El cementerio de Torrero oculta mucha vida en su interior. Curiosos, turistas y buscadores de tesoros. Lápidas y cruces. El recinto mortuorio no solo es un espacio para funerales, pues en su parte histórica se desarrolla un variado programa de difusión cultural y patrimonial. Esto incluye convertirlo en el escenario de un juego de pistas en los que sus participantes tienen que evitar que una malvada secta libere… un virus. Una trama de actualidad resuelta gracias a Geocaching y amparada por el festival Aragón Negro (FAN).

Aunque la misión es peligrosa, la investigación relacionada con la novela negra vuelve a tener mucha aceptación. Unas sesenta personas, divididas en equipos variables, han tomado parte en la edición de este año bajo el título Operación Würstell. La han diseñado algunos de los miembros más activos de una comunidad que en Aragón ha ocultado millares de pistas, agrupadas en diferente rutas que van de lo lúdico a lo histórico.

El geocaching se resume como una caza del tesoro en la que los jugadores tienen que encontrar los llamados cachés. Estos guardan en su interior un cuaderno de bitácora en el que se anota el paso de los participantes. Para localizar estos puntos tienen que ir resolviendo puzzles y atando cabos. La coordenadas de estos contenedores están publicadas en la aplicación móvil.

La malvada Die Chefin

La mañana del sábado ha servido para localizar cinco cachés diferentes en los que se personalizan los personajes de la trama. Una vieja del visillo, un jubilado aficionado a las obras, un alcahuete y un granjero desconfiado liderados por la malvada Die Chefin, líder de una secta que predica por un mundo sin satélites están tratando de unir los componentes químicos que librarán la pandemia. Es hora de ponerse en marcha recorriendo tumbas y otros lugares significativos del barrio de Torrero para desmantelar sus planes.

El responsable de la actividad es Francisco Yáñez, también colaborador con el FAN. En el año 2016 pusieron en marcha esta actividad por primera vez, situando el cuartel general en la capilla de Yarza en el cementerio. Desde entonces han participado en sus misiones personas llegadas de muchos puntos de España (Lérida, Navarra, La Rioja, Euskadi) una posibilidad que este año se ve limitada por culpa del coronavirus. «Siempre lo hacemos con mucho cariño», destaca. Han ocultado contenedores en comederos de pájaros colgados con poleas, en hoteles de insectos o en tornillos. En esta ocasión las brigadas municipales han ayudado a instalar algunas de las pistas haciendo pequeñas obras. No hay duda de que se han convertido en una actividad de referencia.

El mosaico marino de la plaza Alcobendas es más de lo que parece si uno está disfrutando de este juego de pistas. Rubén Rucapina ha participado desde la primera edición. «Me volví un adicto desde que un compañero de trabajo me descubrió este mundo en Milán», explica. Las ventanas redondas de la calle Lasierra Purroy son un clave nada desdeñable para desentrañar esta trama criminal. También las flores que jalonan la vieja cárcel del barrio y actual centro social okupado. «Queremos meternos en algo nuevo», señalan dos de las participantes que por primera vez se han descargado la aplicación móvil que permite reconstruir todo el puzzle de algo que desde fuera puede parecer completamente incomprensible.

Los equipos que logran combinar los datos obtenidos sin ser atrapados por los miembros de la secta son lo que pueden evitar la catástrofe. Cuando un equipo excava bajo un ciprés para acercarse a una de las pistas se genera una sensación especial, la incertidumbre de la aventura. Aunque sea modesta y canalizada por un teléfono móvil. Una vez descubierta la pista, anotan sus nombres y siguen con la búsqueda. Quizá los símbolos de esa tumba oculten algún mensaje... ¿Qué está escrito en el pie de la cruz?