«Ni la guerra civil ni la gripe española nos hicieron cerrar»

Ana Tazón, propietaria de la corsetería La Suprema

«En 2021 cumplimos 111 años, y es la segunda pandemia, porque la primera de 1918 de la gripe española también nos afectó. Pero en todos estos años que llevamos abiertas a la primera que han obligado a cerrar es a mí. Las generaciones anteriores, ni por pandemia ni por la Guerra Civil, cerraron. Siempre se decía en casa que la tienda nunca cerró. Y la primera he sido yo», expresa Ana Tazón, la dueña de la centenaria corsetería La Suprema.

Y es que pocos negocios podrán decir que han sobrevivido a la epidemia de la gripe española y a la pandemia del covid-19, gracias a aspectos como la reinvención hacia el comercio online y la fidelidad de unos clientes, a los que han visto por primera vez, y a los repiten por la tienda día tras día: «En este año tan difícil ha sido cuando hemos comenzado con la venta en línea con la plataforma Zerca!, nos hemos animado a subir los productos y están destinados a lo que estamos especializadas, que es la gente mayor. Y esa ha sido una de las bazas para que nuestro negocio pudiera seguir», dice Tazón.

Asimismo, los clientes también se han involucrado con la situación que atraviesan estos comercios, y han echado una mano: «Ha habido mucha gente a la que hemos reencontrado, mucha gente joven que ha recapacitado y ha pensado en la desaparición del comercio local, y nos decían vengo al comercio pequeño porque os necesitamos y nos necesitáis. Y gracias a esta gente podemos seguir adelante».

Además, la crisis económica derivada del covid afectó a su personal de tienda, que se vieron afectadas por un erte durante los meses de confinamiento residencial. Ana Tazón es la cuarta generación de La Suprema, que fue fundada en 1910. Situada en la avenida Cesaraugusto de Zaragoza, todavía perdura esa ‘caja’ azul de madera, «de mujeres para mujeres».

«Es un placer seguir atendiendo después de tantos años»

Miguel Roc, dueño de Caramelos Alcaine

Los amantes de llevar caramelos sueltos por todos los lados, de degustar el chocolate tradicional y elaborado en tierras aragonesas, y en definitiva, de consumir todo tipo de edulcorados, seguro que conocen la tienda caramelos Alcaine, situada en la avenida Cesaraugusto de la capital aragonesa. Eso sí, el coronavirus ha marcado la actividad económica de este pequeño comercio que va «con el agua al cuello». Así lo manifiesta el dueño del negocio, Miguel Roc.

«Estamos con erte y muy castigados, es una tienda que hemos trabajado muy bien siempre y vamos de medio lado ahora. Tenemos dos dependientas que llevan cuatro meses sin cobrar el erte, entonces si pagas la mitad del sueldo aquí, con la otra mitad ellas no pueden vivir», señala Roc. Asimismo, la situación se ha visto reflejada en las ventas, con un descenso del 50%, que ha obligado a sus propietarios a solicitar créditos para poder pagar el local.

A pesar de todos los problemas, Roc asegura que su clientela sigue siendo «fiel» ya que se ha ido transmitiendo de generación en generación:_«Hemos adquirido el reconocimiento del público, con una clientela mayor que es constante, y compra regularmente. Vinieron a comprar con los primeros Alcaines que estuvieron aquí, y lo han transmitido de generación en generación. Es un placer estar atendiendo aquí a la gente después de tantos años», enfatiza.

Y es que caramelos Alcaine también sufrió en su día, hace muchos años, su transformación, pasando de lo que fue ultra marinos en 1926, dedicada a la venta de sardinas rancias, embutidos y conservas, a lo que se conoce hoy como establecimiento de dulces: «Todo esto dio un giro a lo dulce. La cosa fue rodando sola, hasta que entramos también en los productos típicos de Aragón», recalca Roc, sobre la historia de una tienda centenaria en Zaragoza.

