El final del túnel de la pandemia comienza a abrir nuevas oportunidades de futuro. En las últimas semanas, Aragón ha sido el epicentro de una cascada de inversiones que tendrán su continuidad en los próximos meses. Amazon hace ya entregas de última milla desde la Plataforma Logística de Zaragoza (Plaza), los tres centros de datos de AWS en Huesca, Villanueva de Gállego y El Burgo de Ebro estarán operativos antes de que se alcance el ecuador de 2022, y el centro de distribución de la multinacional en La Muela dará empleo directo a unos 1.500 trabajadores. 

Además, el gigante Inditex ampliará su macronave logística en Plaza donde creará 250 empleos más, Certest prosigue con su inversión millonaria (100 millones) en su sede de San Mateo de Gállego para fabricar vacunas contra el covid, y Becton Dickinson surtirá de jeringuillas a medio mundo desde su nueva planta de Zaragoza. De forma paralela, las obras de BonÀrea avanzan a buen ritmo en un proyecto que creará 4.000 empleos en Épila, los parques eólicos y fotovoltaicos brotan como setas en el territorio y el sector del automóvil cruza los dedos para que la gigafábrica de baterías se localice finalmente en Aragón. Si esto ocurriera, la comunidad asistiría a una nueva revolución similar a la metamorfosis que sufrió la industria aragonesa cuando aterrizó General Motors en 1982.

Pero la pregunta es: ¿está Aragón preparado para formar a este capital humano en el corto y medio plazo? ¿Será capaz de responder a las expectativas que las empresas tienen depositadas en estos proyectos estratégicos? ¿Podrá el Ejecutivo de Lambán tejer una estrategia sólida y duradera para consolidar la reputación que tiene hoy este territorio? 

La escasez de profesionales en sectores estratégicos para Aragón es una de las grandes amenazas para que la prosperidad se asiente en la comunidad. Antes incluso de la pandemia, cuando la anterior crisis económica daba sus últimos coletazos, algunos sectores ya alertaban del déficit de mano de obra cualificada. Hoy, con los proyectos que se avecinan, la inquietud que genera este asunto crece en el tejido empresarial.

La táctica y la estrategia están íntimamente unidas, aunque la base de esta última debe ser sólida para lograr los resultados esperados.

Descontento en el territorio

Por ejemplo, la puesta en marcha de plantas solares y parques eólicos en Aragón ha generado un descontento cada vez mayor en las zonas en las que se desarrollan estas iniciativas. El objetivo es ser una potencia en generación de energías limpias en un momento en el que el cambio climático obliga a un nuevo modelo energético. Sin embargo, sin un diálogo con el territorio esa estrategia puede venirse abajo o, al menos, puede resquebrajarse. Precisamente, Madrid albergará el próximo fin de semana una manifestación en contra de algunos proyectos de renovables en la España vaciada. Y las plataformas de varias comarcas aragonesas estarán ahí. 

Algo similar comienza a ocurrir con la proliferación de macrogranjas en el medio rural. El fuerte impulso del porcino y de sus ventas a todo el mundo ha convertido a Aragón en una potencia nacional. Las empresas del sector localizadas en la comunidad logran pingües beneficios y elevan a doble dígito las exportaciones aragonesas, pero algunos colectivos han advertido ya de que este tipo de granjas son insostenibles y presentan riesgos para el medio ambiente y el turismo.

Mientras, en el horizonte se dibuja una hipotética candidatura conjunta de Aragón y Cataluña para celebrar los Juegos Olímpicos de Invierno en 2030, un proyecto que obliga a repensar el modelo en el sector de la nieve e invita a sellar nuevos consensos con el territorio.

Es innegable que Aragón se ha convertido en un imán para las inversiones y es una obligación aprovechar esa oportunidad histórica. Pero también es clave tener una estrategia diáfana para evitar riesgos y no morir de éxito.