-¿Qué se le ha perdido a un zaragozano en La Antártida?

-(Ríe) La Antártica es una misión de la que oyes hablar desde que ingresas en el Ejército. Es muy complicada en cuanto al acceso, porque tienes que estar muy bien preparado, y eso normalmente requiere cierta experiencia, unos años, es lo que se busca. Al estar tanto tiempo fuera de casa, la forma de ser también influye. Yo he estado en varias misiones internacionales, en Líbano o Kosovo, pero esta parece más bonita, es una aventura. En cuanto vi que podía optar a participar me apunté… y salió bien.

-Salió bien relativamente, porque en realidad iba a ir a la anterior, ¿qué pasó?

-Sí, es cierto que iba en la anterior. En esta misión los puestos en Transmisiones están doblados, y el contingente iba en dos barcos, uno con nueve personas y el otro con cuatro, que era el mío, y salía 15 días después. El primero salió sin problemas, pero en el nuestro, el Hespérides, hubo un brote bastante grave de covid-19. De hecho, por desgracia, hubo un fallecido. Así que el barco se quedó en Canarias y nuestro viaje se anuló. La misión, que ya iba reducida en duración por el coronavirus, se redujo básicamente a mantenimiento, porque con esas temperaturas, si no lo haces al año siguiente las máquinas no arrancan.

-¿Y tiene que volver a pasar la formación?

-Tuvimos que pedir la participación de nuevo, aunque repetimos tres de los cuatro que no fuimos, y creo que el que no lo hace es por un ascenso. Repetimos todo, salvo el examen de patrón de embarcación, que ya lo tenemos.

-Así le ha tocado en un número redondo, la misión XXXV, ¿tendrá algo de especial, aparte del covid?

-Que yo sepa no habrá nada especial, nosotros iremos, como siempre, a apoyar a los científicos. La de este año se ha reducido de 90 días a 20, partiendo de un margen ya estrecho, porque hay que hacerla en el verano antártico (invierno en el hemisferio norte).  En cuanto al coronavirus, el año pasado había que hacer una PCR antes de salir, luego otras tres durante los 15 días de aislamiento en Chile, antes de ir a la base. Y si dabas algún positivo, volvías a casa, porque el objetivo era no llevar al virus al continente, aunque creo que luego hubo algún caso. Yo estuve un mes aislado en mi casa para evitar dar positivo, y al final para nada.

-Acostumbrado a misiones en territorios más movidos, ¿no se aburrirá?

-A nosotros en Comunicaciones, como prefiero llamarlo, en realidad nos da igual, el trabajo siempre es parecido. De todas formas, que no haya fuego enemigo no quiere decir que no haya peligro, la ciudad más próxima está a mil kilómetros si pasa algo. La nuestra es una especialidad que, cuando todo va bien, pasa desapercibida, y si falla, es el foco de atención. Si no va internet, los científicos nos apedrean (ríe), y el resto también que no puede hablar con la familia. Pero el Ejército no escatima en medios y llevamos muy buen material. En general es una misión que apetece mucho, por el paisaje bonito, y porque, salvo que una foca se te rebote y te dé un meneo a la embarcación, el riesgo es relativo. Muchos dicen que se irían gratis. Eso sí, trabajo no falta.

-Más aragonés no puede ser: nacido en Zaragoza, con estudios en la capital y Calatayud, residente en Villamayor de Gállego y, salvo Valencia, todos los destinos en la comunidad, como ahora en la Brigada Aragón. ¿El clima de aquí convalida para el viaje?

-Pregunte a cualquier militar por San Gregorio (ríe). Allí se pasan las penurias más grandes que se puedan imaginar. Así que en Zaragoza estamos curtidos para la Antártida y para lo que haga falta.