Nada ha tenido que ver este viernes con aquel 23 de abril de 1978, el primer día que Aragón se echó a la calle para celebrar su vocación autonomista, para reclamar las tradiciones, los derechos, la Historia milenaria de una tierra noble que avanza con paso firme gracias a su talante abierto y dialogante. Presumen a menudo de ello los políticos en Las Cortes, aunque la gente no se jacta de ser de aquí o asá. Sale a la calle y disfruta de su patria chica sin necesidad de blandir escudos o banderas. No ha habido apenas en los balcones –alguna suelta por no mentir–, ni actos que sirvieran para concitar, por ejemplo, a aquellas cien mil personas que hace 43 años caminaron entre la plaza San Francisco y la plaza España para exhibir su conciencia democrática. No hacen falta tales gestos hoy en día, aunque en este San Jorge por las calles de Zaragoza habría más de cien mil personas disfrutando de su día. Mejor repartidas, eso sí.

Aragón comienza a despertar de la pesadilla al ritmo que marcan las farmacéuticas. Las vacunas llegan, los responsables del Pignatelli abren un horizonte de optimismo y el pueblo pisa la calle. No se ha parecido al San Jorge aquel con olor a libertad de finales de los 70, pero nada que ver con el último pese a que el bicho malo siga bien vivo. El Día de Aragón fue muy triste hace solo un año, con el mundo clausurado y el temor encerrado en el silencio de las casas. La psicosis aquella ha dejado paso a una incertidumbre en la que se adivinan las certezas que permiten los largos paseos, la música en la calle, alegría al cabo.

Bien es cierto que los 20 grados han ayudado en Zaragoza a disfrutar de cultura o bureo en las calles, donde no ha hecho falta reclamo alguno para que la gente disfrutase de su fiesta sin símbolos, arremolinándose sobre todo en los espacios musicales de las vías que conducen hacia el Sur, estirando las colas de cualquier librería, reventando el Parque Grande desde bien temprano, sacándole todo el sabor a sus pastelerías. Han bullido las calles de sol a sol para redondear una jornada que anuncia un futuro más dulce desde el respeto, la generosidad y la nobleza de toda la vida en esta tierra que nunca se cansa de pedir más Justicia, o Justicia a secas, y que ha empezado el día cantando a la libertad de Labordeta desde los montes de Torrero.

Aragón da la impresión de respirar salud por los poros de su gente, bien capaz de disfrutar de los pequeños detalles: de una flor, de una obra, de un pedacito de lanzón, de un banco al sol, de una charradica a la sombra tratando de capturar el mundo con el lenguaje del inolvidable Lázaro Carreter, o repartiendo comida de la tierra para los suyos en el Miguel Servet, donde se ha comido borrajas y ternasco.

La afluencia dividida ha quedado reunida en torno a la cultura del libro, la música y el arte, abarrotando la feria del parque Labordeta, bailando en la calle con la misma chica de ayer al ritmo de Antonio Vega, por decir; descubriendo todos los rincones del Palacio de Sástago, la leyenda de San Jorge y el dragón, incluso luciendo la camiseta de su equipo, se entiende que aquel que en 1978 subía a Primera después de llenar su bombonera de cuatribarradas el mismísimo Día de Aragón. Este San Jorge no es de ascenso, ni subirá este año, pero esa es otra historia en la que más que nobleza hay torpeza.

«Estamos mejor que los demás», ha dicho Lambán rayando el sol, tras arrear a madrileños y catalanes en coincidencia, se diría, con lo que piensa un buen puñado de su gente. Si Aragón crece, y así se siente, debe hacer camino en las calles, donde su población celebra con orgullo creciente su tierra y costumbres. Queda bien resumido en @soidaragon: «Yo no elegí nacer en Aragón, simplemente tuve suerte».