Charles Lefrançoise habla con emoción de la última vez que estuvo en España. En Barcelona. Noviembre del 2019. Una vida. «Los aficionados en España son increíbles. El ambiente es magnífico». Olor a gasolina quemada, petardeo y arena volante entre el griterío del Palau Sant Jordi. Nada que ver con la paz de Parzán. Solo Charles y sus fieles amigos rompen la quietud entre montañas. El mejor piloto de motocross de Francia se casa el 31 de julio y su hermano le ha organizado una despedida de soltero en España. O un poquito de España. A 5 kilómetros del túnel de Bielsa. «Nos hemos recorrido 900 kilómetros desde Normandía. Pasamos a hacer un barranco y echar unas cervezas», explican.

Una tras otra más bien. Son 13 en total y cero mascarillas. Jarras y tapitas de jamón. Echen cuentas. Pues no, las cifras no salen en el valle. «Son un espejismo, la excepción. Es fiesta en Francia y hay algo más de movimiento. Yo he sacado a varios trabajadores del erte este fin de semana. Pero después...», comenta el dueño del bar donde Charles saborea su soltería con espuma.

Al poco rato, dos furgonetas se los lleva para que los engulla el paso fronterizo para siempre. «Dependemos del túnel. Los franceses que están viniendo son los de siempre. Vivimos de los del pueblo», insiste este hostelero. La semana pasada el Gobierno francés abrió algo la mano. Deja transitar de un lado a otro a todo aquel que acredite una PCR negativa o viva a 30 kilómetros del paso a España. «Nosotros no pasamos. A ellos les hacen la prueba gratis en Saint-Lary para que puedan venir», dice este empresario local enamorado de Pineta. Y quién no.

«Seguimos al 20%»

Una gasolinera, varios restaurantes y tiendas con estanterías llenas de tabaco y botellas de alcohol. Un tonel de Málaga Virgen denota que el folklore no es para público belsetano. «Estamos abiertos porque hay que abrir. Algo se ha notado, pero muy poco. Seguimos al 20%. Los franceses son el 80% del negocio», lamenta Ángel. Él regenta la tienda de Bielsa y su mujer está arriba en Parzán al pie de la carretera. «Estamos los dos solos y tenemos a varios trabajadores en erte. Vamos a ver cómo evoluciona la pandemia para el verano», indica con cautela mientras cobra a varias clientas fijas.

Entre Chisagüés, Parzán, Xavierre, Bielsa, Espierba, Las Corts, Zapatierno y La Sarra no llegan al medio millar. Con ellos van sobreviviendo desde que comenzó el sarao del covid. «Ahora hemos salido deprisa de esto. En Francia han estado dos meses confinados, siguen con los bares y los restaurantes cerrados, lo hacen con más tiento, porque de lo que se trata no es de salvar nada, sino de volver a la normalidad antes», razona el hostelero de Parzán. La previsión es que Francia abrirá la frontera con España en junio. Ahora el túnel cierra por las noches.

Margaux y Claudia se sientan al sol. Han quedado con su amigo Blas a medio camino. Él sube de Aínsa y ellas bajan de Aragnouet. Llevan un salvoconducto que enseñan al control policial y acredita que están dentro del círculo legal de 30 kilómetros. Son menos, diez, los que recorrieron los exiliados por el Puerto Viejo en la terrible Bolsa de Bielsa para evitar la represión y las bombas del Guernica del Pirineo. «Llevábamos seis meses sin pasar. Hemos venido a tomar algo porque allí está todo cerrado», indica Margaux, que conoció a Blas estudiando en el instituto de Lannemezan. Les rodean otras dos mesas llenas de compatriotas. En una consume unas copas un matrimonio y en otra se acumulan dos parejas con niños. De la puerta sale buen jazz. «Solo hoy he sacado ya para el alquiler del local de este mes», resopla aliviado Jesús, el carismático dueño del Rey’nas.

Margaux y Claudia, de Aragnouet, llevaban seis meses sin cruzar los diez kilómetros con Bielsa S. R. A.

El niño perdido

Una mujer entra nerviosa a Mazcaray. No encuentra a su hijo. Acaban de salir de la tienda con un cargamento de botellas. Antonio le contesta en un más que decente francés curtido por los años de venta. Corren entre los pasillos repletos de licores. Una cola de clientes espera su turno en el estanco interior. «Se está empezando a notar un poco. Españoles viene alguno, sobre todo de Zaragoza. Los franceses son el 50% de nuestra caja», comenta Antonio.

El niño aparece. Viene andando con su padre por medio de la plaza. Le cae una buena bronca de su madre. Normal. En doble fila aparca un cochazo con matrícula francesa. Delante está el todoterreno de los forestales que charran con los paisanos. En la terraza dos mesas están ocupadas por franceses. «Somos de Burdeos, pero ahora estábamos cerca de la frontera. Hemos venido a beber, porque en Francia son vacaciones y están los bares cerrados», afirma un francés.

El puente de la Ascensión abre una pequeña tregua desde el viernes hasta mañana para los comercios de Bielsa. A Pineta van senderistas de bocadillo y caminata en el día. El deshielo deja pocas aventuras. Los hoteles y campings siguen chapados. Los bares aguantan. «Se nota que tienen puente. Estos días venían los de siempre, ahora se ven más familias con hijos», calcula Miguel Ángel Noguero, alcalde de Bielsa y empresario hostelero.

La reactivación de la economía preocupa. La salud, mucho más. El mensaje ampliado reflecta el eco palpable del brote que sufrió el valle hace dos meses. Más de veinte casos que se quisieron justificar con la celebración no oficial de los Carnavales, aunque otras fuentes culpabilizan a un par de reuniones. «Tenemos que mantener toda precaución porque aún tenemos un margen para hacer las cosas bien y llegar con más tranquilidad al verano», dice Noguero.