La antigua casa de recreo de los condes de Aranda conserva una bella estampa vista desde muy lejos. Se alza en un suave declive del terreno, cerca del valle del río Jalón, en Épila, y posee numerosas dependencias, incluidos restos de una torre islámica del siglo X. Pero, a medida que uno se acerca, salta a la vista que se trata de un revuelto conglomerado de construcciones adosadas en estado ruinoso.

Casi todo está descalabrado, roto y hundido en este bien catalogado. Varias entidades y partidos políticos, desde Apudepa a Puyalón de Cuchas, vienen denunciando hace tiempo el «estado de abandono» del conjunto, denominado Casa de Mareca. Y no solo por su valor arquitectónico, indiscutible, sino también por su significado histórico para Aragón.

En ese recinto que parece a punto de hundirse se encuentra el panteón de los Ximénez de Urrea, que contiene el valioso sepulcro del IV conde de Aranda, Luis Ximénez de Urrea, que murió en 1592 en Coca (Segovia), donde lo había encarcelado Felipe II, tras el episodio de las Alteraciones de Aragón, por defender las libertades de los aragoneses.

«El Ayuntamiento de Épila se propone restaurar el edificio y devolverle su pasado esplendor», explica Jesús Bazán, alcalde de Épila. «Pero se trata de una obra costosísima, que rebasa el millón de euros, y por eso pedimos ayuda al Gobierno de Aragón a través de la Dirección General de Patrimonio», explica el regidor.

Bazán subraya que ha contratado los servicios de expertos que han examinado la Casa de Mareca. «No todo tiene valor arquitectónico», señala. «El pasado siglo, mientras estuvo habitada, se fueron haciendo graneros, establos, pajares y otras dependencias porque, con el tiempo, pasó de ser solo una finca de recreo a convertirse en una casa de campo que tenía también espacios para los sirvientes y los braceros», informa.

Caída de muros y hundimiento de bóvedas

Sin embargo, asegura Bazán, se da la circunstancia de que las estancias de más valor están relativamente a salvo, si bien la sucesiva caída de muros y el hundimiento de bóvedas hace que toda la casa corra peligro, según ha puesto de manifiesto un estudio realizado este mismo mes de diciembre.

En Puyalón de Cuchas señalan que creen que el caserón es de propiedad municipal, punto que el alcalde de la localidad niega de raíz, indicando que se está en negociaciones para llevar a cabo la restauración. Otras fuentes apuntan que fue donado por sus propietarios al consistorio en el 2004.

Puyalón de Cuchas y Acción Pública para la Defensa del Patrimonio Aragonés (Apudepa) han denunciado la supuesta pasividad del consistorio de Épila en referencia a la casa de recreo de los Aranda. Pero Bazán recalca que el edificio está en manos privadas y que el ayuntamiento avanza en su adquisición en la medida de sus posibilidades. «Épila posee un gran patrimonio monumental», manifiesta el alcalde. Ahí están, para demostrarlo, el castillo, el antiguo palacio de los Condes de Aranda, que fue hasta no hace mucho propiedad de la fallecida duquesa de Alba, y las naves de la azucarera del Jalón, con sus altas y airosas chimeneas.

El ayuntamiento, continúa Bazán, está en permanente contacto con la Dirección General de Patrimonio y ha elaborado informes sobre el contenido de la finca y sobre las posibilidades de restauración. Pero, insiste, sin ayuda de las instituciones autonómicas, será difícil rescatar la Casa de Mareca. Por otro lado, el momento actual, caracterizado por una gran crisis económica, no parece el más adecuado para incurrir en cuantiosos gastos.

La casa de recreo de los Aranda escapa a una definición fácil. No solo sus instalaciones se han dedicado a muy variados menesteres, entre ellos el de centro de recaudación de impuestos, sino que además ha tenido muchos y muy diversos propietarios a lo largo de sus más de diez siglos de existencia, pues su origen se sitúa ya en la novena centuria.

Adquirida en subasta pública por el X conde de Aranda

De remota procedencia musulmana, tras la conquistas cristiana en el siglo XII pasó por donación al cabildo de la Seo de Zaragoza. Andando el tiempo acabó en manos de la familia Cornel, los cuales la entregaron a la Compañía de Jesús en 1601. Varias décadas más tarde, tras la expulsión de los jesuitas, la propiedad fue adquirida en subasta pública por Pedro Pablo de Bolea y Ximénez de Urrea, X conde de Aranda. que llegó a secretario de Estado de Carlos IV en el año 1792.

De forma que la torre, a lo largo del tiempo, se ha dedicado sucesiva y, a veces, simultáneamente, a tareas defensivas, religiosas, tributarias y agrícolas. De ahí la mezcolanza de estilos que aún se puede apreciar, pese a que se han ido cayendo tramos de una primitiva muralla y la fachada se han derrumbado en varios puntos.

Pero si el exterior a duras penas se mantiene en pie, el interior no le va a la zaga y los escombros se amontonan en muchos sitios. Las vigas han cedido en más de un punto y la cubierta presenta boquetes y grandes aberturas aquí y allá.

Esta situación de abandono preocupa en Épila, donde muchos vecinos temen que no se llegue a tiempo de rescatar el la casa de campo, que está muy ligada a la historia de la zona, dado que hubo momentos en las que sirvió como refugio, en caso de guerra, y también para vigilar el espacio circundante, a modo de atalaya.

El consistorio quiere devolverle su aspecto original, algo que puede ser factible si se tiene en cuenta, como afirma Bazán, que las partes más antiguas son las más interiores y las que están mejor conservadas del conjunto, pese al desgaste del tiempo. Pero el factor dinero es también fundamental.

Un personaje que pagó con su vida la defensa de los fueros

Luis Ximénez Urrea, IV conde de Aranda y primo hermano del Justicia Juan de Lanuza el Menor, pagó con su vida su defensa de los fueros de Aragón. Durante las Alteraciones de Aragón, en 1589, era diputado en Cortes y se le confió el control de los excesos de Zaragoza al aplicar el Privilegio de los Veinte, que autorizaba a los ciudadanos que hubieran sufrido daños a capturar y castigar al malhechor.

La postura de Luis Ximénez fue mal acogida por Felipe II, lo que lo llevó a terminar sus días en la cárcel, primero en la de Medina del Campo y, años más tarde, en la de Coca, en Segovia, donde falleció a consecuencia del tifus. Sus restos acabarían con el paso del tiempo en la Casa de Mareca, en Épila, si bien se desconoce su lugar de nacimiento.

Su proceso terminó tres años después de su muerte, en 1595, y fue condenado por un crimen de lesa majestad que supuso la confiscación de sus bienes. Su viuda, que se había vuelto a casar, pleiteó hasta que consiguió rehabilitar su figura y recuperar par su hijo el patrimonio familiar en el año 1600. Su accidentada y corta vida (murió con 29 años) no ha impedido que Aragón reivindique su memoria como defensor de los fueros ante el poder de la Corona de Castilla.