Ocurrió en el año 1766, en pleno reinado de Carlos III de Borbón. El nuevo monarca, que a la muerte sin herederos de su hermanastro Fernando VI dejó en 1759 su amado trono napolitano para asumir la corona española, tuvo que enfrentar unos fuertes tumultos fruto de varias circunstancias. Al llegar al trono hispano, el monarca se trajo a uno de sus hombres de confianza de su reinado en Nápoles, Leopoldo de Gregorio, conde de Squillace, nombre que se castellanizó como Esquilache.

Contaba con el total apoyo del monarca y a él le encargó buena parte de las reformas ilustradas que el rey quería realizar en el país para modernizarlo. Sin embargo, el italiano tuvo que enfrentarse con la enconada resistencia de la mayor parte de la nobleza española y de la Iglesia que le consideraban un extranjero y que no veían con buenos ojos su programa de reformas. A esto se unió un periodo de carestía de alimentos para la población tras varios años de sequías y malas cosechas, provocando fuertes tensiones que fueron aprovechadas por los núcleos de oposición al italiano.

Las reformas que quería llevar a cabo incluyeron incluso «la moda», pues Esquilache promovió la prohibición de llevar el tradicional sombrero de ala ancha y capa largas que favorecían el esconder armas y el anonimato al poder la gente taparse la cara con esas prendas. Estas decisiones terminaron por prender la mecha de la insurrección aprovechando el descontento generalizado por el alza de los precios del pan, el alimento básico del común de la población por aquél entonces, iniciándose en las calles de Madrid fuertes tumultos entre los días 23 y 26 de marzo de 1766, que se acabó conociendo como el Motín de Esquilache. A los pocos días Carlos III accedió ante la presión y cesó al italiano, que acabó volviendo a Italia, pero los altercados se extendieron por toda España.

Además del de Madrid, el otro motín más fuerte se vivió en Zaragoza unos días después, con motivo de la escasez de grano y la fuerte subida del precio del pan. El 1 de abril comenzaron a aparecer por las calles zaragozanas pasquines en los que se amenazaba al intendente corregidor de la ciudad a bajar el precio de este producto si no quería que le quemaran su casa. En situaciones de escasez, también había gente que acumulaba grano clandestinamente para hacer que todavía escaseara más, que creciera todavía más su precio de venta y así poder hacer negocio. El pueblo zaragozano empezó a acusar a algunos de los grandes comerciantes de la ciudad de realizar esta práctica, caldeándose así muy rápidamente la situación.

Ya el 6 de abril de 1766, comienzan a extenderse en la plaza del mercado rumores sobre una mayor subida de precios y la inacción de las instituciones, así que comienza a reunirse gente que marcha por la ciudad y a la que cada vez se le unen más zaragozanos, sobre todo por la calle Mayor y en la Magdalena, comenzando una manifestación que se dirige hacia el palacio del intendente para exigir el control de los precios y que se fijara una cantidad acorde a la situación de los bolsillos de la gente. Los nervios estaban a flor de piel, y al poco empiezan los ataques y asaltos las casas de comerciantes a los que se acusaba de acaparar grano para que subieran todavía más los precios. Se asaltan los palacios del intendente y el de Fuenclara, este junto a la plaza San Felipe, y los de comerciantes como Pedro Pascual, Miguel Losilla y el de Goicoechea. La violencia se extendió por Aragón reproduciéndose esta situación en Daroca, Alcañiz, Huesca, Calatayud y Borja.

La violencia se adueñó de las calles, pero también varios zaragozanos, especialmente algunos labradores que pertenecían a las parroquias de San Pablo, la Magdalena, San Miguel y Altabás, comenzaron a organizar la represión contra los amotinados y a intentar reestablecer el orden en la ciudad, cosa que fueron logrando aunque se consiguió de forma definitiva con la llegada de las tropas del conde de Aranda. Hasta el día 27 de abril, fueron ahorcadas en la plaza del mercado al menos 9 personas consideradas como los cabecillas de la revuelta, incluyendo la exhibición pública de las cabezas de los ajusticiados en la Puerta del Carmen hasta que llega la orden del rey de detener las ejecuciones.

El gran beneficiado de la situación fue precisamente el conde de Aranda, líder del denominado «partido aragonés», que fue llamado de urgencia a la corte por Carlos III para asumir la presidencia del Consejo de Castilla y las labores que hasta entonces había realizado Esquilache. Mientras tanto, en Zaragoza se comenzó a conocer estos sucesos como el 'Motín del pan', debido a que el detonante fue la fuerte subida de precios de este producto, o también como el 'Motín de los broqueleros'. ¿De dónde viene este curioso nombre?

Una vez pasada la violencia, se concedió el privilegio a aquellos labriegos que habían participado en lucha contra los amotinados de poder exhibir en la puerta de sus casas un escudo en el que aparece una persona portando una espada y un broquel con las armas de la ciudad, es decir, un escudo. De ahí el nombre de broqueleros. A día de hoy se han perdido todos ellos salvo uno, que se conserva en lo que queda de la fachada de un antiguo edificio de la calle Pedro Villacampa, entre la plaza del Rosario y la calle Sobrarbe en el Arrabal. Una zona preciosa de la ciudad donde callejear y descubrir una Zaragoza diferente e imaginarse cómo era la ciudad hace 3 siglos.