La finca Alcir, en la comarca de Valdejalón, es un mar de frutales en flor a mediados de marzo. Cada variedad posee su color particular, desde el blanco al rosa, pasando por otros tonos intermedios.

Las primeras hojas verdes apenas despuntan, pues aún falta tiempo para la sazón de las cosechas tempranas, de forma que dos empleados fijos de la propiedad agrícola, el georgiano Giorgi y el rumano Jocmí, se dedican «a podar, a sulfatar los árboles y a machacar los restos leñosos que caen al suelo», explican. «También limpiamos los sistemas de riego», añaden.

«Cuando la campaña esté a pleno rendimiento necesitaré 25 temporeros», informa Vicente López Gil, que está al frente de Alcir y es miembro de UAGA. De momento, va haciendo acopio de gel y mascarillas para los recolectores, ya que 12 de ellos se alojan en sus instalaciones en la época de más actividad.

Alojamiento gratuito

«No les cobro nada por el alojamiento», señala el fruticultor, que ha acondicionado dos dormitorios para seis personas cada uno y un amplio espacio que sirve de cocina y comedor. Los temporeros pueden disponer además de dos frigoríficos y dos lavadoras.

Todo está limpio y ordenado en Alcir, con las paredes blanqueadas, y se nota que ha habido obras en estas dependencias. Se encuentran adosadas a la torre que domina la finca y que está situada en una pequeña elevación sobre el paisaje llano de la parte central de Valdejalón.

Si puede, Vicente López recurre año tras año a los mismos jornaleros, con los que se pone de acuerdo de antemano para tener todo listo al comienzo de la campaña. Pero siempre hay alguno que va por libre y se presenta en sus campos en busca de trabajo.

Llegan los primeros jornaleros

Todavía es pronto para que haga falta mano de obra, pero en los parques y plazas, en lugares como La Almunia, Ricla y Calatorao, ya se van juntando inmigrantes, africanos y magrebís principalmente, que vienen del Sur de España y que necesitan trabajar.

Este es el caso de Ndiaga Samb, un senegalés que aguarda ante un establecimiento para hacer transferencias de dinero en la plaza de España de La Almunia. «Ahora no tengo trabajo, no hay nada, solo lo que falta de la poda», cuenta.

Confía en que alguien le pida que eche una mano, como pasó la campaña anterior, cuando «llegó un hombre de Paniza» que andaba buscando vendimiadores. En la misma plaza, sentados en los bancos, hay otros subsaharianos. Algunos son de Ghana y acaban de llegar. «Los hay que duermen en casetas, en medio del campo», dice Ndiaga, que está de alquiler en una vivienda del centro de La Almunia.

Extranjeros muy integrados

El bar Xinglar está junto a la rotonda de la antigua travesía de la N-IIa y en sus veladores es fácil ver magrebís tomando consumiciones y charlando tranquilamente. «Cada día se acerca gente que me pregunta dónde puede encontrar trabajo, pero les digo que ahora está todo parado», dice Mohamed desde detrás de la barra. «Muchos vienen del Sur, de Jaén, de coger olivas», indica.

Pero en la Almunia no hay solo inmigrantes que llegan en busca de un contrato en la agricultura. Un número importante de extranjeros se ha asentado en la ciudad, vive ahí todo el año y no faltan los que han abierto sus propios negocios. A todos los efectos, son ya de allí, como unos almunienses más.

Así pasa, por ejemplo, con el marroquí Abdoulah, que regenta una tienda de alimentación. Sus clientes, dice, son en su mayoría marroquís, argelinos, senegaleses y rumanos, también algún español. Y últimamente ha notado que han empezado a aparecer los primeros temporeros de la campaña en ciernes. «Ya lo creo que vienen preguntando dónde pueden encontrar trabajo, sobre todo africanos de Ghana», comenta.