Mucho se ha hablado ya de la crisis de los semiconductores. Esta es una crisis que tiene un impacto directo en nuestras vidas y que se traduce en incremento de precios, desabastecimiento de productos, desempleo y un impacto negativo en el crecimiento económico de Aragón y en toda Europa, afectando a la producción en empresas importantes de la comunidad autónoma como estamos viendo estos días.

Pero esta no deja de ser sino una llamada de atención a un problema estructural de mayor calado. En esta crisis vemos muchos de los factores que definen el entorno BANI (siglas en inglés: Brittle (quebradizo), Anxious (que genera ansiedad), Non-linear (no lineal) e Incomprehensible (incomprensible). Este entorno afecta a las empresas que deben operar y anticipar acciones en momentos quebradizos, es decir, de poca estabilidad, y en un contexto impaciente, donde se exigen respuestas rápidas. Por otra parte, los comportamientos de los mercados ya no son lineales, las predicciones se quedan obsoletas rápidamente. Y aún más, los patrones anteriores ya no nos sirven para comprender el contexto en que operamos.

En la crisis de los semiconductores se unen varios factores. Una demanda que, aunque ya había iniciado un cambio, produce un pico durante la pandemia de productos tecnológicos, algo inesperado. Una situación logística que afecta a la cadena de suministro global, con cambios en condiciones y volatilidad en los precios. Un entorno geopolítico complejo, con tensiones entre grandes potencias mundiales donde Europa intenta posicionarse. Por supuesto, las estrategias a nivel europeo pueden ser determinantes para afrontar, ya no futuras crisis puntuales, sino un contexto general cambiante y complicado.

Europa ha anunciado planes para localizar el 20% de la producción del mercado de semiconductores, bien con tecnología europea o a través de acuerdos con grandes fabricantes asiáticos. Pero estas grandes estrategias deben combinarse con nuevas fórmulas que nos permitan competir y sobrevivir en este entorno, lejos de las viejas reglas.

Esta crisis también pone delante de nuestros ojos un exceso de consumo. Deberíamos preguntarnos si la solución debe pasar por incrementar la producción o bien podemos hacer algo disruptivo que sea compatible con la sostenibilidad y la pervivencia de la especie humana. Debemos repensar el diseño de los productos, el uso que hacemos de ellos y el flujo de energía y materiales necesarios para su fabricación. Focalizarnos en la primera de las tres R (reducir) e incluso la reutilización (la segunda). Hemos confiado demasiado en la tercera, el reciclado, pero ha resultado ser un parche, un lavado de conciencia que no se justifica con los cálculos medioambientales correctos.

Como consumidores debemos ser exigentes con los productos adquiridos. Para muchos productos de los que nos importa básicamente su uso pero no su propiedad, el fabricante puede hacerse responsable de la vida útil y también de la reutilización de componentes, con lo que contribuiríamos definitivamente a la reducción de consumo de materias primas. Una economía basada en servicios, con co-responsabilidad del fabricante y el consumidor, que sería más robusta y menos dependiente de eventos extraordinarios externos.