Un paseo por Saravillo deja claro que ahí está pasando algo. Hay movimiento. Ideas. Vida. ¿Por qué hay un escape room en mitad de un valle del Pirineo? ¿Y un obrador de paté si aún no hemos pasado a Francia? ¿De verdad que eso es una food truck aparcada en un pueblo de 70 habitantes? Las preguntas encuentran respuesta en el espíritu combativo de cuatro mujeres que persiguen un mismo compromiso por el país. Aquí quieren vivir, ese grito tan del Sobrarbe como sus proyectos de emprendimiento que dan vida, y no solo de forma abstracta, a este precioso rincón chistabín.

Cristina Escribano y Andrea Castillo son amigas y residentes en La Magdalena, en Zaragoza. A ratos, porque en primavera y verano marchaban a Saravillo a currar en el cámping de la familia de Andrea. Un jueves, de pinchos por el barrio, fantasearon con una «idea romántica». Ellas, apasionadas de los escapes plantearon medio en broma, medio en serio hacer uno allí arriba. Y el medio fue del todo. En agosto de 2019 abrieron PiriEscape en una antigua cuadra frente al huerto de los abuelos. Antes estaba llena de cabras y ahora de gente que busca la salida a La Nuet Mágica, un misterio ambientado en la leyenda de la Basa de la Mora.

«Viene gente de propio de Barbastro, de Huesca, de Zaragoza y de hasta Teruel... Dos o tres grupos cada fin de semana», indica Andrea. «La misión no es hacerse ricas», sí complementar la oferta turística familiar y del pueblo. La pareja de Cristina, Kike Arcas, lleva una caballería, y ahora se han instalado allí a la espera de tener a su primer hijo.

Eva Fillat las conoce de toda la vida. Son de Saravillo. Ella también marchó fuera. No hay mucha oferta de trabajo en un valle de tradición ganadera. Rumiando qué hacer para volver, le sonaron las tripas como solución. El dilema venía del estómago agradecido a la herencia de la bisabuela Teresa y la tía Generosa, ellas que también tuvieron que salir en la posguerra a la cercana Francia para servir. Allí aprendieron una receta de paté que, sin quererlo, ha dado la oportunidad buscada a su bisnieta. No fue fácil. «Tres años de gestiones para abrir. Fue todo muy caótico, echándole muchas horas. Pero ahora es muy gratificante porque ves a la gente contenta», explica Eva.

Papeleo y paleteo. Reformar la antigua borda del abuelo y desprenderse de un enfermo nogal de la finca, convertido ahora en las mesas del interior de este obrador, tienda y terraza llamado Chistau Sabor. Y, recuerden, todo esto en medio de una pandemia. «Abrimos en julio de 2020. Hacemos degustaciones y vendemos productos de la zona, quesos y carnes del valle, mermeladas de Bielsa, licores y vinos de la provincia», avisa Eva

Patés de muxardón, de trompetilla negra, seps, de cerveza artesana, nuez con manzana, del Sobrarbe, cómo no. Nueve variedades con la receta de la bisa como mejor reclamo. «Es un establecimiento turístico, pero también que está para la gente de Saravillo, ahora abriremos la terraza y tendrán otro lugar más donde ir», insiste Eva.

Una caravana vecinal

Uno, no, dos. Porque desde la semana pasada hay otro más. El de Leticia Ortega, esa chica de Valdefierro (Zaragoza) que se enamoró del Sobrarbe yendo de acampada a Pineta. A los 18 años dijo que no volvía. Conoció a su novio, el primo de Eva, y aquí sigue. Ahora dentro de una caravana sirviendo comidas en La Roulette de Let al lado del huerto familiar.

Ella tenía otra idea. Y aún la mantiene. Hacer un hostal. Pero entonces llegó el bicho. Bueno, dos bichos. Y se retrasó todo. «Tuve a mi primer hijo al iniciar el confinamiento. Al valle le falta una guardería y no queríamos dejar al niño siempre con los abuelos. Tenía que buscar la manera de trabajar las horas justas para poder cuidarlo y pensamos en una food truck», explica Leticia Ortega irradiando simpatía.

Su proyecto es 100% Saravillo. Montar la caravana fue casi una tarea colectiva. «Venían de todos los gremios a ayudar», recuerda. Todas sus comidas están hechas con productos de cercanía, «de calidad» y no generan desperdicios, como su prima Eva en Chistau Sabor, porque sus envases son compostables. «Soy una enamorada de donde vivo en todos los sentidos», afirma. Y allí es donde quiere que crezca su criatura. Y la que espera Cristina, la del escape. Ya son quince menores en Saravillo, dando una nueva vida al valle.