Es la plaza que tendría que contemplar y acoger las flagrantes victorias del Real Zaragoza. La que tendría que servir de lugar de exhibición antes y después de una estimulante tarde de ópera. Pero ni una cosa ni la otra. La plaza Eduardo Ibarra de Zaragoza, situada junto al Auditorio de la ciudad y al estadio de La Romareda no pasa por sus mejores momentos. Y la culpa no la tienen solo el coronavirus ni la falta de acierto de los jugadores blanquillos en los últimos años.

Con el aspecto con el que luce hoy lleva desde el año 2008, cuando la antigua calle Eduardo Ibarra dio paso a una gran plaza que ocupa 26.630 metros cuadrados. Mide 368 metros de largo y 66 de ancho (el buque EverGiven no cabría aquí, de todas formas) y en la actualidad se ha convertido en el patio de recreo de un montón de niños que cada tarde, sobre todo los viernes y durante el fin de semana, disfrutan de los amplios espacios que les ofrece este lugar.

Y es que si algo tiene esta plaza es eso, espacio. Porque a pesar de sus grandes dimensiones tampoco hay mucho más. Para empezar, la zona infantil tan solo la conforman un tobogán con la pintura descascarillada, un balancín y un par de estructuras que sirven para que los pequeños trepen, suban y bajen para gastar la energía que les da su corta edad. Todo eso para las decenas (parecen cientos) de niños que muchas tardes se juntan a jugar cuando salen del colegio.

«Llevamos años intentando que lo amplíen. Hace cuatro, con los presupuestos participativos, salió adelante una propuesta para hacerlo más grande, pero después un informe técnico lo tumbó porque con el párking que hay debajo no se podía hacer. Pero por lo menos podrían adecentarlo», pide una familia que acude habitualmente con sus hijos a esta plaza.

Cuando llueve, explican, los charcos que se forman duran días. «Y en invierno son permanentes», aseguran estos papis. Este mismo viernes había mucho barro, sin ir más lejos. «Eh, no hagas eso que vas a hacer», le gritaba la madre a su hija, que estaba a punto de saltar dentro de uno de los charcos. Y la pequeña se echaba para atrás con cara de pilla.

«Y mira, en este camino han echado un pegote de asfalto porque los adoquines estaban sueltos y los niños los utilizaban para jugar», explicaba otro padre.

La lista de deficiencias en la plaza Eduardo Ibarra es larga. Algunos bancos cercanos al Auditorio, que son de pesadas losas de piedra (parecen caros de arreglar), están partidos. Una cinta de la Policía Local decora uno de ellos desde hace días. Hay farolas, conocidas por los vecinos como cerillas, que no tienen tulipas. Y, además, están torcidas, aunque esto fue una (¿arriesgada?) apuesta de diseño.

Los niños que utilizan la plaza como patio de recreo, asimismo, no deben de tener suficiente con los pocos elementos para jugar de los que disponen, por lo que se dedican a pintar con tiza el suelo y los bancos. Hay dibujos que merecen la pena, otros ensucian visualmente el entorno.

Agua y coches

Por la plaza, además, pasan coches por la calzada pegada a las viviendas y los bares (la contraria a la del estadio), lo que no es muy seguro cuando te puede salir un niño corriendo de cualquier esquina. En el lugar también hay estanques, pero lejos de aportar una estética natural y bucólica, el agua no corre y está sucia, blanquecina. No apetece acercarse a leer tirado en una toalla.

Los quioscos de la plaza tampoco es que inviten a la paz mental. Solo dos funcionan y están adecentados, pero otro está en desuso y parece el escenario de una película de zombies. Los cristales están rotos y llenos de grafitis. Y las pocas zonas que se han adecentado (o que se van a adecentar) siguen luciendo vallas de obra y elementos móviles semanas después o antes de realizar el arreglo.

Dicen las malas lenguas (la oposición a Azcón en el ayuntamiento), que el alcalde se preocupa más por los entornos de los barrios ricos, como el de Universidad, que por las plazas de los barrios populares. Si esto es así, a la de Eduardo Ibarra no le tendría que faltar mucho para estar en obras. No corresponde a este redactor determinar la urgencia de la intervención necesaria. Pero antes o después, falta le hace