Treinta años, los transcurridos desde la puesta en servicio de la A-2 entre Zaragoza y Madrid, han convertido el paraje de Mularroya en un lugar fantasma. En tiempos este desfiladero del río Grío fue un modesto y frecuentado oasis que marcaba la transición entre el valle del Ebro y las montañas de la Ibérica. Estaba en una ruta muy transitada, especialmente por camiones, y había una gasolinera, un hotel restaurante y hasta una zona de recreo.

Pero a partir de 1991, aproximadamente, al llevarse el trazado de la A-2 más al oeste, el silencio se apoderó del entorno de Mularroya. Fue un prolongado pase a segundo plano que se interrumpió en 2008, cuando empezaron las obras del embalse diseñado para ampliar los regadíos de Valdejalón y mejorar el suministro de agua a distintas localidades de la zona.

Entonces hacía ya mucho tiempo que no pasaban trailers y la antigua área de servicio había caído en un imparable proceso de degradación que aún dura. Pero llegaron las excavadoras, los volquetes gigantes y las voladuras. De una forma muy distinta de la que había sido habitual hasta finales del siglo XX la animación, otra animación, volvió a ese rincón de la provincia de Zaragoza.

Aves acuáticas bien recibidas

La naturaleza, en ese nuevo proceso, se deterioró, según denunciaron entidades ecologistas que se oponían al proyecto. Los desmontes desfiguraron los estribos de la futura presa y se abrieron caminos que atravesaban el fondo del embalse, por la vega del río Grío, para facilitar el acarreo de materiales y de escombros.

Un rebaño pace entre los arbustos de las áridas laderas de Mularroya, el pasado viernes. ANDREEA VORNICU

Paralelamente, una vez bloqueado el cauce, en la parte del vaso del embalse más profunda y más próxima a la presa empezó a regresar la vida natural. La flora y la fauna revivieron gracias al agua que se va remansando ante la escollera de la presa.

Así es como han aparecido, o reaparecido, aves acuáticas como los patos, las fochas y las garzas. Entre los carrizos se pueden ver águilas laguneras y los buitres sobrevuelan los cortados que flanquean el dique central.

Por lo demás, el paisaje, modificado por las obras y los desmontes, todavía recuerda al Mularroya de siempre que se atravesaba camino de la capital de España hasta la construcción de las actuales autovías.

Se conserva un extenso pinar a un lado y otro del embalse y los olivos todavía siguen en pie en los declives, formando parcelas rectangulares que los propietarios pueden cultivar, a la espera del día en que empiece el proceso de llenado, una operación que está en el aire porque ha habido sentencias judiciales que declaran nulo el proyecto.

Un rebaño entre los arbustos

Un ganadero de Morata de Jalón, localidad situada a un tiro de piedra, sigue apacentando su rebaño por las laderas resecas que descienden hasta el agua. Las ovejas mordisquean los arbustos como siempre, pero el terreno está muy cambiado.

Las antiguas instalaciones de Mularroya, como el hotel, se encuentran en ruinas. ANDREEA VORNICU

La extracción de tierra y gravas para levantar la presa que cierra el horizonte por el norte, con su mole de casi 83 metros de alto y 750 de largo, ha erosionado el entorno y le da un aspecto desértico. Mientras, el personal de las obras asiste intrigado a un cambio en el medio natural que sigue una vía intermedia entre el deterioro causado por los trabajos y la regeneración que trae consigo el agua.

Casi a diario ven manadas de cabras hispánicas o grupos de jabalís que merodean cerca del vaso del embalse. Pero, como con todo en Mularroya, es difícil saber si estos animales siempre han estado ahí o empiezan a acudir por el reclamo de la laguna que se va formando.