Un ‘youtuber’ de la cocina saludable nacido de los meses del confinamiento

Rubén Hernández, cocinero

No hay mal que por bien no venga. Rubén Hernández ha hecho de la pandemia una fuente de inspiración con la que reinventarse. La falta de trabajo como cocinero ha sabido cubrirla esparciendo sus conocimientos en los fogones por el mundo audiovisual de internet. Hace ya diez meses, cuando comenzaba la desescalada del confinamiento domiciliario, decidió hacer sus pinitos de youtuber y poner en marcha el canal El Cofitnero en las principales redes sociales, donde enseña recetas saludables y da consejos alimenticios y deportivos en vídeos de 30 segundos. La cosa ha ido creciendo y ya tiene 58.000 seguidores en Tiktok y 6.000 en Instagram.

Este joven bilbaíno, de 31 años, llegó a Zaragoza en el 2017 tras conseguir su pareja un empleo en el planta automovilística de Figueruelas. Formado en la Escuela de Hostelería de Artxanda, él se puso a trabajar de lo suyo. Llevaba varios años como cocinero de una empresa local de eventos y bodas pero con un contrato de fijo discontinuo. Cuando estaba próxima la fecha para reincorporarse a su puesto, estalló la pandemia. «Al principio pensaba que iba a ser una milonga, que duraría dos o tres semanas y quedaría en un anécdota. Pero pronto ví que esto era serio y que iba para largo», rememora.

Por su situación laboral no podía acceder a un erte, con los que tuvo que agotar los nueve meses de paro que tenía cotizados. Luego se enteró había una ayuda para fijos discontinuos. «Es de agradecer que no nos hayan dejado con una mano delante y otra detrás», afirma.

La vuelta al trabajo la ve lejana por ahora. «Este año lo doy perdido porque el tema de bodas y eventos está complicado, salvo que cambie mucho las cosa con la vacunación», afirma. Por ahora, está centrado en hacer crecer su proyecto de El Cofitnero. «Ojalá algún día me diera para vivir», apunta.

Cómo no perder el ritmo en un año baldío para la música y el espectáculo

Carlos Marín, técnico de 'backline' y escenarios

Carlos Marín lleva 26 año dedicado al mundo de los escenarios, pero el último de ellos ha sido prácticamente baldío por la pandemia. «En el 2019 hice más de cien conciertos y desde marzo del 2020 los puedo contar con las manos y me sobran dedos», explica este técnico zaragozano de backline, que se encarga del montaje y el mantenimiento de los instrumentos de cualquier espectáculo. En este tiempo ha podido subsistir gracias al llamado paro de los autónomos, una prestación por cese de actividad económica que ha sido el salvavidas de este colectivo profesional, al igual que los ertes para los trabajadores asalariados. «Tengo la suerte de que salió esta ayuda. Es algo simbólico en relación al nivel de facturación que tenía, pero algo es», explica.

Desde el estallido de la crisis sanitaria, ha tenido parada su empresa, Backline Covah, que comparte con varios socios y se dedica al alquiler de instrumentos, amplificadores, teclados o equipos de música. «Al no haber festivales ni giras, hemos tenido todo el material guardado». Lo peor de todo, dice, es que este sector sigue sin ver la luz al final de túnel. «Estoy deseando que esto empiece a normalizarse, pero siento impotencia porque no veo el momento de que remonte», señala, al tiempo que reivindica que se llevarse a cabo algunas actividades porque la «cultura es segura».

En este año de hibernación laboral, Carlos ha tratado de no perder el ritmo. «He preferido ir a la oficina que estar en casa y he aprovechado para practicar y, sobre todo, estudiar batería». También le ha servido para darse cuento de lo mucho que le gusta su trabajo y se considera afortunado por haber podido resistir económicamente. En este sentido, lamenta de la precariedad laboral de su sector, donde cunde el trabajo informal: «Hay compañeros que lo han pasado muy mal porque no han podido acceder a ayudas como la mía o el erte. No tienen casi para comer».

De trasnochar los sábados de camarero a madrugar como entrenador de fútbol

Guillermo Magallón, camarero

Hace un año que Guillermo Magallón, de 24 años, dejó de servir copas y cervezas en el bar Brasil de Zaragoza, situado junto a la céntrica calle Don Jaime. El viernes 13 de marzo del 2020, el día anterior a que se anunciara el confinamiento general, entró a trabajar a las nueve de la noche y apenas dos horas después ya volvía para casa, aunque su tuno debía de acabar a las 2.30 de la madrugada. «El jefe decidió cerrar. No había casi gente y veíamos venir lo que iba a pasar», recuerda. Desde entonces, este camarero zaragozano y su compañero de barra están en un erte porque este popular establecimiento, ligado en parte al ocio nocturno, no ha vuelto abrir.

«No me puedo quejar. Me están pagando una parte del salario sin hacer nada, pero sinceramente estoy hasta las narices de esta situación. Preferiría estar trabajando y ganar un poco más», afirma. Casa mes ingresa del paro 420 euros, en torno a un 30% menos de lo que cobraba con su empleo, un dinero «suficiente para mis gastos». «Vivo con mis padres y me sirve, si tuviera una carga familiar o pagara un alquiler, sería inviable», agrega.

En este largo y duro año de pandemia ha iniciado un grado superior de Gestión de Ventas en el centro formación profesional Los Enlaces. Y los fines de semana ha pasado de trasnochar por el trabajo de camarero a madrugar para ir a los partidos como entrenador del equipo infantil de fútbol 11 del Club Deportivo Atlético Ranillas. También se está sacando el carné de conducir y «de aquí a pocos semanas voy a empezar a echar currículums», apunta. «El erte se agradece, pero si puedo conseguir el trabajo pro mis méritos mejor», considera.

A largo plazo, cree que su futuro laboral será «gris». «La situación del país es complicada, cierran muchas empresas y parece que la recuperación tardará, A ver si para verano cambia la cosa», explica.