El 15-M era «heterogéneo», no tuvo líderes ni los tiene ahora. Era un movimiento «horizontal», asambleario, que se movía por la búsqueda de consensos a pesar de que quienes tomaron las plazas en las fechas posteriores al 15 de mayo de 2011 vislumbraban soluciones muy diferentes a los mismos problemas. No nos representan, Lo llaman democracia y no lo es o No hay pan para tanto chorizo funcionaron como gritos de guerra frente a una salida a la crisis económica de 2008 que se consideró injusta, por las medidas de austeridad aplicadas y por el coste que estas tuvieron en el recorte de los servicios públicos. El pegamento de todas las causas era la indignación. La sensación de injusticia y de abandono. La distancia cada vez más insalvable con una clase política que no resolvía los problemas de sus electores. Así se llenaron las plazas de gente politizada, ya implicada en partidos, sindicatos y movimientos sociales... Y de personas que nunca antes habían participado políticamente.

«Llegamos a la plaza del Pilar unas 20 o 30 personas después de ver lo que estaba pasando con las manifestaciones en Barcelona y Madrid. Al oprimir la de Madrid, hablamos de qué podíamos hacer, y enseguida apareció la propuesta de pernoctar», recuerda Elsa Navarra, que estuvo entre las primeras personas en participar en la concentración en pleno corazón de la capital aragonesa, que cada día atraía a más curiosos y manifestantes. «Me fui corriendo de casa de mis padres, cogí el saco de dormir, y la primera noche transcurrió entre el miedo a que nos desalojaran, y una extraña sensación de amanecer al raso, en la plaza del Pilar, porque no había pasado nada», rememora.

Nadie desmanteló la acampada en varias semanas. La primera noche, sin tiendas, los primeros manifestantes durmieron al raso. Al día siguiente, el movimiento, que se ganó la simpatía de buena parte de la sociedad, siguió creciendo sin saber a dónde llegaría.

«La acogida fue brutal: la gente venía con cafés, magdalenas... Y de ahí, se fue de las manos», resume Navarra, que sigue vinculada a los movimientos sociales, en concreto, en el centro social comunitario Luis Buñuel de Zaragoza, que vuelve a acoger estos días una exposición que recuerda los lemas y las imágenes protagonistas del 15-M. «Se montó una ciudad, una comunidad, en medio de la plaza del Pilar», recuerda. «La diversidad era brutal: ese era el potencial del movimiento y, a la vez, su mayor complejidad», manifiesta.

La escuela de participación

Conforme la acampada crecía de tamaño, también cobraba importancia la autogestión del espacio. Era un lugar de «debate y participación política». No un botellón, ni un estercolero, rezaban algunos carteles entonces. Enseguida se organizaron «comisiones sobre la gestión del espacio, para la limpieza, para la comida, y para distribuir las donaciones que llegaban de comida». Al tiempo que se organizaba lo más práctico, crecía el aprendizaje político. «Empezamos haciendo talleres de asamblearismo, lo que refleja que muchos de los que vinieron a la plaza no estaban vinculados con ningún movimiento político», añade Elsa.

A Paula Ortega el 15-M le pilló estudiando Periodismo en la Universidad de Zaragoza y Ciencias Políticas a distancia en la UNED. Era el momento propicio para estar allí. Y allí fue, con sus compañeras del colegio mayor de Santa Isabel. No recuerda cuántas noches pernoctó. Iba y venía, pero enseguida entró a formar parte de las comisiones. En su caso, de las más vinculadas a la propia participación política. «Recuerdo que dedicamos bastante tiempo a explicar cómo funcionaba la Ley D’Hondt, cuáles eran sus consecuencias en el sistema electoral», explica. Pero también le tocó montar una tienda de ropa gratis, que al día siguiente «ya era de todas». «Una parte muy importante fue la pedagogía de ver cómo pueden evolucionar las cosas cuando nadie se apropia de ellas», reflexiona.

También vivieron de cerca la dificultad de alcanzar consensos que tanto se reclama de la clase política. «De repente participabas en un debate con una señora 20 años mayor que tú y un chaval de 15 años, y veías la complejidad de llegar a consensos. Al final, el objetivo en sí mismo era el proceso», señala Paula.

Y ambas coinciden en que el 15-M fue un foro «único», donde confluyeron muchas reivindicaciones diferentes. «Lo distintivo del 15-M es que era un espacio compartido, con interconexión entre luchas distintas y con la participación de gente desenganchada de la política: del movimiento estudiantil, al top manta o a Stop Desahucios. Todos conocíamos esas reclamaciones, pero nunca nos habíamos unido», señala Paula.