Alfonso sigue dando guerra, con perdón. Ha pasado este martes por Zaragoza como un ciclón el que fuera muchos años vicepresidente de Felipe González. A las 8.30 estaba desayunando en el Foro Adea del hotel Hiberus, antes de las 2 de la tarde ya se había montado en el tren de vuelta. En medio, dejó las perlas de toda la vida, con la misma sal pero menos crispación de la que ofrecía en los tiempos del PSOE imperial. A sus 81 años sigue teniendo la cabeza despejada, las ideas bien claras. Y ni un pelo en la lengua. Bueno, eso como antaño. «Hay que decir la verdad sin tener miedo», repitió en varias ocasiones durante el recorrido del desayuno, que arrancó en la Transición y transcurrió entre el Rey emérito y el franquismo, del siglo XVI al «pésimo» Fernando VII, de los políticos mejores del 77 a los peores de ahora, del pluripartidismo al bipartidismo «que volverá seguro».

«En España hubo una ocasión muy buena en abril de 2019, cuando dos partidos democráticos sumaban 180 escaños (PSOE y Cs) y ninguno de los dos quiso hacer alianzas a pesar de que año y medio antes habían hecho alianzas. Se perdió la ocasión», expuso Guerra, quien espera que «en las próximas elecciones se pueda hacer algo con los partidos democráticos sin necesidad de recurrir a los que no lo son». Ha confiado en que el bipartidismo «volverá» porque «era mejor que esto».

Conferencia de Alfonso Guerra en Zaragoza

Conferencia de Alfonso Guerra en Zaragoza. Jaime Galindo

La élite política nueva, a ojos de Guerra, está tocando «el suelo de la desolación» desde hace un lustro. «El desorden se desencadenó en 2015 y 2016, tras una campaña contra el bipartidismo que dejó el parlamento actual del pluripartidismo. Como decía Fernando de los Ríos, la revolución pendiente es la del respeto». Los dirigentes han arrastrado en muchas ocasiones al país, quiso decir: «No se puede permitir que grupos minoritarios lleven la voz cantante», en referencia a Vox y Podemos. Y ahí se sitúa una de las grandes preocupaciones del que fue vicepresidente del Gobierno entre 1982 y 1991. «Los llamados partidos constitucionales se afanan en llegar a acuerdos con algunos que son enemigos de la sociedad. El centro-derecha y el centro-izquierda se empeñan en mejorar la imagen de los grupos que tienen más próximos», insistió.

Luego llegó el debate de los políticos de antes, los que llegaron después de Franco, y los de ahora. «Pongan dos filas: en la de arriba Manuel Fraga, Adolfo Suárez, Felipe González, Santiago Carrillo, Miquel Roca; en la de abajo los de ahora... No hay que decir más, la diferencia es enorme», explicó dibujando en el aire.

No quiere decir eso, no obstante, que las generaciones de ahora sean peores que las de antes. «Son mejores». ¿Entonces? «Pues en el 77 las mejores cabezas de cada uno de los sectores de la sociedad querían ayudar a la Política. Hoy las mejores cabezas de nuestro país no se meten ni arrastrados ahí, mucho menos si hoy encima les ponen una lupa a ellos y a su familia. Hay que incentivarles para que vayan a la Política, pero primero hay que poner respeto, crear una conciencia positiva sobre la clase política», resumió el socialista, que hizo una defensa férrea de la Transición: «La Constitución del 78 es un acto de paz. Hay que salir en defensa de la obra política de aquel tránsito que devolvió a España la dignidad y que en muchas otras naciones se ponía como ejemplo. No hay en nuestra historia un acto mejor, pero veo con creciente inquietud cómo algunos quieren derribar esa obra».

Por último, se refirió a la situación de Juan Carlos I como «decepcionante» al verse mezclado «en un asunto económico», pero aun suponiendo «que sea verdad todo eso, no podría eclipsar sus méritos como Jefe del Estado», dijo antes de recordar la superioridad moral con la que empezó el nacionalismo catalán hace décadas, sentenciar que la mesa de Cataluña es un fingimiento «de la que no saldrá nada» y dejar una advertencia en palabras de Stefan Zweig: «Obedeciendo a una ley irrevocable, la historia niega a los contemporáneos la posibilidad de conocer en sus inicios los grandes movimientos que determinan su época». «Y por eso hay que estar atentos, ver lo que está pasando en Hungría, Austria, Italia, Polonia... Hay que tener muy en cuenta las señales de advertencia», dijo antes de concluir pidiendo otra vez la verdad: «No se puede decir ni la palabra enano. Joder, pero si es que es enano. Pues no, no se puede decir casi nada, no se puede ser sincero», concluyó entre las risas de buena parte del público.