La pandemia, la inestabilidad, el paro o la precariedad salarial provocaron que muchas familias se planteasen apostar por un cambio de vida y alejarse de la ciudad. La primera idea fue la de adentrarse en una vida rural con gastos más asumibles. Rápido lo entendieron algunos ayuntamientos, que comenzaron a ofrecer trabajo y vivienda para incentivar la repoblación. Pero no en todos los casos la oferta es completa o suficientemente atractiva para tomar el riesgo del cambio. ¿Qué ofrecen los pueblos? Solo una cosa es segura: la calidad de vida que no hay en las ciudades.

El estado de alarma dejó claro bien pronto que el confinamiento en municipios pequeños es mucho más llevadero. Se respira mejor, hay menos posibilidades de contagio e incluso mayor flexibilidad horaria. Pero el elemento que debería determinar el flujo de vuelta al mundo rural es el empleo. No hay mucho, más bien poco. Así que el destino que elige esa nueva migración es principalmente municipios con cierto numero de habitantes, dinámicos y en entornos accesibles. O lo que es o mismo, se trata de no alejarse mucho de la ciudad, algo que deja a las áreas más remotas en una situación de vaciado similar.

Encontrar vivienda

Otra condición indispensable para que los más intrépidos lleguen a los pueblos es encontrar vivienda, algo que choca frontalmente con la intención de algunos municipios de reflotar su población. O no hay directamente, o los precios son desorbitados, o el propietario no necesita vender. Tampoco hay muchos que se impliquen en la rehabilitación, primera línea de trabajo. Por aquí hay proyectos como el Programa de Pueblos Vivos, impulsado desde la DGA, que trata de reunir en una web toda la información relativa vivienda, empleo y otras características de cada zona que sirvan de efecto llamada a nuevos pobladores. Aun así, muchos municipios no se suman, seguramente porque no logran implicar a los propietarios de viviendas vacías.

El mercado de la vivienda es, por naturaleza, muy poco transparente. En un pueblo, además, a veces ni siquiera se sabe cuál está disponible. Pero hay ejemplos de éxito: el Ayuntamiento de Alhama montó viviendas unifamiliares para jóvenes que se habían ido a vivir a Calatayud y las llenó inmediatamente.

Somontano Alquila es un proyecto nacido hace un par de meses para atraer nuevos habitantes al medio rural a través de una bolsa de alquiler. Los propietarios ofrecen sus viviendas en localidades como Alquézar, Radiquero o Pozán de Vero, donde se ha participado en este proyecto cuya finalidad es atraer nuevos habitantes. La iniciativa ha hecho aflorar nueve viviendas disponibles. Sus cálculos son fáciles. Si hay 29 municipios en el Somontano y se logran sacar dos o tres viviendas en cada uno, habrá cien familias más en la comarca.

El ejemplo se repite en otros pueblos de Aragón. Algunos funcionan, aunque tampoco terminan de arrancar. Quizá el problema esté también al otro lado, en el convencimiento de quienes quieren dejar la urbe.

Esplús, por ejemplo, ha pasado de 580 habitantes en el 2019 a 663 este año. Todo mediante una bolsa de vivienda que tiene lista de espera. Claro que en el caso del pueblo de La Litera se puso en marcha hace tres años, mucho antes de que se imaginara si quiera la pandemia.