Tienda caramelos Alcaine. / ÁNGEL DE CASTRO

«Fuimos una de las primeras en traer chocolate a Zaragoza»

María José Peña, propietaria de la Bombonera Oro

En el coso zaragozano, es imposible no fijarse en el escaparate y el tradicional cartel de la Bombonera Oro. Desde 1900 llevan elaborando chocolates y repostería para el deleite de maños y foráneos. La propietaria del negocio, María José Peña, reconoce que llevan tantos años en pie por la calidad de los productos que elaboran y la envidiosa ubicación.

«Hemos aguantado por los buenos productos, el sitio, porque estamos en el centro, y porque hacemos una calidad de productos muy buena y en bombones que no hay en todo Zaragoza. Eso es lo que nos mantiene al pie del cañón día a día a pesar de las circunstancias», añade Peña.

Sin embargo, no todo fue positivo el último año porque las ventas sí que se vieron afectadas por la situación sanitaria: «Este año con la pandemia se viene vendiendo la mitad de lo habitual, porque la gente tiene miedo, la situación en la que estamos y porque vivimos mucho del turismo. Es muy importante en Zaragoza y al estar en la plaza de España, la fruta de Aragón se mueve mucho más cuando hay turismo», apostilla.

Aunque las campañas se van cumpliendo con normalidad, «las tartas grandes o los roscones grandes sí que ha fallado bastante, y por eso estamos a la mitad de producción». Esta situación derivó en que se tuvo que cesar a un trabajador por finalización de contrato, aunque aseguran que se le volverá a contratar cuando «vuelva la normalidad», expresa Peña.

En los inicios «se hacía mucho merengue porque no había neveras». «Bombonera Oro fue la primera tienda que tuvo refrigeradores y entonces se empezó con las natas. Fue una de las primeras en traer el chocolate a Zaragoza, que venía de América. Y por eso tenemos tanta trayectoria con los chocolates y el bombón», explica la propietaria de esta reconocida pastelería o bombonera en el centro de Zaragoza.

Bombonera Oro. / Ángel de Castro

«Los negocios antiguos son el recuerdo de la ciudad»

Carlos Calvo, dueño de Quiteria Martín

«Claro que me gustaría darle una vuelta al negocio, pero se perdería lo que es, su esencia. Habría que cambiar el suelo, la puerta que abre hacia la derecha, y tendría que abrir a la izquierda. Hay que mantener los negocios antiguos, que son el recuerdo de la ciudad». Así de seguro se muestra el dueño de Quiteria Martín en pleno barrio de La Magdalena, Carlos Calvo Martín.

Al tratarse de un negocio familiar, Carlos no dudó en regentarlo cuando su madre lo dejó: «Mi abuela fue la primera fabricante de caramelos en Zaragoza. Antes la tienda era una fábrica, y a mi abuela le costó mucho esfuerzo por ser mujer, porque hasta los 21 años no se podía conseguir el permiso en el ayuntamiento para emprender un negocio. Fue pasando de mi abuela a mi madre, y cuando mi madre se jubiló iba a traspasar la tienda. Me dio lástima que se perdiera la tienda», relata Carlos Martín que regenta este comercio centenario.

Desde la llegada de las grandes superficies comerciales, proyectos como Quiteria Martín se vieron eclipsados. Además, la pandemia del coronavirus terminó por agravar la situación: «Es un negocio que cayó en picado cuando entraron las grandes superficies en las ciudades, y este está en el centro, en pleno barrio de La Magdalena, pero pusieron comercios a pocos metros y eso fue una dentellada profunda. Apoyos nunca ha habido, y la gente tira a la comodidad. Yo puse prensa, mis familiares no lo habían hecho, y cada vez se consume menos. Y con la pandemia se ha agravado del todo», indica Calvo.

«En cualquier caso estoy contento, porque en la tienda hemos hecho un montón de cosas, libros, películas, teatros, reuniones de asociaciones. Es el centro del barrio de La Magdalena en cuanto a cultura. Es una forma de vivir», concluye.

Quiteria Martín. / ÁNGEL DE CASTRO