NOVEDADES EDITORIALES

El trabajador social lucha contra el "estigma del enfermo mental"

Un libro reivindica la labor del profesional como “portador de la dimensión social” de la enfermedad

Miguel Miranda y Francisco José Galán son los autores de este volumen.

Miguel Miranda y Francisco José Galán son los autores de este volumen. / ANDREEA VORNICU

Eva García

Zaragoza

Los trastornos mentales se han multiplicado durante la pandemia. ¿Por qué? Por el confinamiento, por la crisis económica, etc. Lo que se está poniendo sobre la mesa, en contra de lo que dicen desde la psiquiatría biológica, es que en la enfermedad mental no solo hay que tener en cuenta los factores biológicos y psicológicos, sino también los sociales. Un aspecto que defienden los trabajadores sociales y que se pone de manifestó en el libro Lo social en la salud mental, el segundo volumen de un libro que lleva como subtítulo Trabajo social en Psiquiatría, que coordinan los aragoneses Miguel Miranda y Francisco José Galán y que ha editado Prensas de la Universidad de Zaragoza.

El origen de los volúmenes es el máster de salud mental de la universidad que puso en marcha en 1982 el doctor Seva y que cada año forma a unos 15 trabajadores sociales psiquiátricos. Especialistas como el catedrático de Psiquiatría Rey Ardid ya había escrito que el ser humano era un ser especial con dimensiones psicológicas y sociales; y Seva, que el trabajador social es “el portador de la dimensión social de la enfermedad mental”, explica Miranda.

Ahora, esa misma teoría se aborda con textos de especialistas que han participado en el máster en los que se analiza la problemáticas concretas, como el trabajo social en salud mental infantojuvenil, la rehabilitación psicosocial, la drogodependencia, el papel de la familia, la inclusión del arte, programas de primeros episodios psicóticos, la gestión colaborativa de la medicación y el voluntariado.

Tanto Mirando como Galán, ambos trabajadores sociales, reconocen que su gran preocupación es la de “luchar contra el estigma” del enfermo mental y la marginación, así que “si actuamos precozmente” se pueden paliar otros problemas sociales, como puede ser el sinhogarismo. Y es que el estigma, “sobre todo si el primer brote se produce a una edad temprana”, explica Miranda, puede impedirles desarrollar sus estudios, tener una vida laboral, su propia familia, etc; y, si no se trata en esa edad, será más complicado si “es crónica”. Y aunque se ha avanzado mucho en los últimos años, todavía queda mucho trabajo por hacer, por ejemplo en más unidades intermedias, en el plan de salud mental, que es está llevando a cabo desde el Gobierno de Aragón, en evitar la saturación del sistema sanitario y el apoyo a las familias.

En cuanto a los factores sociales que pueden influir en la enfermedad mental están “los mismos que para cualquier persona”: dificultad de mantener una vivienda, un empleo digno, relaciones comunitarias adecuadas, señala Galán, quien hace hincapié en que las carencias de la persona impactan en su entorno social y son un “factor de estrés”.

En la rehabilitación también hay que tener en cuenta esos factores porque “una vez estabilizado el problema” en el momento que se decide que esa persona vuelva a su entorno social puede “haber una desestabilización”. Por eso desde el trabajo social se lucha porque “la gente sea independiente” y solo se acuda a los servicios médicos “cuando sea necesario”, pero con la necesidad de una continuidad.

La familia es esencial, “los anclajes sociales”, porque es necesario que el enfermo “no se desafilie”, si no que tenga esa red social para evitar acabar “en la marginación”.

En el libro se reivindica también el “empoderamiento de la persona en su propia condición”, en devolver la voz al enfermo mental porque “se le había robado, primero por las instituciones totales y luego por las familias” pero son muchos los usuarios que “tienen la enfermedad y reivindican su experiencia”.

Es ahí donde entra la complicidad de la sociedad en general, ya que el enfermo puede “desarrollar un papel activo”, por ejemplo en el arte, pero “no desde una perspectiva de misericordia” sino desde la capacidad porque puede ser una “forma de expresarse de manera alternativa de cómo ve su vida”. Supone, en definitiva, tal y como señalan los coordinadores del libro “poner a la persona por encima de la etiqueta” y conseguir superarla, lo que supone no integración ni insertación si no la de “aceptación” y no señalar como diferente.

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