Alcalá de la Selva es el típico pueblo serrano de Teruel. Está muy alto, a más de 1.400 metros, y tiene un aspecto pintoresco que realzan todavía más los pinares que lo rodean. Su clima fresco en verano atrae a miles de visitantes, sobre todo de la Comunidad Valenciana. Y en invierno la cercanía de las pistas de esquí de Valdelinares genera un ambiente juvenil de aficionados a los deportes blancos. Pero en primavera y otoño el pueblo pega un apreciable bajón. «Aquí la vida es dura en determinadas épocas», advierte la alcaldesa, Amparo Atienza.

La propia edil procede de una ciudad de la costa y decidió instalarse en Alcalá. Y se dio cuenta de que cuesta trabajo habituarse al nuevo ritmo de vida en un clima y un entorno diferentes. «Por más ganas que tengas de vivir aquí los comienzos son complicados», afirma. «Algunos días sales a la calle y no ves a nadie», reconoce.

Como todo pueblo turístico, Alcalá de la Selva tiene dos caras. Cuando hay afluencia, sean puentes, fines de semana o periodos de vacaciones, se llenan sus 1.500 segundas residencias, casi todas ellas en la urbanización La Virgen de la Vega. «Esa imagen engaña a muchos visitantes, se quedan con la idea falsa de que hay mucha vida», dice Atienza. El resto del tiempo, en cambio, la localidad entra en una especie de letargo, que se acentúa en primavera y otoño.

Pero el ayuntamiento no se está con los brazos cruzados. «Estamos intentando generar un flujo de actividades en los meses más parados, de forma que los establecimientos hoteleros y los restaurantes trabajen a un ritmo más sostenido», apunta. El objetivo es dar continuidad al empleo limitando, en la medida de lo posible, la temporalidad que afecta a quienes dependen de negocios vinculados al sector servicios.

Expectativas y realidad

 El covid-19 supuso un incremento de la población, que pasó de 330 a 390 habitantes. Pero es una ganancia insegura, considera Atienza, pues puede revertirse en cuanto mejoren las condiciones sanitarias.

Por ello, a través de Agujama, la entidad que trata de insertar nuevos habitantes en el sureste de Teruel, se intenta que se instalen a vivir parejas jóvenes, única forma de garantizar el futuro demográfico de la localidad.

De hecho, los desvelos del consistorio, unidos a las medidas de repoblación, van dando resultados. «Vienen algunos matrimonios que pueden teletrabajar y alguna pareja se ha quedado a vivir», señala la alcaldesa. Con todo, pese a los esfuerzos en varios frentes, lo conseguido no está a la altura de las expectativas y solo ha habido un aumento neto de 8 o 10 personas desde que aplican políticas de dinamización.

De Madrid a Pozán de Vero. Eduardo García está contento de su cambio de vida. EUROPA PRESS

Un ebanista madrileño opta por el Somontano

La comarca del Somontano ha logrado atraer a siete familias de fuera que han visto oportunidades de desarrollo en su territorio. Uno de los nuevos pobladores es el ebanista madrileño Eduardo García, que se ha instalado en Pozán del Vero y trabaja en una empresa maderera de Barbastro.

Este profesional, que se ha afincado en la zona gracias al proyecto Vente a vivir a un pueblo, ocupa un piso de alquiler obtenido en el marco del programa Somontano alquila, financiado con fondos Leader.

«Estoy muy contento aquí, pues se dan todas las circunstancias necesarias para disfrutar de una vida cómoda», explica. «Ya he dicho a la gente de mi entorno que, como todo siga así, me quedaré de por vida», afirma el ebanista.

El nuevo poblador llevaba un tiempo pensando en cambiar de vida para salir de Madrid, porque aunque creció en la capital de España le iba por la cabeza que «a lo mejor» no era el lugar indicado para una persona como él. García señala que la pandemia le impulsó a tomar la decisión de iniciar una vida nueva en otro ambiente. Y ahora, reubicado en Pozán de Vero, entre los viñedos del Somontano oscense, asegura que el cambio ha sido «total» y a mejor. «La tranquilidad es absoluta y no hay tumultos».

De hecho, lo primero que le llamó la atención fue el «entorno natural» y los servicios que ofrece Barbastro: desde la Universidad a distancia al hospital, pasando por la posibilidad de encontrar trabajo en varios sectores. A partir de ahí vio que había futuro y contactó con la comarca.

Farlete ha puesto en alquiler esta casa por 300 euros al mes, pero nadie se interesa. SERVICIO ESPECIAL

«La cercanía de Zaragoza puede ser una desventaja»

La población de Farlete, de 380 habitantes en la actualidad, no ha dejado de declinar con el paso de los años. El ayuntamiento hace lo que puede para atraer nuevas familias pero los pocos forasteros que llegan no acaban de cuajar en esa localidad de Monegros y no hay forma de detener el descenso de habitantes.

«Muchas veces pienso que la misma cercanía de Zaragoza es perjudicial y nos impide despegar», subraya Héctor Azara, alcalde de Farlete. «Seguramente es que estamos tan cerca, a solo 40 kilómetros, que quien encuentra trabajo aquí prefiera vivir en la ciudad», apunta el regidor.

Recientemente, el ayuntamiento ha puesto en alquiler una vivienda de propiedad municipal, «totalmente reformada, con cuatro habitaciones y jardín». Pero, incluso haciendo publicidad, «nadie se ha mostrado interesado», pese a que solo piden 300 euros al mes.

«Buscamos sobre todo familias con niños, pero no hay manera de conseguirlas», lamenta Azara, que ve en la falta de candidatos «un problema general de las zonas rurales».

«Con el coronavirus aumentó la población, pero eso es temporal y además no soluciona otro problema grave que tenemos, y es que, aunque hace falta mano de obra para el campo, las granjas y la plantilla municipal, las plazas no se cubren», relata el alcalde.

Por ello Azara cree que el Gobierno de Aragón debería dar ventajas fiscales a quienes viven y se instalan en pueblos como el suyo. «Tiene que haber medidas de apoyo, hay que quitar trabas a quienes montan empresas en las zonas rurales», insiste.