Solo hace cinco días que un centenar de catedráticos, profesores de universidad, académicos, exdiputados y otros profesionales lanzaron un manifiesto pidiendo moderación a la clase política. Hablaban en tono de mesura, pero su denuncia era contundente al señalar la degradación que han sufrido los partidos en los últimos diez años. Es justo el periodo que ha transcurrido desde aquel movimiento de los indignados que, entre la amalgama de reivindicaciones difusas que esgrimió por bandera, quiso acabar sobre todo con el bipartidismo y la corrupción. Logró algunos objetivos, sobre todo en cuanto a transparencia. Diez años después, en general se considera que ha naufragado. tanto que algunos consideran que es necesario otro 15-M para salir del nuevo marasmo político, social y económico.

Hoy ha derivado, dicen, en políticos cuyo único objetivo es alcanzar o conservar el poder, que se alejan de acuerdos imprescindibles y erosionan el sistema con la radicalización cotidiana de sus mensajes, propaganda extrema casi siempre que deja huérfanos a los ciudadanos en el camino hacia las urnas. Queda poco del 15-M, algo más de los ayuntamientos del cambio en los que convergió aquella masa de ilusión, nada de la quimera que remeda a Calderón. Han venido otras realidades como Vox.

Pasan por aquí cuatro hombres versados en el último decenio para recordar sensaciones, sobre todo para constatar que lo que era su fuerza ha terminado por ser la debilidad de este movimiento que puso fin al bipartidismo imperfecto al tiempo que dirigió a España hacia los dos extremos al partirla casi exactamente por la mitad.

«Haciendo un análisis desde la actualidad, hay que recordarlo como algo positivo que ayudó a cambiar ciertas formas de entender la política. Nacieron partidos y coaliciones electorales que cambiaron el panorama institucional en toda España. Y en ese auge –y posterior caída, no sabemos el calibre del descenso– hay que citar dos factores: la personalidad de Pablo Iglesias y la heterogeneidad (los comunes)», explica Javier Fernández, exmilitar, profesor de la Universidad y escritor. «Lo que era su fuerza ha terminado por ser su debilidad, con rupturas muy sonadas: Íñigo Errejón, Carolina Bescansa, Teresa Rodríguez o Luis Alegre.

Podemos, el gran heredero del 15-M, ya no será igual sin Iglesias al frente. Yolanda Díaz es una buena ministra, pero no sabemos si será una buena candidata», medita Fernández, que no olvida las formas al otro lado: «No debemos dejar de decir que quienes se han posicionado enfrente de Pablo Iglesias han utilizado métodos de todo tipo, algunos de ellos indecentes».

Sergio Martínez Gil, codirector de Historia de Aragón, ve ciertos paralelismos con etapas pasadas de la historia contemporánea. El 15-M fue un movimiento surgido del hartazgo generalizado de buena parte de la sociedad con la política tradicional, de la crisis de 2008 que no se supo gestionar correctamente y acabaron pagando los mismos estratos sociales de siempre, «además de los numerosos casos de corrupción de los servidores públicos», enfatiza al hablar especialmente de los dos partidos grandes, el PSOE y el PP.

«A este intento de cambio le ha seguido su contrarrevolución. Vox no se puede explicar sin el 15-M»

Sergio Martínez - Codirector de Historia de Aragón

Estos episodios de hartazgo han sido recurrentes a lo largo de la historia, especialmente durante las revoluciones liberales del siglo XIX, lo que llevaba a rebeliones populares y a golpes militares con distinto éxito. «Al triunfo de la revolución, antes o después le responde un movimiento de reacción al que se denomina contrarrevolución». Aquí llega el paralelismo, «perfecto para la actualidad», porque aunque no se ha tratado de una revolución violenta como las que ocurrían en el XIX y que tenían el objetivo de cambiar el sistema, como lo fue el 15-M y la irrupción de Podemos en el panorama político, «a este proceso de intento de cambio le ha seguido su propia contrarrevolución, con la irrupción de partidos como Vox que han surgido para dar esa respuesta al cambio propuesto por una parte de la sociedad». 

Estas revoluciones desencantan a unos porque no consiguen buena parte de lo que prometen. En otros provocan incertidumbre ante lo desconocido o miedo a un cambio que no comparten o ven innecesario. «Sin duda, y desde un punto de vista histórico, el fenómeno Vox no se puede explicar sin el 15-M».

Condenados a vivir mejor

El escritor Javier Martín, filólogo y canciller de España en Atenas, parte de que el 15-M fue el movimiento de los indignados ante una crisis «que nos cogió a todos por sorpresa, cuando ya creíamos que lo de que los hijos estaban condenados a vivir mejor que sus padres era una ley inmutable del universo».

