiento errático, despertó las sospechas de los investigadores, ante los que reconoció ser el asesino ante los investigadores, si bien se retractó posteriormente, una vez estuvo asesorado por un abogado. La misma línea de supuesta inocencia que mantuvo durante la vista oral.

La maleta se quedó en el lugar del crimen

La principal prueba incriminatoria, una maleta con ruedas que contenía el cadáver de la víctima, nunca salió del lugar del crimen, el cuarto piso de un antiguo bloque de viviendas de la calle Vía Verde, en el barrio Oliver.

Su gran volumen (la víctima pesaban 80 kilos) hacía imposible que Jonathan Witmar, de 27 años y débil complexión, pudiera moverla con facilidad en un bloque sin ascensor. Además, según el Grupo de Homicidios, el asesino temía ser descubierto por los vecinos arrastrando la maleta escalera abajo. De ahí que fuera la propia Policía la que, avisada por el acusado, descubrió la maleta escondida en un armario empotrado de la terraza.