La expansión del coronavirus en el 2020 ha puesto de relieve la importancia de que la población temporal que recoge fruta en Aragón cuente con alojamientos dignos, seguros y adaptados a sus necesidades y a las de quienes les dan empleo. Pero no existe una fórmula fija.

A menudo, son los propios dueños de las fincas quienes, en función de sus posibilidades y recursos, facilitan vivienda a los hombres y mujeres que contratan para recoger la fruta. Este es el caso, por ejemplo, de Vicente López Gil, quien ha acondicionado dos dormitorios para seis personas cada uno y un amplio espacio que sirve de cocina y comedor en una propiedad agrícola de Valdejalón. Los temporeros pueden disponer además de dos frigoríficos y dos lavadoras. No les cobra nada por ello, pero no es la regla.

Óscar Moret, en el Bajo Cinca, también proporciona alojamiento a sus temporeros, entre 11 y 12 personas en un año normal, es decir, cuando no ha habido fenómenos meteorológicos que han reducido la producción de los árboles frutales. «Generalmente, una persona, el jefe de la cuadrilla o el temporero con más experiencia se encargan de traer aquí a las personas que necesito, es decir, hacen labores de intermediarios con sus familiares o paisanos en sus países de origen», explica.

Cáritas sale al quite de los temporeros

Moret advierte de que la drástica reducción de las cosechas como consecuencia de las heladas de marzo podría derivar en un «problema social» si hubiera una gran afluencia de temporeros, dado que no habría trabajo para todos.

Pero las administraciones y entidades de ayuda social, como Cáritas, están cooperando para que todo discurra dentro de la normalidad. Dentro de este esfuerzo cabe considerar la reciente puesta a disposición de los temporeros de dos viviendas remodeladas en Albalate de Cinca. Un proyecto en el que también han intervenido el ayuntamiento y UAGA.

De esta forma se trata de paliar el problema que se produjo el año pasado, cuando se registró un brote de coronavirus en un asentamiento irregular en una antigua nave abandonada.

En otras ocasiones, son los propios temporeros quienes alquilan o compran viviendas, generalmente en el casco antiguo de los pueblos y ciudades. Así ocurre, por ejemplo, en lugares como La Almunia y Caspe, entre otros municipios, donde los trabajadores agrícolas y sus familias son, en algunos casos, ya un colectivo exitosamente integrado en la sociedad de acogida.

En La Almunia, además, se ha acondicionado a las afueras un edificio para acoger a los temporeros que den positivo en coronavirus, en el caso de darse ese supuesto, pues ya el año pasado, sin ninguna vacuna, solo se produjeron cinco o seis casos.

«Es cada vez más frecuente que las familias de fuera compren una vivienda en el casco de los pueblos y la reformen, pues un porcentaje de los que trabajan en la fruticultura tienden a afincarse en la zona», explica Marco Ibarz, presidente de la comarca del Bajo Cinca y alcalde de Zaidín.

Pocas viviendas en alquiler

La escasez de viviendas susceptibles de alquilarse en los pueblos constituye un grave problema en algunos puntos de la geografía aragonesa, reconocen en el sindicato agrario UAGA. «De hecho, una parte importante de los trabajadores se ven forzados a buscarse alojamiento en las cabeceras de comarca más cercanas e incluso en ciudades como Zaragoza, para ir y venir a diario al puesto de trabajo», apuntan.

Con el paso de los años y la experiencia acumulada, los agricultores con propiedades de tamaño mediano y grande han ido buscando maneras de facilitar vivienda a los trabajadores temporales.

No es raro ver, en determinadas fincas, instalaciones modulares, a modo de casas prefabricadas, que constituyen los dormitorios, cocinas y otras dependencias del personal.

«El reto es ya grande de por sí, pero ahora, con el coronavirus, los propietarios han tenido que hacer un esfuerzo suplementario y dotar a sus alojamientos de todos los medios higiénicos y sanitarios que exige la normativa», señalan en UAGA.