Los motivos de indignación que movilizaron a aquellos jóvenes y no tan jóvenes no han desaparecido, dice Martín. «A la crisis económica no superada se ha añadido una crisis sanitaria sin precedentes. El sistema parece resistir a pesar de todo, pero nada es igual ahora: el fracaso estrepitoso de Podemos, y en general de lo que se llamó la nueva política, ha provocado un estado de desesperanza difícil de reparar. Tendrán que pasar bastantes años antes de que podamos volver a confiar en que otro mundo es posible. Y cuando eso ocurra, seguramente la movilización tendrá otras formas, sus líderes tendrán otros perfiles y las demandas otros contenidos».

Los acampados establecieron reglas de orden y limpieza. E. P.

Diez años después, «el 15 M y el movimiento de los Indignados es ya solamente una reliquia para nostálgicos. La revolución digital es tan rápida y tan determinante que ya no queda espacio para revoluciones a la antigua, con manifestaciones en las calles y gente acampada en las plazas», concluye Martín.

El profesor Cándido Marquesán cree que el 15-M, según la terminología de Pierre Rosanvallon, tuvo «un fuerte componente contrademocrático, no en el sentido de oposición a la democracia, sino porque aportó una forma de actuación democrática no institucionalizada, que expresó de manera directa las expectativas y decepciones de nuestra sociedad». 

Es decir, que además de la democracia institucional de legitimidad electoral, «existe, y es necesaria, una forma de democracia de contrapeso, un contrapoder articulado a partir de los movimientos sociales», que sirva para mantener la lealtad al interés general por parte de las instituciones.  

Marquesán entiende que su aportación es ya incuestionable porque puso encima de la mesa problemas políticos que estaban soterrados en España. A saber: «Reformar el sistema electoral, liberar la política de la economía, una democracia más participativa, democracia interna en los partidos políticos, erradicación de la corrupción, mantenimiento del Estado de bienestar para luchar contra la exclusión y la desigualdad, reforma fiscal progresiva, una auténtica separación entre los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, replanteamiento de la Jefatura del Estado, la dación para saldar la deuda de la hipoteca, la implantación de la Renta Básica, la deuda odiosa, etcétera». 

«La institucionalidad política y económica se ha mostrado insensible, por lo que otro 15-M no solo es posible sino también necesario para despertarla"

Candido Marquesán - Profesor

En cuanto a qué queda del sueño que fue, el profesor admite muchas de sus demandas siguen hoy insatisfechas. «La institucionalidad política y económica se ha mostrado insensible, por lo que otro 15-M no solo es posible sino también necesario para despertarla de ese marasmo. La historia nos proporciona sabrosas lecciones. Como señala Boaventura de Sousa Santos, los momentos más creativos de la democracia rara vez ocurrieron en las sedes de los parlamentos». Ocurrieron en las calles, donde los ciudadanos indignados forzaron los cambios de régimen o la ampliación de las agendas políticas».

El final

Volviendo al principio, muy cerca de la calle vivió Javier Fernández el nacimiento del 15-M. Lo hizo desde dos prismas, ya que también era delegado del Gobierno en aquellos días. «Como un ciudadano de a pie me resultó agradable ver a aquellos jóvenes –los había mayores pero eran mucho menos significativos– que querían hacer reivindicaciones sociales y políticas. Varios de ellos habían sido alumnos míos y tenía muy buena relación con algunos. Como delegado, mi obligación era evitar que la movilización afectara al orden público, lo que conseguimos desde el principio con mucho contacto con ellos que, incluso, entraban a la delegación a hacer fotocopias», cuenta a modo de anécdota antes de que comenzara el desmantelamiento. 

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Zaragoza fue una de las primeras ciudades grandes en levantar el campamento «porque comenzaron a instalarse personas sin techo que acudían allí a pasarlo bien». Aparecieron colchones, frigoríficos, animales de cuatro patas y bombonas de butano, «lo que nos hizo pensar en problemas de salud pública». El final estaba cerca.

«Pactamos lo siguiente: desde el ayuntamiento presentaron una denuncia por problemas de salud pública; la Policía Local debía actuar pero no tenía medios y solicitó el auxilio de la Nacional, que yo autoricé, y desalojaron pacíficamente. Vehículos de limpieza pasaron de inmediato echando agua a presión y dejando el suelo bien mojado, acción que se repitió durante los días siguientes varias veces». Hace días que está seco.