Más de tres décadas lleva el Rastrillo Aragón celebrándose en la Sala Multiusos del Auditorio y ofreciendo a la sociedad zaragozana la mayor variedad de productos con los que colaborar en este mercado solidario. Después de que el rastrillo tuviera que suspenderse el pasado año a causa de la pandemia, la mañana de ayer fue el punto de partida de una nueva edición de un rastrillo adaptado a las circunstancias sanitarias. En esta ocasión el dinero recaudado se destinará a sanear las cuentas de la propia fundación ya que la labor de ayuda a distintos colectivos que se llevó a cabo durante la pandemia provocó pérdidas a la entidad de más de 800.000 euros.

Esta cita que comenzaba ayer y se clausurará el próximo 1 de noviembre se ha convertido en uno de los planes otoñales por excelencia en Zaragoza. Su arraigo es posible gracias a la labor conjunta de organización y voluntarios. En esta edición son alrededor de 800 las personas que dedican su tiempo y esfuerzo a hacer posible este mercado solidario. La mayoría de los voluntarios repiten, es el caso de Leonor y Margarita con más de 20 años de trayectoria a sus espaldas cada una y que para esta trigésimo quinta edición pronostican una buena participación. «La gente tiene ganas de salir, de comprar y de gastar, esperamos que decidan venir a vernos a nosotras», comentaban las voluntarias ataviadas con su característico delantal rojo. Las colaboradoras apuntaban también que la labor de todo el año, ya sea cosiendo algunos de los productos a la venta o recaudando y clasificando las donaciones de entidades y particulares, culmina durante estos días.

Los visitantes tampoco decepcionaron. Antes de la hora de apertura al menos medio centenar de personas formaban una larga fila ante las puertas del auditorio. Al igual que las voluntarias, la mayoría de ellos son repetidores y se muestran felices de «poder volver a visitar el rastrillo». En el caso de José Luis, su mujer y él acuden cada año: «No buscamos nada en concreto, solemos comprar discos de vinilo porque siempre hay algo interesante». La pareja reconocía que las nuevas medidas de esta edición resultan agradables, «todo está más ordenado, hay más sitio y así es menos agobiante», comentaba la pareja.

Y es que las condiciones de la pandemia han obligado al rastrillo a adaptarse. Son nueve puestos menos, desaparecen la pastelería, el restaurante, los artículos deportivos, la mercería y la ropa de niños entre otros. Las voluntarias confirmaban que los que se han tenido que retirar son los stands que más dinero daban: «No había nadie que entrara y no se parara en la pastelería, era de las que más dinero daba», cuenta una de las voluntarias. Aun así, todavía se mantienen los puestos más tradicionales con ropa, muebles, juguetes y piezas artísticas. Además de limitar la cantidad de stands, voluntarios y organizadores se han tenido que adaptar a otras restricciones: «Nos han obligado a un mínimo de nueve metros de pasillo, así que hemos puesto todos los stands contra la pared y luego la isla en medio para evitar que la gente se agolpe», continuaba la voluntaria de la fundación.

Además, durante la primera mañana, representantes de las instituciones quisieron formar parte de la inauguración de este evento. Tanto la consejera de Ciudadanía y Derechos Sociales, María Victoria Broto, como el alcalde de Zaragoza, Jorge Azcón, acompañaron al presidente de la fundación Federico Ozanam, Fernando Galdámez, y al Arzobispo de Zaragoza, Carlos Escribano, en la inauguración del evento. Ambos representantes agradecieron la labor que la fundación lleva a cabo ayudando a los más necesitados dentro de la comunidad.