Fernando Elosúa se contagió de coronavirus en octubre del año pasado. Asegura que fue leve, ya que tuvo tos, dolores musculares y «tres o cuatro días de fiebre» pero en 15 días le dieron el alta y volvió a trabajar. Fue entonces cuando este hombre de 49 años vio que «no podía seguir el ritmo de trabajo». Lo que antes era normal para él como trabajar ocho horas y dar entre 10.000 y 12.000 pasos en ese tiempo, ahora le resultaba imposible de llevar a cabo día a día. 

El 1 de diciembre le dieron la baja por cansancio y ahí sigue. «Tengo mucho cansancio, estoy agotado; camino 15 minutos y tengo que sentarme o tumbarme a descansar», sufre de dolores musculares, de insomnio, tiene problemas de niebla mental y «cosas habituales de repente no sé hacerlas», explica. De hecho, uno de las peores sensaciones es que todo es «muy cíclico». En estos momentos lleva dos semanas «de bajón» e incluso ha estado «tres días sin moverme». Su día a día es: «Me levanto, desayuno, me aseo, doy un paseo» y vuelve a casa, aunque antes tiene que descansar; eso por la mañana. Y por la tarde, lo mismo;así que hablar del trabajo físico al que estaba habituado es «imposible».

Define su situación actual como una «montaña rusa de sensaciones y de síntomas» que en este tiempo «me han impedido ser yo». A veces tiene presión en el pecho, se paran las piernas, la cara y las manos se duermen, taquicardias, boca y ojos secos, etcétera, «ese es mi día a día». El cansancio es «a diario» pero una semana se levanta que no puede respirar; en los últimos días «soy un sarpullido andante» pero dentro de tres o cuatro día «se habrá pasado». Esto hace que vaya al médico porque tiene un síntoma y lo traten pero al día siguiente aparece otro o que el corazón se le acelere durante unos minutos. También le ha provocado mucho insomnio; de hecho ha estado varios meses que «me echaba a la cama por obligación» pero solo dormía una hora y media; ahora un poco más, pero con medicación. 

Una de las cosas que peor lleva es no saber «cómo me voy a levantar» y reconoce que «darse una ducha es agotador» y tender la ropa aún más: «Lo haces y tienes que tumbarte».

Cuenta con el apoyo de su mujer y asegura que «salir un sábado» o quedar con amigos a tomar algo «hace mucho tiempo que no lo hacemos», lo que le provoca además «tristeza y bajones» porque sabe que no puede «tenerla encerrada». También desconoce qué será de su futuro laboral, y es consciente de que «las empresas no pueden aguantar ni el país tampoco» que haya mucha gente de baja por covid persistente. Ve la investigación como primordial y por eso cree que «saldremos adelante».

Claudia (16 años): "Me olvidé de cómo atar los cordones de los zapatos"

Tendría que estar yendo a clase (cursa 1º de Bachiller), hacer deporte, ir de compras, divirtiéndose con sus amigos, etc. Pero Claudia, una adolescente de 16 años, no puede hacer nada de eso. De hecho, en todo este año ha acudido menos de 15 días al instituto. ¿El motivo? Covid persistente. Ha tenido (y algunos todavía se mantienen) entre 70 y 80 síntomas que «me imposibilitan hacer una vida normal»: Cansancio extremo, dolores de cabeza, ahogos, dolores muy fuertes en las extremidades y «pérdida total de memoria» hasta el punto de no saber hacer cosas tan normales como «atarme los cordones» o que le hablara su madre y «no reconocer la voz», explica. 

Claudia no tiene una PCR positiva. Su calvario comenzó el día de Nochevieja, que se puso enferma de la tripa. Cuatro semanas después comenzó la sensación de cansancio, los mareos, los temblores, etc. Le hicieron numerosas pruebas e incluso la derivaron a psiquiatría por «ansiedad» y «yo les explicaba que el problema que tenía era real». Le hicieron numerosas pruebas y le descartaron cualquier tipo de problema de salud mental. Al final, a través de un test de inmunidad dio positivo, o sea, que había pasado el covid. 

Desde enero de este año y hasta junio no fue ningún día a clase pero consiguió sacarse el curso gracias al servicio de atención domiciliaria del Gobierno de Aragón. Sin embargo, este curso sí que quería ir porque es Primero de Bachillerato «e intenté esforzarme». La joven ha ido 8 días a clase y «nada más» porque el covid persistente la incapacita «incluso para hacerme el desayuno», y para estar muchas horas porque casi es imposible «prestar atención durante mucho tiempo». No tiene clases online y su contacto es a través de algún compañero que le pasa los apuntes pero «a los exámenes tendré que ir». También con los profesores x email, que le van diciendo los temas que se tratan en clase y las fechas de los exámenes. De momento todo lo hace en casa, pero con mucho esfuerzo ya que «un ejercicio que me estudiaría en una hora igual ahora estoy toda la mañana», explica.

Pese a su juventud tiene muy claro lo que ha sufrido. «Mucha gente me apoya, pero como no es muy visible, hay otros que no lo entienden» y tanto desde Educación como desde Medicina «no siempre me han tratado bien», como su experiencia en psiquiatría» porque parece que era «responsable de los síntomas». 

Alguno de los tratamientos a los que se ha sometido son privados. De hecho, durante un tiempo tuvo rehabilitación neurocognitiva telemática desde una clínica de Barcelona, que fue la que le ayudó a recuperar la memoria, aunque aún tiene lagunas. «No todo el mundo se lo puede permitir», asegura Mónica, la madre de Claudia, quién se pregunta «¿por qué tengo que hacerlo yo si el papel es de otro». 

Reconoce que ha sentido y siente «impotencia» por ver a su hija enferma y, también por la «desatención que se tiene con esta enfermedad», y por eso la reclamación de ambas es que se investigue y se creen «unidades especializadas» para poder atender a los enfermos con todos sus síntomas. Además, le preocupan otros niños y jóvenes que «tengan síntomas y no se les detecte», por lo que pide a los padres «estar alerta».