Apenas tenía 24 años cuando Ana Iritia fue diagnosticada de un trastorno esquizoafectivo. Cuenta que se le juntaron «muchas cosas» que la llevaron a sentirse «muy sola» en su día a día y todo desencadenó en un «conglomerado» que dio lugar a un proceso de salud mental. «Al principio es muy duro porque no sabes en qué consiste, tienes muchas dudas y desconoces cómo te afectará esa noticia en la vida. No sabes si podrás tener un día a día más o menos normalizado, si tendrás trabajo, amigos o si podrás disfrutar del ocio», explica.

Iritia acudió a muchos especialistas y siempre «apoyada» por la familia, algo que considera «fundamental» para abordar una enfermedad mental. «El diagnóstico precoz es importante, pero creo que para asumir lo que te pasa es básico que tu red de contactos te apoyen. Ahora tengo asumido lo que me pasa, pero es algo costoso porque al principio no te lo quieres creer», explica.

Esta zaragozana, que ahora tiene 46 años, ha conseguido desarrollar una vida laboral y personal estable a pesar de la esquizofrenia y de lo que conlleva una enfermedad crónica, aunque por el camino se ha encontrado con profesionales que se lo ponían en duda. «Cada uno me decía una cosa al principio. Desde que no podría volver a la universidad o que en tres años ya no podría llevar una vista normal hasta que recuperaría todo y tendría un día a día normal», dice. «Afortunadamente», como ella reconoce, ha tenido una buena adherencia al tratamiento y eso le ha ayudado «a salir adelante», relata Iritia.

Hándicap laboral

Diplomada en Relaciones Laborales, esta aragonesa ha encontrado «más comprensión» en los centros especiales de empleo que en compañías ordinarias. «Llegas a una empresa normal y cuando te das cuenta de que no puedes con todo, que no puedes llevar un día a día, el trato a las personas con discapacidad es diferente porque no hay trabajadores sociales. Al final, solo se piensa en que el trabajo tiene que salir adelante y no hay tanta concienciación», asegura.

La esquizofrenia y los brotes no han podido con Ana Iritia que, además, se ha convertido en la primera mujer con una patología de salud mental en dirigir una asociación. En concreto, para ella es «un reto» asumir la presidencia de la Asociación Aragonesa Pro Salud Mental (Asapme). Entre las cosas que ha aprendido gracias a su enfermedad es que «verbalizar» lo que a uno le pasa es un desahogo y una ayuda. «Nosotros mismos nos autoestigmatizamos. Lo que la gente piensa al final uno lo interioriza y se cree en cosas como que no voy a salir nunca de esto, que jamás voy a tener pareja, trabajo o hijos. Se tiende al aislamiento, a no decirlo muchas veces por vergüenza o miedo al rechazo», explica Iritia.

Ella es un ejemplo. «Cuando me sucedió el primer brote me resultaba imposible decir que tenía esquizofrenia. Tardé mucho en hacerlo, pero cuando lo verbalicé fue una de las cosas más importantes que he hecho en mi vida», confiesa. Aunque eso depende de cada persona, insiste en que «lo que no hay que hacer es esconderlo o taparlo», dice. «Yo tuve suerte, porque en mi grupo de amigas había varias que eran médicas y nadie me alejó, al contrario, me aceptaron y ayudaron mucho», cuenta.

A Iritia le preocupa «muchísimo» la crecida de casos de trastorno mental entre los jóvenes e incidió en la importancia del diagnóstico precoz. «Hemos notado una subida importante y cuanto antes se les atienda, mejor. No podemos permitir que esas patologías se agraven. Concienciar es labor de todos, se ha visto con la pandemia», recalca la aragonesa.