Huesca no olvida la que fue su jornada más trágica de la guerra civil. 95 vecinos de una población de 16.000 habitantes asesinados a sangre fría en la tapia oeste del cementerio civil. 95 vidas segadas por la causa, que no es otra que la del odio, y por pertenecer al bando republicano. El 23 de agosto de 1936 fue el día más aciago de un periodo negro, el que transcurre entre el 1 de agosto de ese mismo año y el 1 de febrero de 1937, cuando 326 personas murieron tiroteadas frente al paredón. Ayer se cumplieron 85 años del fusilamiento del 23 de agosto y Huesca quiso rendir un homenaje a la memoria de todos los asesinados en la guerra y la posguerra.

En un acto organizado por el Colectivo Ciudadano de Huesca al que asistieron alrededor de 50 personas, los vecinos oscenses se congregaron junto al memorial que recuerda los nombres de las víctimas y de los desaparecidos durante la guerra en la ciudad. Allí depositaron flores algunos de los asistentes, entre los que se contaban varios familiares y descendientes de los fusilados, aunque no estuvo representada la corporación municipal.

«Con este acto queremos no solo honrar la memoria de los fusilados el 23 de agosto, sino de todos los que fueron asesinados en la guerra y la posguerra», explicó Víctor Pardo Lancina, miembro de Colectivo Ciudadano de Huesca y coautor del libro Todos los nombres, un diccionario biográfico sobre aquellos que desaparecieron por motivos ideológicos durante la guerra. En los tres años que duró la contienda bélica y durante los coletazos más duros de la posguerra –hasta enero de 1945­–, Huesca fue la tumba de más de 560 personas por el conflicto español.

Temor y tragedia: Alfonso Gaspar, médico que salvó a Franco, uno de los ejecutados

Las historias que oculta la tapia oeste del antiguo cementerio civil de Huesca son de las que erizan la piel. Todo se fracturó en 1936, cuando la mañana de un 23 de agosto las brisas del estío, y las armas de los sublevados, helaron la sangre de 95 oscenses republicanos.

El ejército republicano había bombardeado la ciudad, por lo que falangistas y militantes de la ultraderechista Acción Ciudadana comenzaron a pedir represalias para los «antipatriotas». Los militares del bando nacional, liderados por el coronel Luis Soláns Lavedán, les tomaron la palabra al pie de la letra. El paredón comenzó a llenarse de cadáveres republicanos. Sastres, ingenieros, empleados de la banca... No importaba su profesión; solo el odio y el gregarismo que escupían los fusiles.

Una de las víctimas de aquel día fue el médico militar Alfonso Gaspar. Nacido en Zaragoza, había estado destinado en las misiones de África. Allí, un conocido general, Francisco Franco, recibió un balazo en el vientre. Gaspar y un compañero le practicaron una operación de urgencia que logró salvarle la vida. Sin embargo, cuando volvió a Aragón y se asentó en Huesca, se jubiló del Ejército, amplió sus ideas izquierdistas y se afilió a Izquierda Republicana. «Era una persona sobresaliente tanto en su profesión como en el ejercicio de su ideología», expone Víctor Pardo, coautor del libro Todos sus nombres.

Aquel 23 de agosto de 1936 el nombre de Alfonso Gaspar figuraba en todas las listas falangistas. «Fue uno de los primeros detenidos. Pero con él se ensañaron. Lo patearon hasta casi la muerte, lo justo para estar delante del pelotón de fusilamiento», apunta Pardo. La familia pudo recoger los restos de la fosa, donde le dieron sepultura sin tallar su nombre completo por temor a represalias.

Aquella mañana en la que 95 oscenses fueron ejecutados, Concha Monrás, viuda desde hacía 15 días del anarquista, escultor y profesor Ramón Acín, también murió por los balazos falangistas. Había sido detenida y apalizada por plantar cara a los militares que buscaban a su marido. Aquel día no existió la piedad ni el perdón. Tampoco hoy el olvido. 

El acto se celebró en el mismo sitio donde hace cinco años se levantó el memorial a los muertos republicanos, inaugurado con motivo del 80 aniversario del 23 de agosto de 1936 e impulsado por Colectivo Ciudadano de Huesca y la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). El monumento consta de dos muros separados por una brecha de 16 centímetros, en cuyo interior están instaladas dos planchas de aluminio donde están escritos, en orden alfabético, los nombres de todos los fusilados en la capital oscense. «En el homenaje hubo intervenciones espontáneas y con un marcado carácter sentimental y simbólico», afirmó Víctor Pardo Lancina.

 Reivindicaciones

Por otro lado, en el homenaje se reivindicó la puesta en marcha de la ley de memoria democrática de Aragón. «Duerme en un cajón y no ha dado más producto que la exhumación de María Dominguez, alcaldesa de Gallur fusilada en la guerra, algo de lo que me alegro infinitamente pero que no es suficiente», manifestó Pardo Lancina. También se procedió a la lectura de unas notas que Anselmo Gascón de Gotor, ilustre pintor aragonés, escribió a propósito del fusilamiento de su hermano Jesús, farmacéutico y profesor de dibujo en el instituto.

Además, los organizadores instaron al Ayuntamiento de Huesca a crear una ruta de la memoria en la ciudad. La idea propuesta es que el camino se inicie en el cementerio civil y se visiten las fosas donde se mataron a los represaliados, que cuentan con carteles donde se inscriben los nombres de aquellos que murieron en el frío de la guerra.