La historia dice que Águeda fue una muchacha de noble cuna, dotada de gran sabiduría, belleza y piedad. Durante una de las persecuciones del Imperio de Roma contra los cristianos, el procónsul Quintinio, enamorado de la joven y exasperado porque ella no le correspondía, hizo que Águeda fuese enviada a un lupanar, con la esperanza de que renunciara a su vida ascética. Pero ella mantuvo inquebrantable su virginidad y su fe. Recurrió entonces el gobernador romano al martirio de la joven, ordenando que le fueran cercenados sus pechos con tenazas, muriendo a los pocos días del tormento, el 5 de febrero del año 251. Por este motivo, en la iconografía cristiana se la representa junto a una palma, símbolo del martirio, portando sus pechos sobre una bandeja de plata.

Por otro lado, es muy posible que la festividad de Santa Águeda sea la cristianización de un culto pagano anterior. Seguramente el que en Egipto se dedicó a la diosa Isis, cuya veneración, tamizada a través de la Grecia Clásica, llegó a la Sicilia precristiana con el nombre de Agathos Daimon (la buena diosa). En una de sus representaciones, Isis (la diosa del velo, que también es distintivo de Santa Águeda) aparece sentada, amamantando a su hijo Harpócrates, símbolo del sol naciente y del comienzo de la primavera. Así mismo, se ha identificado a Santa Águeda con la diosa latina Lucina, diosa de la luz (como su nombre indica) que presidía el nacimiento de los niños y cuidaba de ellos y de las mujeres durante la lactancia. De hecho, la expresión «dar a luz» es una reminiscencia de aquella bimilenaria creencia. Y esta identificación con las citadas deidades femeninas es la que promovió a Santa Águeda como cristiana patrona de las mujeres.

También hay que tener en cuenta que el papel de la mujer en la antigüedad fue de una importancia mucho mayor de la que podamos pensar. De hecho, en la Roma del siglo VI antes de Cristo, después de que el Senado dictara una norma que prohibía a las mujeres viajar en carro, decidieron ellas en respuesta separarse de sus maridos hasta que tan discriminatoria ley fuese derogada. Una vez conseguido su propósito, la reconciliación con sus esposos propició un 'baby boom' de tal magnitud que en adelante se recordaría con una celebración anual durante el mes de enero, en la que las mujeres eran las protagonistas. Tal y como ocurre ahora en el día de Santa Águeda.

Y ya en nuestros días, en diversas zonas del Pirineo francés y aragonés todavía se conserva la tradición de que en el día de Santa Águeda las mujeres tienen prohibido hilar, hacer la colada y amasar el pan, so pena de que Santa Águeda se les aparezca en forma de gata (Santa-A-Gata) y les haga desistir en su intento de ser mujer y osar trabajar en el día de su celebración.

De las costumbres existentes en Aragón destacan las que tienen lugar en San Juan de Plan (en el Valle de Chistau), en cuya población cinco mayordomas elaboran una gran chocolatata que repartirán durante el baile de la noche, haciendo durante el día una ronda, pidiendo a los hombres -quienes durante ese tiempo, mejor para ellos si se quedan en sus casas- y una gran lifara exclusiva para las mujeres.

Y por supuesto, las ancestrales fiestas que la localidad de Escatrón celebra en honor de su patrona Santa Águeda, en cuyos actos destacan la procesión de mujeres portando sobre su cabeza vistosos cestos con panes benditos, así como el Dance de Santa Águeda y el Baile de la Cinta, en el que solo participan las mujeres.

Tampoco podía ser que Santa Águeda permaneciera ajena a los proverbios, dichos y refranes, como este que versa así: «Por Santa Águeda, 5 de febrero, agua en el río y leche en el caldero». O este más picante, recogido en Oliete -Teruel- en la década de los 80 por María Teresa Negro, que rima de este modo: «A santa Águeda gloriosa le venimos a cantar pa que nos guarde la teta y el tetón al sacristán».