El coronavirus lo ha marcado todo en los últimos 18 meses, también la forma de despedirse y de recordar a los difuntos; un homenaje que este año ha podido recuperarse de forma presencial en todos los cementerios de la comunidad. En Zaragoza, las cifras nada tienen que ver con las de 2020 cuando el aforo era de 6.000 personas como tope, lo que provocó que muchos aragoneses decidieran no visitar las tumbas de sus familiares. Ahora, la nueva normalidad que marca la mascarilla y la distancia social, ha hecho que la capacidad sea de 22.700 personas. Este lunes, Día de Todos los Santos, en ningún momento se superó el número de 6.000 personas al mismo tiempo, según los datos del Ayuntamiento de Zaragoza que controlaba las entradas y salidas a tiempo real. De hecho, la afluencia máxima en un momento ha sido de 3.988 personas. A lo largo del día han pasado por Torrero 19.310 visitantes; y desde el 23 de octubre, 100.383. Los únicos atascos se produjeron al mediodía, pero durante el resto de la jornada, calma y fluidez, quizá debido también al puente festivo.

Lo mismo ha sucedido en Huesca y en Teruel. En la primera, la afluencia fue superior al año pasado y según los cálculos del consistorio, rondará las 5.000 personas, cifras similares a las de hace un par de años. Por la mañana, el alcalde, Luis Felipe, como es habitual, ha colocado flores en tumbas y nichos de personas significativas de la capital oscense; y junto a una delegación del Ayuntamiento de Ejea, participó en un homenaje en el cementerio de Las Mártires. Y lo mismo en Teruel, tranquilidad durante toda la jornada, sin aglomeraciones, y con visita escalonada en los últimos días. En Belchite, en la recién hallada fosa común del cementerio, varios fueron los vecinos que colocaron flores en la verja, ya que se encuentra cerrado.

En la capital aragonesa, los asistentes recorrían las manzanas del camposanto, como si de una ciudad se tratara, para después recordar a sus difuntos, adecentar lápidas y cambiar flores si era necesario o si no, solo añadirlas. La imagen más repetida era la de familiares frente a una lápida o a las puertas del panteón en silencio o hablando en voz baja recordando en muchas ocasiones anécdotas de los que ya no están. A la entrada del dedicado a la Familia Moles-Aznar, Teresa Serrano rememoraba cuando de pequeña iba al cementerio y, «siempre había niebla». Ella era una niña pero su abuela se sentaba y pasaba el día entero «haciendo compañía a los muertos». «Siempre había alguien», decía con tristeza, ya que ahora, «muchos de los que venían ya no están». Allí están enterrados sus padres, sus tíos, sus bisabuelos, a quienes echa de menos «todos los días, pero estos más».

Como en anteriores ocasiones, el Ayuntamiento de Zaragoza ha organizado actividades culturales. Mientras una de las corales actuaba, una señora pasaba rápido delante de ellos, porque «a los que venimos con tristeza, esto no nos gusta, ni música ni nada». Tiene 52 años y su marido 32 cuando murió, así que le gusta estar sola «con mi tristeza y mis recuerdos». 

Visita en familia

Otros, sin embargo, se acercaban y escuchaban con devoción. Como la zaragozana Sofía Nsue Nchama, llegada desde Barcelona junto a su hija Shelia para visitar a su madre, enterrada en Torrero. Murió el 10 de agosto de 1999 y desde entonces viene todos los años, salvo el pasado, que la pandemia se lo impidió. «Llamé al Ayuntamiento de Zaragoza y me dijeron que las visitas eran muy reducidas», recordaba, antes de añadir que el cementerio de Torrero le parece «el más bonito o si no, uno de los más bonitos de España», por su estructura, sus calles, su organización, etc.

Uno de los aspectos que más llamaba la atención en la capital aragonesa era la presencia de niños de todas las edades acompañando a sus mayores. «Hay que romper tabús porque es la realidad de la vida», contaba una familia, que acudió con sus dos hijos, uno adolescente y otro más pequeño. El adolescente era la primera vez que acudía al cementerio y le ha sorprendido el recorrido y el número de tumbas.

Porque quien más y quien menos, muchos son los que se dan un paseo por entre las manzanas. Unos porque se pierden entre las manzana y otros porque les gusta visitar las tumbas de figuras ilustres o el monumento a los fallecidos por coronavirus.

También contaba con expectación un pequeño árbol lleno de medidas de la virgen del Pilar. Cristina Maolawi comenzó a colocarlas hace unas semanas porque cerca está enterrada su madre, pero luego se han añadido más de «personas que pasan por delante y luego vuelven», cuenta. Es, asegura, la forma de recordar a su progenitora, María Antonia Aladrén, de forma «alegre y colorida» y además, que «la virgen le ofrezca protección».

El color también era predominante en la capilla Yarza, donde la asociación México Lindo había organizado un desfile de Katrinas y colocado un altar con flores, cuadros coloridos y fotografías de los difuntos, que recuerdan con alegría. 

Fuera, los floristas situados a la entrada del camposanto miraban también con esperanza lo que sucederá los próximos días. «Ha empezado flojo», reconocían desde Flores Noemí, en referencia al festivo, sobre todo «por el puente», aunque a media mañana no paraban de preparar ramos y de vender flores, por eso, creen que «cuando la gente venga de viaje y en los próximos días» también habrá visitantes. Y es que, es en el Pilar con la Ofrenda y estos días «es cuando hacemos el año, el resto sobrevivimos».