La historia, aunque vagamente y a grandes rasgos, les suena a todos los que tienen cierta edad. En algún lugar de Aragón, una mujer casada se enamora de un cura de pueblo y ambos deciden emprender la huida y comenzar una nueva vida en otra parte de España. Ocurrió en 1987, en Calamocha, y la noticia, ampliamente difundida por la prensa regional y nacional, desató el morbo de la opinión pública en una época marcada por cierta saturación política al término de la Transición. El hecho de que la fugitiva, de 42 años entonces, fuera diputada socialista en las Cortes autonómicas, no un ama de casa más, contribuyó a que el caso ganara popularidad. 

De aquello hace ya 34 años. Que no es un número redondo de efeméride pero que la protagonista, Dolores Serrano Serrano, aprovecha para hacer un balance de su vida en una entrevista recientemente publicada en la revista Ossa, que edita la Asociación Cultural Castillo de Peñaflor de Huesa del Común, su localidad natal, de solo 70 habitantes.

Y lo primero que llama la atención es que para ella y su compañero aquella fuga, improvisada en verano, en plenas fiestas de Calamocha, fue como «volver a nacer». Un renacimiento que volvería a experimentar diez años más tarde, en 1997, cuando se casó con el ya exsacerdote, Jerónimo Carela, un amigo de la infancia al que había perdido de vista y con el que se reencontró casualmente cuando los dos andaban por los 40 años y él estaba de párroco en Ferreruela y Báguena, también en Teruel.

«Fue un flechazo total por parte de los dos», subraya Dolores. «Allí se nos olvidó que yo estaba casada y que él era sacerdote, pues para mí Jerónimo era Jerónimo, nada más y nada menos», asegura la protagonista a preguntas de la entrevistadora, Carmen Fleta, que emplea en todo momento el tono de una persona cercana, más de conversación amistosa que de interrogatorio entrometido.

En busca de la pareja

«Todo se fraguó muy deprisa», confiesa Dolores Serrano, que ahora tiene 77 años. «Confluían dos circunstancias en nuestras vidas: mi crisis matrimonial con la suya sacerdotal», explica. Y continúa; «Él, junto con otros compañeros, habían decidido dejar el sacerdocio y mi situación familiar era insostenible, ya que había consultado para separarme pero tuve miedo».

La huida del cura y la diputada, con sus connotaciones peliculeras, fue un bombazo. En la sociedad aragonesa en general provocó una oleada de vivo interés, sobre todo porque no se sabía adónde había escapado la pareja y eso aumentaba la intriga. Pero los estrechos círculos de amigos y familiares lo vivieron como un hecho de difícil asimilación. Todo había sido tan repentino e inesperado…

«La madre de Jerónimo siempre había estado con él y eso hacía frenar su decisión, porque pensaba que no lo iba a entender ni aceptar y, por otro lado, tampoco era fácil comunicarlo al resto de la familia», reconoce Dolores. De ahí que ella no viera más salida que la huida «sin decir nada a nadie».

Así fue cómo, a los dos meses de volverse a ver tras décadas de separación, decidieron marcharse, «salir de Calamocha, sin rumbo, pero los dos juntos». «Lo teníamos tan claro y era a la vez tan complicado que pensamos que si esperábamos a planificarlo y comunicarlo a la familia y a los amigos, etcétera, nunca daríamos el paso», continúa.

Adiós a la política

La doble desaparición, que la prensa trataría al principio como dos sucesos sin conexión, dio lugar a numerosas conjeturas en los medios. Pero pronto se ataron cabos y se publicó que una diputada socialista se había fugado con el cura de un pueblo de Teruel.

Dolores, que en abril de 1989 renunció a su escaño, se muestra convencida en la entrevista de que «el hecho no hubiera sido noticia si no es porque el Partido Socialista, al ser diputada en Cortes, informó a la prensa». Su formación política, sostiene, organizó su «caza y derribo», le hizo la vida «imposible» y azuzó a los periódicos contra ella.

«Estos nos hizo mucho daño», dice Dolores en un momento de la entrevista, que ocupa 17 páginas y versa igualmente de hechos anteriores a la fuga de Calamocha. Como la vida cotidiana en Huesa del Común de los años 40 y 50, cuando todavía no se habían extinguido los odios ideológicos y vecinales de la guerra civil. O el intento de secuestro de que Dolores fue objeto, con solo seis años, por parte de un joven del pueblo que, esgrimiendo una navaja, la arrinconó en un callejón. Un espeluznante episodio del que la libró la «milagrosa» aparición de sus padres.

Secularización tardía

La peripecia de la huida los llevó de un lado para otro, por etapas. Primero a Sigüenza, desde donde comunicaron la decisión a sus familias, y luego a Madrid, donde ella se colocó en una inmobiliaria, si bien Jerónimo, que falleció en 2016, no encontró empleo. Cosa que sí haría en Barcelona, como orientador de Formación Profesional, al tiempo que ella se dedicó a trabajos relacionados con la hostelería hasta su prematura jubilación en el 2000, por problemas de salud.

Pero su situación legal tardó en regularizarse. La autorización para la secularización de Jerónimo tardó en llegar «casi 20 años» y se consiguió gracias a Carlos Escribano, obispo de Teruel y actual arzobispo de Zaragoza. El alto cargo eclesiástico, «que conocía bien a Jerónimo», iba a casarlos por la iglesia, pero el exsacerdote cayó enfermo «y no pudo ser». «Nos dio su bendición en el hospital y fue él también quien le dio la extremaunción», relata Dolores, que recalca que Jerónimo «hasta el final tuvo una gran fe».

Una vida apacible

Pasados los años, la exdiputada lleva una vida apacible en un pueblo del Maestrazgo, Castellote, al que se trasladaron a vivir en 2008, cuando los dos estaban ya jubilados. Allí pasa el tiempo dedicada a uno de sus pasatiempos favoritos: la lectura. «Vivir aquí me aporta tranquilidad», señala a la entrevistadora. «El sosiego y la cercanía con la gente es muy entrañable y ser vecino de un pueblo es muy importante, es con los que tienes más contacto, con los que te sientes familia», explica.

Dolores, que salió muy quemada de la política, no se arrepiente de lo que hizo. También ha habido momentos en los que ha flaqueado su fe católica, pero la enfermedad le hizo reflexionar y se aferró a sus convicciones religiosas.

Por ello, al principio de la relación con el cura sintió «un cargo de conciencia, como si fuera Satanás arrebatándolo del sacerdocio». Pero, andando el tiempo, se dio cuenta de que Jerónimo hubiera acabado dejando el sacerdocio «conmigo o sin mí». Y eso, asegura, la tranquilizó.